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Opinión

Entre contradicciones y confusiones Opinión por Antonio José Monagas @AJMonagas

Venezuela, es un caso atípico, por donde se vea. O por donde se analice su realidad. Si no son contradicciones las que escamotean su funcionamiento, o lo que implique la dinámica a la que suscribe sus factores de trabajo, son entonces las confusiones que ha generado el desordenado trazado dada la promiscuidad del ordenamiento jurídico pretendido en veinte años de desarreglo gubernamental (o desgobierno).

La anormalidad cunde por doquier el tejido sobre el cual el país político, económico y social, fundamentalmente, intenta desenvolverse. Tan serio y mayúsculo problema recae sobre la gobernanza y la gobernabilidad cuyo seguimiento no ha podido encauzarse desde la perspectiva de la administración pública. Mucho menos, desde el ámbito del pluralismo político. Ni pensarlo, desde el contexto de la ciudadanía cuyo ejercicio se volvió inalcanzable toda vez que ha estado ausente la instrumentación de una educación que abarque el mayor número de recintos donde calce la tolerancia, el civilismo, la urbanidad, la solidaridad, el respeto, la ética y la moral.

La deficitaria concepción sobre lo que Luis Beltrán Prieto Figueroa refirió como “Estado docente” en la Constitución de la República sancionada en 1947, ha derivado en graves dificultades que han retrotraído la calidad de la educación. Al extremo, que el denominado “socialismo del siglo XXI” mediado a través del cacareado “Plan de la Patria”, ha desviado la instrumentación de los procesos educacionales. No sólo a nivel de la educación inicial, básica y diversificada. Peor aún, ha presumido de criterios falsamente académicos para arrogarse atribuciones que buscan trastornar la educación universitaria con la incorrecta excusa de “adecuarla a las exigencias de la revolución bolivariana”.

A fin de cuentas, tan patética situación puede medirse desde la óptica del desbarajuste o desorganización que la ingobernabilidad trajo en el curso de una insólita ingobernanza que devino en lo que actualmente configura el clima de anormalidad o de anomalías que caracterizan (sin vergüenza alguna) a Venezuela. Y así la contempla el resto del mundo (demócrata). 

Venezuela se encuentra sumergida en una anomia de atroz repercusión. En consecuencia, el venezolano sobrevive sumido en un estado de desorganización social y desajuste jurídico que lo engulle total e inexorablemente. Precisamente, en medio de tan recurrente condición, acuciada por la desesperación que tiene enredado al régimen en su afán por enquistarse en el poder, el venezolano ha caído abstraído en el abismo de la nada. En el espacio donde nadie piensa en el otro. Donde cualquier suma, tiene como resultado el cero absoluto. 

El régimen supo hurgar donde más suele doler la herida que cercenó la piel política, económica y social del venezolano. Fue así como el venezolano se desplomó del nivel que había alcanzado apoyándose en su esfuerzo por escapar del inframundo que sólo las dictaduras son capaces de construir sobre los restos del derrumbe que el asedio de su barbarie ocasiona consecuencialmente. 

Es así como el régimen logró someter al venezolano mediante el visceral control de su tiempo. Lo obligó a ver constreñida su vida sin que pueda razonar sobre el fondo del problema. Y que, además, no ha terminado de comprender toda vez que transforma “calmada, resignada y silenciosamente” su tiempo productivo en días vagos y ambiguos. Esperando por surtir de miseria el tanque de combustible de su vehículo. O esperando por una trámite que nunca llega, o tampoco se hace efectivo. O procurando un retiro “decente” de efectivo en un establecimiento bancario. O cualquier necesidad que comprometa la exigencia de un servicio público cuya ineficacia consume un tiempo de vida útil y precioso.

En esta Venezuela involucionada, urden las trampas por doquier. Particularmente, si vienen del régimen el cual, por cualquier razón, casi siempre injustificada, aunque marcadamente alevosa en toda su dimensión, tiende a complicar sus procesos administrativos y jurídicos. De esa forma, busca obstaculizar el protagonismo del ciudadano. Pues de lo contrario, podría verse descubierto en su arrojo por tramar cualquier procedimiento que infunda al venezolano mayor fuerza para reclamar sus derechos y libertades. 

Por tan oscura causal, el régimen busca cada día -hacer de cada necesidad- una humillante traba que le facilite continuar transgrediendo sus propias leyes. De ahí que el venezolano ha tenido que (tristemente) acostumbrarse a subsistir entre contradicciones y confusiones.

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