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¿Guerra contra el narco o ultimátum a Maduro? Por Humberto González Briceño

La amenaza no es nueva, pero esta vez vino con acento republicano y ropaje de cruzada antidrogas: Estados Unidos estaría dispuesto a lanzar ataques aéreos contra infraestructuras del narcotráfico en Venezuela.

Lindsey Graham, senador por Carolina del Sur y viejo halcón del establishment de Washington, dejó caer la advertencia en voz alta, con la ambigüedad calculada de quien sugiere más de lo que dice. Y lo que dijo —o insinuó— fue lo bastante inquietante como para que más de uno en Miraflores se tragara el whiskey sin brindar: “If we have to, we’ll do it ourselves.”

Pero, ¿de verdad están los Estados Unidos a punto de bombardear territorio venezolano? ¿O se trata, como es más probable, de una operación psicológica con sello de campaña electoral y destinatario claro: Nicolás Maduro?

La tentación de pintar esta amenaza como parte de la guerra global contra el narcotráfico es comprensible, pero equivocada. No porque el chavismo no esté metido hasta el cuello en las redes del narcotráfico —el llamado Cartel de los Soles no es una invención literaria sino un andamiaje operativo con estructura, logística y respaldo institucional—, sino porque la narrativa antidrogas sirve aquí como coartada, no como causa.

A nadie escapa que Estados Unidos, cuando decide intervenir, no necesita de razones morales sino de oportunidades geopolíticas.

Y Venezuela, a diferencia de otros escenarios donde la lógica intervencionista sí ha desembocado en fuego real, ofrece un terreno distinto: fracturado, vigilado, sin salida clara. En otras palabras, el problema no es entrar, sino salir.

La amenaza de Graham debe leerse, más bien, como parte de una coreografía de presión articulada desde Washington —y no exclusivamente desde el partido republicano— para forzar un desenlace político en Caracas. Porque si algo ha quedado claro tras el fracaso de todas las negociaciones entre chavismo y oposición y el amago de apertura democrática, es que Maduro no tiene intención alguna de ceder el poder por las buenas. Ni siquiera por las malas, si esas malas son diplomáticas.

La comunidad internacional ha ensayado todas las fórmulas: sanciones dirigidas, incentivos económicos, reconocimiento condicionado, misiones de observación y hasta la farsa del interinato. Nada ha funcionado.

El chavismo ha demostrado una capacidad inusitada para resistir presiones externas, reconfigurarse internamente y vender al mundo la apariencia de una “democracia disfuncional” donde se vota sin elegir, se juzga sin justicia y se negocia sin intención de ceder.

Pero el reloj corre. El régimen necesita revalidar su dominio, con una oposición domesticada que, entre amenazas y concesiones, parece dispuesta a aceptar lo que sea aun bajo protesta para seguir en la vía electoral. Y en este contexto, el mensaje de Graham aparece como una advertencia: si Maduro no da señales de facilitar una transición —aunque sea maquillada—, entonces la presión subirá de tono. Y quizás de temperatura.

No es la primera vez que se juega esta carta. Ya lo hizo Donald Trump en su momento con su “todas las opciones están sobre la mesa”, un guiño belicista que nunca pasó de las cámaras. Y ahora reaparece, convenientemente, en medio del regreso de Trump a la escena electoral.

Que el senador Graham sea una de sus principales voces en política exterior no es un dato menor. Menos aún que su intervención coincida con la recomposición de alianzas dentro del Departamento de Estado y los llamados “enfoques renovados” hacia América Latina.

Todo sugiere que lo que está en juego no es la cocaína colombiana que sale por los puertos venezolanos ni los aviones que despegan rumbo a Centroamérica con cargamentos disfrazados de ayuda humanitaria. Lo que realmente se juega es una transición política que, si no ocurre por las urnas —porque el régimen ya hizo lo necesario para impedirlo—, entonces tendría que ser inducida por una combinación de presión económica, diplomática… y militar, si se quiere mantener la amenaza creíble.

La clave está en la frase que Graham dejó caer como quien no quiere la cosa: “We’re going to make sure Maduro knows the party’s over.” No habla del Cartel de los Soles ni de las redes criminales, sino de Maduro. Y esa precisión es reveladora.

Es una advertencia dirigida, no una estrategia integral. Un mensaje que busca impactar más en las cúpulas militares —los verdaderos dueños del poder en Venezuela— que en el Palacio de Miraflores. Porque son ellos quienes decidirán, llegado el momento, si respaldan la perpetuación de Maduro a cualquier precio o si más bien apuestan por una salida ordenada que les garantice impunidad y permanencia en el negocio.

Washington lo sabe. Y por eso el lenguaje se endurece, se militariza, pero no se ejecuta.

Porque el objetivo no es bombardear pistas clandestinas en Apure ni destruir laboratorios en el Amazonas. El objetivo es fracturar el equilibrio de poder interno en Venezuela, convencer a la cúpula verde-oliva de que ya no vale la pena seguir respaldando al mismo jefe.

Entonces no, no habrá guerra. Al menos no de la forma convencional que sugiere la retórica de Graham. Lo que habrá es guerra psicológica, presión estratégica, lenguaje de ultimátum. Porque a estas alturas, lo que realmente busca Estados Unidos no es combatir el narcotráfico, sino resolver de una vez el “problema Venezuela” sin poner botas en el terreno.

Graham lo sabe. Y por eso, su mensaje no es para los carteles, sino para los generales.

@humbertotweets

Humberto González Briceño

Maestría en Negociación y Conflicto
California State University

+1 (407) 221-4603

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