¡Ah, la ironía de la política venezolana! Ese espectáculo donde la lógica se toma unas vacaciones y el sentido común se va de puente. ¡Qué delicia!
Resulta que tenemos a un ejército de estrategas de sofá, gurús de la abstención, iluminados que proclaman a los cuatro vientos:
«¡No voten, no validen a ese gobierno!». ¡Bravo, genios! Su plan es tan brillante que podría iluminar media Venezuela durante las horas que duran los cortes eléctricos.
Porque, claro, ¿qué mejor manera de debilitar a un gobierno que dejándolo sin oposición en las urnas? ¡Es como jugar al ajedrez y quitar todas tus piezas del tablero! ¡Genialidad pura! Mientras más se abstienen, más se fortalece el régimen, más se atornilla al poder, más se ríe de la oposición. Pero, ¡shhh! No les digan eso, podrían tener una crisis existencial.
Y es que, en su infinita sabiduría, estos abstencionistas de salón han descubierto la fórmula secreta: la inacción es la nueva acción. ¡Quién necesita partidos políticos, candidatos o propuestas cuando puedes cambiar el mundo desde el sofá! ¡Es tan revolucionario!
Mientras, el Estado comunal, esa figura que promete el poder al pueblo, se revela como un Leviatán que centraliza el poder, que anula la diversidad, que impone una visión única.
Los cambios constitucionales que se pueden realizar desde la nueva Asamblea Nacional, y que podrían ser la lápida de la descentralización, se gestan en la sombra de la baja participación.
Todo gracias a los arlequines y bufones de la política, esos personajes que parecen haber confundido las urnas con un escenario de circo. Incapaces de comprender que el voto es un acto ciudadano, una herramienta para moldear el futuro, pero que reducen a un infantil «me quiere, no me quiere», deshojando margaritas en lugar de ejercer su derecho.
Sus discursos, llenos de frases vacías y promesas imposibles, solo logran alimentar la apatía y el desencanto, convenciendo a muchos de que la mejor opción es quedarse en casa. Esa la mejor apuesta gubernamental, y la están ganando sin mucho trabajo.
Y no olvidemos el toque final: esos llamados a la abstención suelen venir de los mismos que luego se quejan de la falta de democracia. ¡En fin, la hipotenusa!
¿Permitiremos que el silencio en las urnas entregue nuestro futuro al Estado comunal? ¿O nos levantaremos para defender nuestro derecho a decidir, a participar, a construir un futuro de pluralidad y respeto? Como diría Lázaro Candal ¡Que nervios, que angustia, que desesperación!
Ya para terminar, les confieso que yo sí voy a votar. Sí, lo admito, mi nivel de inteligencia aún no ha alcanzado la estratósfera abstencionista. Aún no logro descifrar cómo se gana un partido sin jugar. Debe ser una de esas estrategias cuánticas que se escapan a mi comprensión.
Así que, mientras los genios de la inacción esperan el milagro desde el sofá, yo iré a la urna, a ejercer ese derecho que, para mi simple mente, sigue siendo la única forma de participar en este circo llamado democracia. ¡Que los dioses de la ironía nos amparen!
Sandy Ulacio
Periodista / Analista político
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