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La historia: ¿Obscuro objeto del deseo? Por Antonio José Monagas

La tarea de la ciencia histórica, no debe constreñirse por razones de mero fanatismo u obcecadas ideologías políticas. Cualquier intención en esa dirección resulta fatal para el devenir de toda sociedad.

Particularmente, cuando la movilidad social busca ataviarse con libertades, se establece su recorrido histórico al calor de los derechos individuales y colectivos. Esto ocurre como forma de exaltar las capacidades y potencialidades sobre las cuales se depara el desarrollo.

La fragilidad de la verdad

No hay duda de la fragilidad de la verdad. Sobre todo, cuando ésta corre el riesgo de verse a merced de subjetivismos circunstanciales incitados por el poder político de turno. La idea infundada de “reescribir la historia a manera de insurgir contra una historiografía que ha justificado el estado burgués”, es enteramente ridícula.

O sea, todo un problema de sarcástico reacomodo de consideraciones que, en su momento, determinaron sucesos y procesos económicos, políticos y sociales. Estas razones luego se tornan en símbolos propios sobre cuyos cimientos morales se consolidan sentimientos y esperanzas nacionales. Tanto así, que el filósofo alemán, George WF Hegel, refirió que la “historia es el progreso de la conciencia de la libertad”.

Parajes obligados de la historia

La noticia divulgada sobre el traslado de los documentos del Generalísimo Francisco de Miranda y del Libertador Simón Bolívar, desde la Academia Nacional de la Historia a las bóvedas del Archivo General de la Nación, provocó urticaria en importantes grupos profesionales y académicos.

Más cuando se ha reconocido que la ecuanimidad de los académicos siempre ha estado por encima de cualquier capricho. Estos caprichos desdoblan interpretaciones que configuran el trazado de la historia patria.

Sin embargo, en medio de lo que ha representado la actual gestión pública, sesgada por intereses importunados, es natural el temor. Además, esta gestión raya en una desenfrenada mediocridad conceptual y metodológica. Existe el riesgo de que la necia pretensión de “reescribir la historia” se convierta en una vulgar idea de compilar datos ensartados o adulterados. Esto ocurre según las necesidades y arbitrariedades político-ideológicas impuestas por presunciones esgrimidas por instancias del poder.

Una manera de concluir

El gran concepto teórico que destaca el proceso histórico de creación y reproducción de bienes e ideas, es el de “formación social histórica”. Bajo este enfoque, se capta un momento histórico en todos sus niveles y articulaciones.

Justamente, es por lo que se teme toda vez que el trabajo del historiador que busca el amparo del poder se encuentra sometido. Estas someten a concepciones arregladas a instancia de la ocasión política. O al margen de toda crítica que pueda poner al descubierto fatuidades ideológicas y políticas. Pero como decía el español Jacinto Benavente, “una cosa es continuar la historia, y otra repetirla”.

Tan trascendentales documentos, en manos inescrupulosas, pueden devenir en revolver y trastocar lo que Miguel de Cervantes definió. Él lo definió como “testigo de lo pasado, ejemplo y aviso de lo presente y advertencia de lo por venir”. De realidades así contrariadas, no sería extraño que ahora argumentan que antes todo estribaba en ideas extrañas a la política sobria. Y por tanto, la historia se haya desvirtuado. O acaso no será que, frente a la peor politiquería y grosera calaña intelectual, es ahora la historia ¿oscuro objeto del deseo?

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