Silenciosamente, India inscribe su nombre en la ruta del futuro. Su avance demográfico sobre China, guarda algunas sorpresas que deben preocupar a la nomenclatura totalitaria, que mira con recelo la cordillera Himalaya, donde las zonas en disputa, no ajena en incidentes militares, es un polvorín, que paradójicamente impulsa el desarrollo de India.
Occidente debe mirar hacia la naciente potencia y unir fuerzas frente a los marcados rasgos del avasallamiento chino: roja, amenazante, inescrupulosa; ambiciosa, aterradora, hostil.
Otra característica importante: su joven pirámide poblacional, ofrece aspectos ventajosos, mientras su principal rival envejece.
Grandes empresas tecnológicas investigan su potencial, y existen serios movimientos que agilizarán el campo comercial, imprescindible para el desarrollo global a gran escala.
Sufren en medio de la pobreza interior, pero todos los caminos indican, la disposición a perfilarse entre los grandes y para ello es imperativo reajustar su andar social y resolver inteligentemente los desafíos de casi mil grupos étnicos.
Occidente deberá estudiar meticulosamente la consolidación de un gran bloque, donde la fuerza de Estados Unidos, la Unión Europea y el resto de países democráticos, avancen en planes que serían beneficiosos para la humanidad:
· Primer mercado global.
· Fuerzas conjuntas en la lucha por la libertad.
· Aprovechamiento de las experiencias democráticas para el fortalecimiento de las grandes masas poblacionales.
Obviamente, están pendientes intrincadas metas, para poder resolver internamente su dinámica interna y abrirse al mundo, enseñando una cultura milenaria, de disímiles creencias religiosas y prácticas sociales.
Lo importante es unificar criterios para salirle al paso a la pretensión hegemónica totalitaria, que muestra signos de fatiga, mientras un elefante gigantesco irrumpe en la cristalería terráquea.
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