Estos hermanos, que saltaron a la fama en 2017 cuando se descubrieron sus vínculos con Nicolasito por una foto que a simple vista parecía inofensiva, hoy mantienen sus perfiles en las redes sociales ajustados a la más estricta privacidad y las fotografías, comentarios, publicaciones y notícias que existían sobre ellos, sus amigos y familiares han desaparecido. Hoy son polvo cibercósmico, electrones desaparecidos
Morón no es un apellido común como García, Rodríguez o González. En España, donde se originó, apenas lo llevan 8.532 personas entre 47,33 millones de habitantes. Venezuela es el segundo país con más apellidados Morón –6.993– y le sigue Perú con 5.852. El Morón más famoso de Venezuela en el historiador Guillermo Morón, de quien se desconoce descendencia. El otro Morón, quizás más famoso, es el pueblo de la costa carabobeña donde funciona la refinería de El Palito.
La combinación Morón-Hernández, como primer y segundo apellido, tampoco es frecuente. En España, 8 de cada 1.000 personas, tiene Hernández como primer apellido. En total, el INE tiene registrados 351.591 Hernández. En Venezuela es el cuarto apellido más común con 534.500 personas. Cupido pudo signarle la flecha de un Morón a una de las tantas Hernández.
Aunque la data que se ocupa de cruces y entrecruces genealógicos solo registran 65 veces la combinación Morón Hernández, en la redes sociales se repite el nombre Santiago José Morón Hernández en tres personas distintas: uno es chef y asesor gastronómico, el segundo se presenta como joyero y orfebre y el tercero se denomina alfarero y ceramista. Asimismo, hay un cuarto con el nombre del ingeniero Ricardo José, pero se anuncia como psicólogo graduado en la UCV y “especializado en salud mental”. Los cuatro son venezolanos, pero ninguno es Santiago José Morón Hernández ni su hermano Ricardo José, comercializadores de oro, coltán, diamantes, presuntos testaferros de Nicolás Ernesto Maduro Guerra, sancionados el 23 de julio de 2020 por el Departamento del Tesoro de Estados Unidos.
Salto a una indeseada popularidad
A partir de ese día no hubo medio de comunicación nacional o internacional que no se refiriera a los hermanos Morón como los testaferros de Nicolás Ernesto Maduro Guerra, el hijo de Nicolás Alejandro Maduro Moros, el hombre que ejerce la presidencia de Venezuela y que más 60 países no reconocen como tal. En 2020, periodistas, analistas y políticos revisaban Internet con todos los motores de búsqueda a su alcance encontrar información sobre sus actividades profesionales y políticas, sus relaciones familiares y de amistad, y cualquier otra pista de los hermanos Morón Hernández, pero no encontraron nada. Nada. Aunque hubo algunos esfuerzos importantes de una variedad de expertos en búsqueda web. No había nada que indicara algo sobre el pasado o presente de los hermanos. Eran virtualmente inexistentes. Solo aparecía la sanción y la noticia que se repetía sin mayores cambios.
Los medios solo podían reproducir la información del Departamento del Tesoro y las especulaciones de los más sensacionalistas. Hasta ahí. No obstante, la página web Asimplevista.com editorializó celebrando que si bien los venezolanos tenían que lamentar la existencia de “un Santiago José Morón Hernández al que Estados Unidos acusa de ser testaferro del heredero presidencial en los negocitos de oro y coltán, deberían celebrar”. Con la misma rigurosidad que debe usar en su lucha contra los fake news, el editorialista argumenta por qué celebrar: “Por cada Santiago José Morón Hernández que ocupe los titulares con el único ‘mérito’ de arrimarse al poder para esquilmarnos, hay quién sabe cuántos otros que andan por allí trabajando, creando y prodigando decencia, como el chef nacido en Carora, graduado en el legendario Le Cordon Blue, y el alfarero trujillano que lleva 40 años enseñándoles su oficio a niños y adolescentes”.
Despierta suspicacias que Asimplevista.com ofrezca detalles de la procedencia y el periplo del supuesto chef y del alfarero que no se encuentran en las redes ni en las páginas web del cocinero ni del alfarero.
La nota “celebratoria” era parte de la estrategia para borrar las señas de los hermanos Morón Hernández en el ciberespacio. Casi todo ha desaparecido, y no por desinterés del público, sino por la acción de expertos en limpiar pasados indeseables y reconstruir glamorosos perfiles públicos. “Los hermanos Morón son como unos fantasmas”, dice la gente que los conoció en el Zulia.
Poniendo las bardas a remojar desde temprano
Asimplevista.com publicó el editorial el 23 de julio de 2020, en pleno escándalo de las sanciones. Los Morón Hernández esperaban el escardillazo y borraron anticipadamente todos sus registros en Internet y colocaron al cocinero, al alfarero, al orfebre y al “psicólogo de salud mental” como muñecos de paja. Aunque la sanción de la OFAC sigue apareciendo en miles de páginas web y en todos los idiomas, las informaciones reales sobre Ricardo y Santiago, así como de sus familiares y amigos, han sido “desindexadas” y no las registran los motores de búsqueda de uso común, como Google, Bing, Yahoo, Safari y otros. En la deep web las cosas son distintas y más oscuras.
Sus perfiles en las redes sociales fueron ajustados a la más estricta privacidad y las fotografías, comentarios, publicaciones sociales y noticias que existían sobre ellos, sus familiares y amigos desaparecieron. Son polvo cibercósmico, electrones desaparecidos. En las pocas publicaciones que quedan en Instagram que mencionan a Zuzana Melicherová, la pareja de Ricardo José, se consiguen las respuestas y alusiones de sus amigos, pero no las aseveraciones de Zuzana que los generaron. Tampoco hay noticias sobre su participación en torneos de tenis ni publicaciones sobre su muy activa vida de lujos, fiestas y excentricidades.
Aunque los hermanos Ricardo y Santiago habían sido bastante discretos, sus familiares sí mantenían constantes actualizaciones y eran retratados por sus múltiples amistades. Todo era reflejado en redes sociales, hasta que sospechosamente desaparecieron y no hubo más.
Llegó la tormenta que esperaban
La Oficina de Control de Activos Extranjeros del Departamento del Tesoro, mediante la orden ejecutiva 13.692 (enmendada), sancionó a los hermanos Santiago José y Ricardo José Morón Hernández “porque ambos supervisan el mecanismo financiero del esquema de oro ilícito que dirige Nicolás Ernesto Maduro Guerra”. Lo señalan como el “zar del oro y el coltán” y lo acusan de realizar transacciones ilícitas, incluida la venta de oro extraído en Venezuela y despachado desde el Banco Central de Venezuela.
El Departamento del Tesoro arguye que los hermanos Morón Hernández “fueron contratados por Nicolás Ernesto Maduro Guerra para realizar negocios en su nombre y para supervisar el mecanismo financiero del esquema del oro ilícito”.
Y agrega que “ambos utilizan una variedad de empresas para realizar transacciones y la comercialización de metales valiosos”.
A Santiago lo identifican como el asistente principal de Maduro Guerra: “Lo acompaña en sus actividades y lo apoya en los manejos financieros, tecnológicos y logísticos. Mientras que a Ricardo lo presentan como el encargado de las operaciones de altas finanzas y de los traslados de la mercancía”.
Ante la gravedad de sus actividades a favor de la corrupción de altos funcionarios del régimen, el Departamento del Tesoro bloqueó todas las propiedades e intereses de estas personas en Estados Unidos, o en posesión o control de estadounidenses. Las regulaciones de la OFAC prohíben las transacciones de personas estadounidenses que involucren cualquier propiedad o interés de las personas sancionadas, dentro o en tránsito de Estados Unidos. Con las sanciones son afectados los emprendimientos inmobiliarios y comerciales que desarrollaba la familia Morón Hernández (padres y hermanos) en Florida, Texas y California. Y lo peor, saltan del casi total anonimato a la peor mala fama.
¿Una familia modelo?
De acuerdo con las sanciones, Santiago José y Ricardo José Morón Hernández participan en los manejos financieros ilegales del régimen y comercializan el oro y el coltán de Guayana a través de empresas mixtas que han sido adjudicadas a figuras vinculadas a Nicolás Maduro, a su hijo, Nicolás Ernesto Maduro Guerra, a Cilia Flores y los hijos del primer matrimonio.
La estrecha amistad de los Morón Hernández con el hijo de Nicolás Maduro se hizo pública en el Zulia. En 2017, María José Morón celebró la primera comunión de su hijo y Santiago José invitó a Nicolás Maduro Guerra. Una fiesta fue en el salón Las Palmas del Lago Maracaibo Club, el antiguo Club de la Creole, en la mayor intimidad y discreción. A los invitados les sugirieron no tomar fotos.
Una invitada –la mamá de un compañerito de escuela de la comulgante–, Rita Cecilia Morales, hija de David Morales, socio principal de la Clínica Falcón de Maracaibo y una persona muy respetada en el Zulia, reconoció a Maduro Guerra y le tomó una foto sin pensarlo. En segundos, la rodeó un piquete de guardaespaldas. Trataron de obligarla a borrar la imagen, pero Morales se resistió. Hubo voces y ánimos caldeados. El alboroto precipitó el fin de la fiesta. Los invitados se retiraron, incluidos Rita Morales y su esposo Edward Méndez, empresario y contratista del sector petrolero.
Al otro día, motos y vehículos merodearon desde muy temprano la vivienda de los Méndez Morales. En la tarde, funcionarios del Sebin tocaron a la puerta de la vivienda y le volvieron a exigir que eliminara la foto de Maduro Guerra. Rita negó y lanzó el teléfono contra una pared. La fotografía de Maduro Guerra se viralizó en las redes sociales más por la fiereza de los guardaespaldas que por el contenido. El hijo del presidente no aparecía bailando bajo una lluvia de dólares, como había ocurrido antes, sino absorto viendo su teléfono móvil. Vista la situación, los Méndez Morales decidieron irse a Aruba mientras bajaba la marea.
Al tercer día, cuando Rita Morales y su esposo subían a bordo de un avión privado en el aeropuerto La Chinita, los detuvieron y los trasladaron a Caracas, al Helicoide, la sede del Sebin. Rita estuvo más de una semana presa. La familia prefirió la discreción y los Morón Hernández intercedieron para que “el mal rato” no se extendiera demasiado. “Ellos comprendieron que era muy tentador tomar esa foto y compartirla”, dijo alguien cercano a la familia. Una vez en libertad, Rita, su esposo y su hijita emigraron.
En la foto no aparecía ninguno de los hermanos Morón Hernández, tampoco la anfitriona de la fiesta. Solo Maduro Guerra en una mesa y sin nadie a su lado, pero sacó a la luz su vínculo con la Constructora Cresmo y sus contratos con el gobierno. Hasta ahora la única imagen pública de Nicolás Ernesto con Santiago José sigue siendo una captada en Miraflores. Muestra a Maduro Guerra sonriente y a su izquierda, en segundo plano, a Santiago Morón como si se tratara de un guardaespaldas.
La segunda y última vez que la relación se hizo pública, oficial y mucho más que notoria fue cuando el 23 de julio de 2020, días después de que el Departamento del Tesoro sancionara a los hermanos Morón Hernández, Maduro Guerra hizo una declaración defendiéndolos a través de su cuenta en Twitter: “Solo puede sancionar quien tiene autoridad, es necesario que exista un delito probado. Estados Unidos no tiene pruebas para demostrar la venta ilícita de oro por parte de los hermanos Morón. Lo único que tiene son medios a su servicio que dejan de lado la rigurosidad y ética para dedicarse a difundir mentiras”.
La mano peluda y código en vez de ética
Entre los portales que compartieron información sobre los perfiles falsos de los Morón Hernández, aparece americaesnoticias.com, registrado por Street Mark3ting, nombre que coincide con la empresa del socialité y empresario del marketing digital Irrael Gómez Avellaneda, que se dedica a asesorar en social media a artistas, marcas comerciales, portales noticiosos de farándula y a funcionarios del régimen. Se ha destacado “ayudando” a limpiar la imagen de personas con casos complejos de reputación, como artistas salpicadas por escándalos por filtraciones de videos íntimos y de factura porno.
Polémico, irreverente y transgresor, prefiere “códigos más que ética” y reconoce que hasta los peores gánsteres tienen códigos con los que se manejan. Su máxima es “ladrón no roba a ladrón”, una variante de frase del marqués de Santillana en el siglo XV: “Ladrón que roba a ladrón tiene cien días de perdón”.
Gómez Avellaneda dice que el anonimato es la máscara de los cobardes y que en América Latina se ha utilizado para manipular y generar tendencias de opinión. Explica “que personas sin ética se aprovechan las rendijas del periodismo ciudadano o el periodismo alternativo y descentralizado para propalar noticias falsas, contenidos engañosos, coñas, bulos, hipótesis y especulaciones que puede pueden ocupar más de la mitad de las ‘noticias’ que se transmiten”. Admite que generalmente el posicionamiento de una marca o de un candidato se basa en una particular estrategia con una contraparte que inventa noticias, siembra noticias falsas, y que se ha “convertido en un negocio con extorsión”.
A Gómez Avendaño lo señalan como el asesor de Tarek William Saab cuando estuvo implicado en el caso de los videos de delitos cometidos contra niños atendidos por la Fiscalía. En las redes lo señalan de tener familiares muy vinculados al régimen y como la mente que ha creado una estrategia de difusión de contenidos amarillistas para mantener a los ciudadanos distraídos en temas banales. Una especie de versión actualizada de la prensa chicha que impulsó el temible Vladimiro Montesinos en el régimen de Alberto Fujimori.
Juan David Cardona, abogado e ingeniero en sistemas, exfuncionario de la Fiscalía General de Colombia y del Departamento Administrativo de Seguridad, además de especialista en inteligencia, ciberinteligencia y ciberinteligencia técnica prospectiva, explica que los “detox digitales” se pueden realizar por la vía legal apelando al derecho al olvido, que es un derecho fundamental digital de cuarta generación, pero el uso general –y en ocasiones delictivo– es para reconstruir reputaciones que han sido embarradas por delitos de cualquier índole y gravedad.
Para que se cumpla con el derecho al olvido es necesario que exista información que fue real, pero no veraz. El caso de una persona que fue detenida y luego se confirma que no estaba involucrado en los hechos que le señalaban. Normalmente, se recurre a la vía legal y hay una orden judicial para ello. No obstante, hay casos que no los manejan así y que cruzan la línea de la legalidad para lograr ser fantasma en la era de la hiperconexión y de las etiquetas en redes sociales. Un experto en el área cobra generosamente los “borrados”. Por casos de muy alto nivel la tarifa podría acercarse a los 400.000 dólares. Si son varios perfiles de gran exposición y casos de extrema complejidad, la cifra se multiplica.
Fuente EQUIPO DE INVESTIGACIÓN de Elnacional.com
En una próxima entrega: Los «homónimos» de paja de los hermanos Morón y las relaciones con Maduro Guerra.
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