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Maracaibo: Una ciudad maquillada para la foto

Maracaibo, la de siempre y la de ahora, acaba de celebrar su cita más sagrada y colorida: la Bajada de nuestra señora del Rosario de Chiquinquirá, nuestra amada Chinita, que se posó en su pórtico el pasado sábado.

Es el grito de «¡Presente!» que la ciudad da al calendario, el respiro que se toma el alma zuliana en medio de la asfixia cotidiana. Y con la fiesta en pleno desarrollo, hemos asistido una vez más al eterno y conocido espectáculo de la “Maquillada Exprés”.

​Con la Virgen ya entre su pueblo, los cuadrantes se han movido a toda prisa, parchando a trompicones el rostro de una ciudad exhausta. Asfalto nuevo que termina donde empieza el baldío, luminarias que alumbran solo las rutas de postal, y un frenesí de pintura para tapar el hollín y el óxido que carcome nuestros bordes. Se trata de una puesta en escena para consumo de propios y, sobre todo, de visitantes que han venido a cumplir promesas.


Pero esta celeridad de última hora no engaña al zuliano que vive y padece su gentilicio. Bajo el nuevo asfalto y las bombillas relucientes, las heridas de fondo siguen supurando.

Hablamos de la ausencia de servicios públicos eficientes: la penumbra que devora las noches, el agua que llega con cuentagotas o embarrada, la basura que se amontona en las esquinas a la espera del milagro.

Estos son los retos que perduran, a pesar de los esfuerzos, y son el resultado de dinámicas políticas y administrativas que, en el pasado, llevaron a la división de la gente y, con ello, a la realidad de las dos Maracaibo:
​Una, la de las zonas centrales y visibles, donde las fallas se reparan con prontitud. Y la otra, la de los barrios olvidados, la que ni siquiera en estas fechas sagradas se molestan en disimular su abandono, quedando fuera del perímetro de la postal.

​En este afán de “arreglar” el paisaje urbano para la fiesta, la gestión actual ha emprendido acciones que, si bien buscan embellecer, están causando daños sensibles al patrimonio.

Son intervenciones que comprometen la memoria urbana sin que parezca haber una voz oficial de alerta. Me refiero a la cubierta de una capa barnizada chocolate que cubre esculturas que aparecen en el catálogo de obras del Instituto de Patrimonio Cultural (IPC), y no veo voces que exijan explicaciones sobre este particular.

​Ahora bien, con la Bajada de La Chinita como telón de fondo, la exigencia se hace más fuerte. Los cuatro niveles de gobierno —municipal, regional, nacional y comunal— se han alineado. Esto, en teoría, debería significar una sola cosa: gestión sin excusas.

​Recordamos perfectamente aquella frase de quien hoy ocupa la silla municipal, Gian Carlo Di Martino: «No se puede tener excusas».

Hoy, con todas las instancias de gobierno confluyendo, la petición se dirige a los responsables de la cultura para que se pronuncien ante los daños que se están cometiendo.

​La Chinita, ya en su pórtico, merece una ciudad vestida de decencia y verdad, no de parches y pintura de última hora.

Como ciudadanos debemos exigir que la alineación política sirva para curar las carencias, para devolver los servicios con dignidad y para proteger nuestro patrimonio de la improvisación.

Que el milagro de la tablita no se quede solo en la Basílica, sino que baje hasta la calle, al barrio, a la casa sin agua.

Es lo mínimo que podemos pedir para una fiesta que, una vez más, nos recuerda quiénes somos y dónde estamos.
¡Que viva la Chinita!… Y que viva Maracaibo, pero no a medias.

Sandy Ulacio
Periodista

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