
La región se encuentra en una coyuntura histórica que muchos aún no logran dimensionar: el advenimiento de una nueva era industrial, marcada por la convergencia entre automatización, inteligencia artificial y sostenibilidad y esto, está reconfigurando los fundamentos mismos de la producción global. Sin embargo, este proceso transformador continúa siendo subestimado (o deliberadamente ignorado) por ciertos actores políticos que, aferrados a narrativas populistas, demagógicas y prácticas clientelares, erosionan la confianza ciudadana y obstaculizan el progreso estructural. En lugar de preparar a sus sociedades para competir en un entorno de alta complejidad tecnológica, optan por perpetuar modelos obsoletos que condenan a sus economías al rezago.
Latinoamérica, con su riqueza humana, diversidad productiva y ubicación estratégica, posee las condiciones necesarias para convertirse en protagonista de esta nueva revolución industrial. Pero para lograrlo, debe anticiparse al cambio en vez de reaccionar tarde a sus consecuencias, como siempre se ha hecho. Esto se traduce en una formula que parece sencilla, mas no lo es tanto:
– Repensar el rol del Estado
– Diseñar modelos de inversión y promover ecosistemas de innovación (donde se integren las PYMES, las academias y los ciudadanos en una sinergia con visión a futuro)
– Tener lideres honestos con ética suficiente para promover los valores de libertad, ley, justicia y cooperación multilateral efectiva
Los países de habla hispana debemos entender que es urgente desplazar los esquemas caducos de productividad y migrar hacia ecosistemas inteligentes que fusionen big data, automatización avanzada, energías renovables, inteligencia artificial, blockchain, impresión 3D y análisis de datos en tiempo real.
Los datos del Foro Económico Mundial reflejan con crudeza el retraso regional: menos del 15 % de las industrias manufactureras han logrado adaptarse a soluciones tecnológicas y digitales, frente a un 45 % de plantas manufactureras en el mundo que ya utilizan tecnologías disruptivas. Lamentablemente, estamos décadas atrasados. Por eso, las instituciones y las políticas públicas deben también adaptarse, diseñando leyes que abracen la innovación, porque este es el momento justo para tomar decisiones que nos saquen del atraso y nos permitan liderar una transformación no solo regional e inclusiva, sino también sostenible.
Si analizamos las llamadas naciones inteligentes (Smart Nations), vemos que han demostrado que las industrias conectadas que utilizan tecnologías avanzadas no solo son más productivas, sino que también reducen sus costos de manera exponencial. Por ejemplo, en Alemania, en Baden-Wurttemberg casi un setenta por ciento de las empresas tienen sistemas de gemelos digitales para mejorar procesos y reducir costos vinculados a la energía que suelen ser los mas cuantiosos. Si tomamos otro ejemplo, el plan Smart Nation que se lleva a cabo en Singapur, ha inyectado la poderosa suma de casi 20 mil millones de dolares en tecnologías avanzadas de países como Israel, Japón y Corea del Sur e inteligentemente han adoptado un modelos en el que el Gobierno y la empresa privada trabajan en perfecta sintonia para que el país este a la vanguardia de las tecnologías industriales mas avanzadas del mundo enfocadas en smart-cities o ciudades inteligentes. Lamentablemente, en Latinoamérica la realidad es que no existe esta visión y por eso vemos países sumidos en la pobreza, el crimen y el retraso.
La clave para que nuestras naciones dejen de ser espectadoras y se conviertan en protagonistas del cambio global está en abrirnos al libre mercado, creando legislaciones enfocadas en promover la competencia y la apertura, así como corredores logísticos entre nuestros países que podrían triplicar no solo el intercambio tecnológico, sino también el de talento. Cualquier acuerdo de libre mercado beneficiaría enormemente el flujo de capital necesario para materializar proyectos de escala que generen los tan anhelados unicornios, todavía escasos en nuestra región.
Una red integrada de hubs industriales, respaldada por políticas fiscales y marcos regulatorios que incentiven la inversión, sentará las bases para que nuestras fábricas operen 24/7 con inteligencia artificial y robótica colaborativa. Así, cada ciudadano podrá convertirse en un actor productivo dentro de ciudades que no solo consuman tecnología, sino que la fabriquen, la exporten y la mejoren.
Venezuela, con su ubicación estratégica y su capital humano resiliente, puede encabezar este desafío. Imaginar polos industriales en Caracas, Valencia, Maracay y Puerto Ordaz (equipados con IoT, energías limpias y plataformas de big data) no es un acto de fe, sino un diseño estratégico que abarata procesos y genera empleos de calidad. En estas smart cities industriales, los mercados libres funcionarían como catalizadores que conecten inversores, emprendedores y comunidades, garantizando un desarrollo equitativo. A medida que desgranemos esta hoja de ruta, descubriremos los pasos concretos para convertir cada rincón de Latinoamérica en un nodo de innovación global.
El renacer industrial
En el siglo XXI, una nación inteligente no se define por tener acceso a la tecnología, sino por integrarla en cada nivel de su economía, gobernanza y ciudadanía. La industria ya no es un conjunto de fábricas aisladas, sino un ecosistema interconectado donde datos, automatización y talento convergen para generar valor.
Las llamadas “smart factories” operan con sensores IoT, inteligencia artificial, robótica colaborativa y sistemas de gestión en tiempo real. En un estudio económico realizado por la firma consultora McKinsey, se refleja cómo los costos operativos se reducen en más de un 40%, mejorando la calidad en el mismo porcentaje y reduciendo el desperdicio en casi un 60%. En Estados Unidos, por ejemplo, se han certificado innumerables fábricas digitales y se ha implementado una red de centros de innovación para integrar a las mejores universidades, big-techs y empresas emergentes con los gobiernos estatales. El denominador común es la libertad económica. Cuando hay reglas claras, competencia abierta y acceso a financiamiento, las empresas arriesgan, invierten e innovan.
Para Venezuela, esta transformación no es opcional: es existencial. Polos industriales en Puerto Ordaz con sensores energéticos, plantas en Maracay ensamblando con robótica avanzada o centros de reciclaje en Valencia gestionados con IA son escenarios posibles si se combinan zonas económicas especiales, incentivos fiscales y alianzas público-privadas. La reindustrialización tecnológica puede ser la columna vertebral de una nueva economía nacional.
Ciudades que producen y hubs industriales como impulsores de ciudadanía y desarrollo
La ciudad contemporánea ya no se define por carreteras y edificios, sino por su capacidad de producir valor. Los hubs industriales modernos no son parques industriales aislados, sino núcleos vivos donde fábricas inteligentes, centros de investigación, universidades técnicas y comunidades digitales conviven en sinergia.
En Singapur, el Jurong Innovation District conecta fábricas automatizadas con laboratorios de robótica y espacios de coworking, generando más de 100 000 empleos especializados. En Eindhoven (Países Bajos), el modelo *Brainport* transformó la ciudad en un ecosistema de alta tecnología, donde el 40 % de los empleos están vinculados a la innovación industrial.
Estos modelos pueden adaptarse a Venezuela. Caracas podría articular el Parque Tecnológico de Sartenejas con zonas industriales digitalizadas; Valencia puede ser un centro de ensamblaje inteligente conectado al puerto de Puerto Cabello; Maracay y Puerto Ordaz pueden especializarse en agroindustria y reciclaje automatizado. Cada ciudad se convertiría en un propulsor económico, cada ciudadano en un protagonista productivo.
Latinoamérica como bloque industrial competitivo
La historia económica de nuestra región ha estado marcada por dependencia y fragmentación. Hoy, la Cuarta Revolución Industrial nos brinda la posibilidad de competir como bloque. Un informe del BID estima que una integración industrial efectiva podría elevar el PIB regional en más de 10 % en menos de una década.
El modelo ya existe: el sudeste asiático logró transformar su fragmentación en cooperación tecnológica. Componentes producidos en Vietnam se ensamblan en Malasia, se empaquetan en Singapur y se exportan al mundo. ¿Por qué no replicar esto en América Latina? Imaginemos fábricas venezolanas ensamblando con partes colombianas, usando software argentino y exportando vía corredores logísticos brasileños.
Venezuela tiene la posición geográfica y los recursos para ser epicentro de esta red. La gobernanza digital será esencial: plataformas de inversión que conecten startups latinoamericanas con incubadoras venezolanas, sistemas de trazabilidad regional que garanticen transparencia en cada producto y redes de talento que vinculen ingenieros en Caracas con desarrolladores en todo el continente americano.
Mercados libres como catalizadores
La apertura comercial y la libertad económica no son dogmas: son las condiciones necesarias para que la tecnología fluya y las soluciones escalen. Cada vez que un país latinoamericano ha intentado modernizarse sin mercados libres, ha caído en burocracia, pobreza, dependencia, crisis y corrupción. La libertad económica es el impulso que crea los incentivos necesarios para que quienes quieren invertir puedan lograr financiación de sus proyectos y para que los nuevos emprendedores quieran comprometerse con el desarrollo de nuevas ideas que generen mejor calidad de vida y empleos de calidad para los ciudadanos Es por eso que el surgimiento de hubs industriales dentro del sistema de mercado libre son tan importantes ya que hacen que las ciudades se modernizen y puedan llegar a ser smart-cities impulsoras de producción que coloquen a nuestros países en el plano de la competitividad global
Innovación con propósito
Como señalé anteriormente, los gemelos digitales en las fábricas de países como Israel, Japón y Estados Unidos han reducido costos energéticos en más de un 40 %. Por otro lado, la impresión 3D permite fabricar piezas de todo tipo con menor desperdicio. Las energías renovables, combinadas con big data, están optimizando redes eléctricas enteras. Latinoamérica puede y debe adoptar esta visión. Nuestros recursos naturales, nuestra biodiversidad y nuestra creatividad humana son ventajas que ninguna otra región posee. Integrar tecnologías limpias, fabricar con trazabilidad y exportar con sostenibilidad puede convertirnos en referentes globales.
Venezuela como faro regional: de tierra devastada a laboratorio industrial del futuro
La resiliencia de los venezolanos es, quizá, el activo más valioso de nuestra nación. Tras años de crisis, cada paso hacia la reconstrucción debe pensarse en clave productiva y tecnológica. Podemos lograr tener (si hay voluntad política) un corredor industrial que conecte Caracas con Valencia y Puerto Ordaz, operando con inteligencia artificial, energías renovables y logística digitalizada. Los ciudadanos formados de la diáspora, los más jóvenes de las nuevas generaciones formados en nuevos institutos técnicos, podrían participar activamente en fábricas inteligentes y startups tecnológicas. Definitivamente podemos soñar con un país donde el petróleo ya no sea la base, sino el trampolín hacia una economía diversificada, sostenible y global.
Venezuela no tiene que ser un espectador rezagado: puede liderar, claro está, si los políticos entienden que han llegado a servir y no han de ser servidos, por lo que una contraloría ciudadana permanente debe ser implementada también usando tecnologías y métodos como los que se utilizan en Taiwán. Si en Venezuela se logra cambiar el esquema económico y retrogrado que nos hundió como país durante el período de narcotirania de Chávez-Maduro, podremos ser el país que impulse con su ejemplo al resto de Latinoamérica.
El futuro está en nuestras decisiones
Nos ubicamos en un momento que puede marcar los próximos años de este Siglo que recién empieza y como región podemos pasar de ser exportadores de materias primas y consumidores de tecnología a ser una región desarrollada industrialmente, donde se generen empleos de calidad convirtiéndonos en Smart-Nations a la altura de Singapur, Estonia, Corea del Sur, Finnlandia o los Emiratos Árabes Unidos. Eso puede suceder si nos deslastramos de líderes demagógicos que creen que el cambio nace de discursos y no de decisiones audaces entendiendo que el libre mercado no es una utopía, sino la infraestructura invisible que genera prosperidad y hace que todo lo que se emprenda, logre florecer.
Latinoamérica puede elegir entre repetir su pasado de dependencia o construir un futuro de integración, libertad y prosperidad. En cuanto a mi país, Venezuela, con su ubicación estratégica y su capital humano, tiene todo para ser el faro que guíe a la región hacia una nueva era industrial.
Como bien recordó recientemente Donald J. Trump, “el futuro no está escrito: está esperando que lo produzcamos”. Esa verdad resuena hoy más que nunca en nuestras tierras: el porvenir depende de la valentía de nuestras decisiones y de la capacidad de convertir la esperanza en industria, la resiliencia en innovación y la libertad en prosperidad.
Por Dayana Cristina Duzoglou Ledo para Caiga Quien Caiga
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Email: eleutheriathikis@gmail.com
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