El punto de vista de Biden sigue fijo en un momento puramente analógico de las relaciones internacionales. Cosas de un chico siglo XX, tal vez. Su falta de profundidad es inquietante
Joe Biden ha revelado su verdadera estatura en cuanto ha tenido ocasión. Este es un párrafo del discurso del presidente de los Estados Unidos, después de que los talibanes tomaran el poder en Afganistán: «Nuestra misión en Afganistán nunca debió tener como objetivo la construcción de un Estado-Nación. No debió suponerse que estuviéramos creando una democracia unificada y centralizada. Nuestro único y vital interés en Afganistán sigue siendo hoy el que siempre ha sido: impedir un ataque terrorista en el territorio nacional americano». El problema de esta declaración no es moral, sino técnico. La prevención no meramente quimérica de un ataque terrorista es conseguir que cualquier estado fallido capaz de impulsarlo se convierta en una democracia sólida y fiable. Salvo la catalana, ninguna democracia combate contra otra.
El viejo debate americano entre aislacionismo e intervencionismo, consustancial a su proclamación como imperio y estrechamente vinculado a los orígenes de la nación, quedó desbordado con la globalización y, por lo tanto, con la globalización del terrorismo. Puede que el anzuelo populista trumpiano del America First sirva para ganar elecciones locales, pero es inútil para manejar el mundo. Los problemas importantes están vinculados con la limitación y la flaqueza de las democracias. El terrorismo es, obviamente, uno de esos problemas, pero ni siquiera es el más importante.
La pandemia del coronavirus ha puesto el mundo cabeza abajo por diversas razones. Pero entre las primerísimas está el lugar donde se supone que se originó. Si China fuera una democracia convencional, la información sobre la amenaza vírica habría circulado con mayor rapidez y garantía y probablemente habría permitido una respuesta más eficaz. Se discute si el virus se escapó o no de un laboratorio. Es importante saberlo, pero aún más reconocer que, en cualquier caso, el virus escapó de China, un lugar donde lo único cierto es el desprecio de los derechos humanos, y entre ellos el de la información.
El cambio climático es una amenaza global. Y hay un extendido consenso científico sobre lo que debe hacerse para mitigarla. Pero la decisión para ejecutarlo es política y enfrenta a las democracias con las dictaduras más o menos embozadas.
El punto de vista de Biden sigue fijo en un momento puramente analógico de las relaciones internacionales. Cosas de un chico siglo XX, tal vez. Su falta de profundidad es inquietante. El intervencionismo ya no es una opción ni para América ni para ninguna democracia. Si quiere sobrevivir, la democracia no tiene otro horizonte práctico que el de su imperialismo.
Tomado de El Mundo de España
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