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Opinión

Normalización de la expectativa negativa por José Luis Centeno S.

Por José Luis Centeno S.

La esperanza persiste pese a la desilusión habitual, traducida en desconfianza y desencanto.

En el día a día que vivimos, hay una realidad silenciosa que nos envuelve sin que muchas veces la percibamos en toda su dimensión: la forma en que nuestra experiencia cotidiana ha ido moldeando nuestra mente y nuestro existir.

Es como sí, sin darnos cuenta, hubiéramos ido tejiendo un hábito extraño, casi absurdo, donde la desilusión ya no nos sorprende, sino que se vuelve una compañera constante, casi familiar. De ahí, que no sea aventurado hablar de la normalización de la expectativa negativa del futuro.

Imaginemos por un momento que nuestras expectativas del futuro se han acostumbrado a lo negativo. No es que lo deseemos, ni que nosotros mismos lo provoquemos, sino que, poco a poco, aceptar lo inesperado y los fracasos se ha vuelto para muchos el “pan de cada día”.

Esto no es simplemente resignación, sino una especie de “normalización” de la expectativa negativa. Como si un mecanismo interno nos dijera: “Prepárate para lo malo, pero sigue adelante”. Ese “seguir adelante” es lo que hace que esa desilusión se transforme en una especie de burla hacia sí misma, una jocosidad sombría que alivia momentáneamente el peso de la realidad.

Esa habituación al desencanto tiene efectos profundos en nuestra mente y nuestro ánimo. La ansiedad se cuela en todos los rincones de la vida, como un ruido de fondo que nunca cesa, una presencia que se siente, se respira y se padece. Este estado de alerta permanente despierta obsesiones que alimentan ese círculo vicioso. Son como avisos internos que nos hacen estar siempre en guardia, porque el entorno parece impredecible, hostil incluso.

No es extraño entonces que el estrés postraumático haya echado raíces, porque no hablamos de algo pasajero ni aislado, sino de una compleja acumulación de experiencias opresivas que desgastan lentamente. Y en ese desgaste, la paranoia se vuelve una sombra persistente que no solo altera cómo actuamos, sino quiénes somos.

De suma preocupación. La sospecha constante, la sensación de que hay peligros ocultos o traiciones al acecho, con los consiguientes desengaños, convierte la convivencia en una tarea ardua y la confianza en algo difícil de encontrar.

Sumemos a esto la frustración de las promesas nunca cumplidas, lo propósitos torcidos, las decepciones repetidas y un escenario social que a menudo se pinta con colores de rechazo, animadversión y confrontación, especialmente en los espacios virtuales, que hoy funcionan como un espejo de nuestras tensiones y miedos colectivos.

Y hay que recordar que esta presión no se limita a quienes seguimos aquí y ahora, también alcanza a quienes han tenido que hacer el difícil camino del exilio, enfrentado dificultades migratorias y a veces la ingrata bienvenida en otros lugares.

Pese a este panorama, no estamos condenados a ser una sociedad derrotada o sin brillo. Se puede hacer un paralelismo con otros pueblos que, en circunstancias similares, han experimentado cambios profundos en su manera de ser y relacionarse: una confianza frágil, el aislamiento como refugio y un rostro menos alegre, menos abierto.

Pero también la historia nos enseña que es posible renacer, que de las crisis pueden surgir transformaciones valiosas.

Existe en el fondo, aunque a veces oculta bajo capas de escepticismo, una esperanza que nos impulsa. La idea de que, tras superar este periodo, el venezolano, a pesar de las fracturas internas y los cambios dolorosos, pueda reconstruirse como alguien que aspire a crecer no solo en resiliencia sino en capacidad para conectarse y confiar de nuevo.

Claro, esa reconstrucción llevará tiempo y no será fácil, porque la sombra de la desconfianza y la expectación negativa no desaparecen con rapidez. Pero la vida, siempre abrirá caminos para que florezca distinto. ¿Por qué?

Porque este sentir profundo de muchos, no es una visión pesimista ni un lamento interminable. Más bien, es la invitación a comprender cómo esta relación compleja con el tiempo y la experiencia ha formado nuestro presente mental y emocional, y una manera de reconocer que, aun en las sombras, la esperanza y la capacidad de renovarnos están a la espera de ser despiertas.

Por Jose Luis Centeno para Caiga Quien Caiga

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