Un dicho hebreo reza que “nunca muestres a un tonto un trabajo hecho a medias”. Y todo, porque sería incapaz de imaginarlo terminado y se dedicaría sólo a criticarlo. O a usurpar su ejecución. Pero igualmente, nunca muestres a un atrevido vivaracho el mismo trabajo trunco.
Pues aprovecharía las circunstancias para encarecerlo a partir de piadosas mentiras que sólo servirán para engañar a cuantos pueda. Peor aún, con una fantasiosa descripción de cómo convirtió lo imposible en concreta realidad.
Es exactamente lo que caracteriza un momento en la vida de cualquier sociedad que peca de ostentosa. De ingenua. O de parasitaria.
Es el caso Venezuela, toda vez que las cosas en el mundo de la política se desvirtuaron drásticamente. Y a una inusitada velocidad que a muchos sorprendió brusca y luctuosamente. Sin embargo estos casi 22 años que lleva retraído el país en medio de un forzado confinamiento, incitado por las desafinadas notas de una absurda revolución, han sido suficiente para obtener la conciencia necesaria que permite entender el fondo del problema.
Conciencia ésta, a partir de la cual podría posibilitar invertir el orden de la relación de poder que, con violencia y saña, ha marcado el desmoronamiento de la estructura política que se esforzaba por resguardar la institucionalidad democrática venezolana.
Por eso cuando el tiempo corre la brecha y pone el devenir sobre el surco de un nuevo año, se plantean crudas posturas contradictorias.
Que tienen la fuerza y el empuje necesario para apremiar situaciones de nueva factura política. Esto significa llegar al encuentro de firmes esperanzas que, indiscutiblemente, podrían animar cambios en la hoja de ruta del sistema político nacional.
Y esto, en la pauta del proyecto de gobierno, no existe. Es contrario al espíritu de libertades que choca con la ideología del régimen oprobioso y represivo. Sin embargo, persiste en el temperamento del venezolano demócrata. En todo sentido.
2021, por ser un año de agitada presunción electoral, puede verse cómo la imperecedera posibilidad de hallar el punto de inflexión conduciría hacia la recuperación política, económica y social del país.
Asimismo, cabe apostar a que 2021 representa un espacio que comprometería la recomposición de la oposición democrática. Toda vez que de su trabajo, podrán depararse esquemas y mecanismos de adhesión a la causa democrática.
Tanto como de convalidación al país que puede desarrollarse en el plano de sus capacidades instaladas y potencialidades probadas y demostradas.
Al estimar las realidades venideras desde esta perspectiva, 2021 sería un nicho de oportunidades para poner al descubierto la fachada que en principio el régimen usurpador intentó ocultar. Pero sin éxito alguno.
Aunque al pretenderse encumbrar las tonterías proclamadas por los actuales gobernantes, fue propagándose la estupidez que fungió de escenario para afianzar desatinadas expectativas. Expectativas éstas que inspiraron la retórica y narrativa del régimen para impulsar el populacherismo, escrito con el ortodoxo mote de “comunas”, que ha arrastrado al país a sitiales de impudor internacional.
2021 será un año, sin duda, difícil. La maquinaria del poder político (incluso, del económico) continúa en manos equivocadas. No obstante, tal como expone el verbo culto “desde el amanecer se conoce el buen día”. Lo cual quiere decir que, desde un principio, pueden advertirse ciertos finales.
Y 2021, augura o conjura algunos de esos imaginados finales. Entre tantos finales, podría pensarse en el que cabría significar el esperado restablecimiento de la paz social y política que merece Venezuela. Y su ciudadanía. Aunque tan anhelada realidad, deberá tener en cuenta 2021 razones para estar “ojo avizor”.
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