NOSOTROS SEGUIMOS O MORIMOS EN EL INTENTO
Actualmente, asistimos a una crisis del moderno concepto de “representación” política, pero no es esto en lo que quisiera fijarme aquí. Nuestro interés aquí se dirige, sobre todo, a analizar la confusión que se desliza frecuentemente en aquel argumento que establece una férrea división entre la privacidad de la moral y la publicidad de posiciones, porque, de una parte, dicho argumento pasa por alto lo que las convicciones morales, distinguen de los simples intereses o de las meras opiniones, y, de otra, olvida también que las convicciones morales incorporan contenidos cognitivos, que pueden ser objeto de un debate público de bastante más altura que aquel al que estamos tristemente acostumbrados.
Es una prueba más, para el carácter inagotable de nuestras convicciones, una realidad que hoy, vivimos, militantes, dirigentes como simpatizantes en nuestra organización política a todos los niveles.
Un tema crucial, que necesariamente, tenemos que tratar, para lograr, bajo el lema de la unidad articulada y la multiplicidad, que anuncia y juzga nuestra muerte o la continuidad de nuestro accionar político en Venezuela. La misma, constituye, el expediente principal en el tribunal de nuestra filosofía, que juzga nuestra defunción o permanencia de nuestro accionar político en esta realidad que compartimos, junto a la sociedad venezolana, en su compleja y profunda crisis.
Las diferentes categorías, con la cuales ha sido, señalada nuestra organización, donde por más de setenta años, nos albergo, donde compartimos y nos formamos, ha sido convertida, en un repertorio de inseguridad, de contradicciones y de incertidumbres dialécticas de posturas políticas que deslinda totalmente lo que fuimos, y lo que somos en el País. Esta realidad, repercute directamente sobre nuestra dirigencia, sobre nuestra militancia, y nuestros simpatizantes, pues muchos, creen que se trata de un simple problema de carácter interno, cuando la verdad no es esa, la situación es mucho mas grave.
Se nos, plantea la necesidad, de articularnos, entre lo que merece ser reconocido, como universal, por un lado, y lo que reclama, por otro, un reconocimiento de nuestra especificidad, de nuestro accionar, de nuestra visión de País y de nuestras propias realidades.
Nuestro horizonte, siempre ha estado compuesto, por la vigorosa discusión ideológica que nos ha caracterizado, que ha dado lugar, a entender, a esta experiencia de finales de siglo, desde la cual el espacio político que llamamos, “modernidad” se descubre, como un proyecto en crisis. Esta crisis, debe de ser, acogida por los socialcristianos, como un reto, que ha afectado la relación, en la búsqueda de una unidad de visión política, basada en el carácter incondicional de nuestros valores como metas, en la diversidad de valoraciones en nuestra visión de país, perteneciente a épocas y realidades distintas. Lo que nos indica, incluso, detentar, la necesidad de articular la unidad de lo social y la diversidad de sus voces a través de nuestra militancia y dirigentes en concreto.
Para nosotros, que hemos oído de nuevo, viejos argumentos, relativos al modo de enfocar la relación entre moral y legalidad en nuestra convivencia social cristiana. Debemos, de asumir, que la moral representa el ámbito de nuestras convicciones personales, privadas, y que, por consiguiente, no debe interferir en la elaboración en la construcción de un proyecto político de nuestra visión del país. Que sea abrazada, por la voluntad soberana del pueblo. Tenemos los mejores hombres, tenemos los dirigentes políticos con la mejor solvencia moral para presentarlos al país y al mundo. Para que, incorporen sus ideas, sus convicciones y las expongan al país, con tanta carga dramática de su identidad y su dignidad moral.
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