“Y todo lo que te venga a la mano, hazlo con todo empeño; porque en el sepulcro, adonde te diriges, no hay trabajo ni planes ni conocimiento ni sabiduría. Me fijé que en esta vida la carrera no la ganan los más veloces, ni ganan la batalla los más valientes; que tampoco los sabios tienen qué comer, ni los inteligentes abundan en dinero, ni los instruidos gozan de simpatía, sino que a todos les llegan buenos y malos tiempos. Vi además que nadie sabe cuándo le llegará su hora. Así como los peces caen en la red maligna y las aves caen en la trampa, también los hombres se ven atrapados por una desgracia que de pronto les sobreviene” (Ecl. 9:10-12).
“Que todos nos consideren servidores de Cristo, encargados de administrar los misterios de Dios” (1Cor. 4:1).
• Al comienzo, en silencio, con temor y expectación, me preguntaba por la experiencia de ocupar algunos cargos o desempeñar ciertas funciones y servicios.
• Luego, con humildad y gratitud, no rehuí los que se me asignaron, sin temor y con la mayor responsabilidad posible.
• Hoy, en parte soy lo que hice y hago, lo que sigo agradeciendo.
• Observé que bajo el sol se fraguan movidas de todo tipo por llegar a posiciones, no siempre animadas por los mejores motivos. No todo celo es piedad, y con mucha frecuencia usamos el nombre de Dios en vano o pecamos de “idolatrías”.
• Las instancias de poder (espacios y oportunidades de influir y servir), recibirlo, ejercerlo, otorgarlo o reconocerlo en otros, es algo siempre susceptible de dolores, traiciones y hasta muertes.
• La gloria de Dios y hacerle bien a la vida son para mí los mejores motivos y satisfacciones de los circunstanciales cargos y las oportunidades de servicio.
• Hoy sé que mi identidad no reposa sobre título o cargo alguno, sino en Cristo, en lo que soy (con mis luces y mis sombras) y me niego a fundir mi valía (ser) a circunstancias valiosas, pero pasajeras.
• Mi compromiso eterno es con Dios, por lo que he decidido vivir y servir hasta el fin en lo que él me conceda, con quienes él me permita, con lo que tenga a la mano, dando siempre lo mejor y hasta que él quiera; para lo cual no necesito más que vida, amor y entrega.
• He llegado a pensar que ciertas apetencias constituyen intentos tristes y velados por suplir carencias del alma de un modo equivocado. Que no hay que permitir que nadie viva (asuma) tus logros y errores.
• Tengo gran respeto por quienes ejercen autoridad con la gracia de Dios, el testimonio de sus vidas y el aval de sus pares.
• He asumido el compromiso de orar y apoyar a quienes están en autoridad en buena lid, con mucha o poca experiencia.
• Ya veo que cargo no es autoridad, ni activismo eficiencia, ni resultados satisfacción, ni ocupación responsabilidad, ni halagos respeto.
• Aprende uno que los éxitos y los fracasos son pasajeros, no son definitivos. Todo pasa. Nunca satisfarás a todos.
• Se puede decir “no” (mi lección más repetida). La deslealtad existe (mi comprobación más dolorosa). Todos cometemos errores. Hay que asumir consecuencias (mi aprendizaje más profundo).
• Sé que nadie se hace solo, que las competencias son estúpidas, que los colaboradores importan más que los adversarios y que nada vale el precio de los verdaderos amigos.
• Al final, quedan la sonrisa de Dios, el gozo del deber cumplido, la reconciliación con los errores, los silencios ante los éxitos, la gratitud por las oportunidades de servir, los recuerdos, las conversaciones, lágrimas y risas con la gente que te amó y ama, con o sin cargos; sí, esa que siempre estuvo, incluso puesta en espera, y que seguirá emocionada cuando las velocidades bajen, el bullicio mengüe y las luces se apaguen.
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