Adolfo Suárez visto desde América, fue uno de los grandes fundadores y constructores de la democracia española, pero sobre todas las cosas fungió como un gran puente hacia la reconciliación y la paz de esa Nación. Uno de esos personajes indispensables en las transiciones, porque fue un hombre capaz de conectar pasado y futuro, autoritarismo y democracia.
Nos dejó como lección que los grandes protagonistas de la democracia son aquellos que la entienden y que la viven sin dogmatismos ni extremismos, que saben percibir la dificultad del momento que viven y que con pragmatismo perdonar los rencores del pasado para darle pasar la página. Un papel nada sencillo.
Suárez fue un hombre de derecha que supo construir el puente correcto para que la izquierda de ese entonces arribará al poder, pero sobre todo para que llegara a la institucionalidad y a la democracia en el sistema político español. Esta es quizás su mayor aportación.
Muchos méritos se ven en la biografía de Suárez, el más claro: la tolerancia, el talante y el talento, de saber cómo y cuándo incluir a todos.
Con sus debilidades y contradicciones, Suárez entro a la historia española porque supo introducir la llave de la reconciliación y abrir la puerta en el momento correcto. Porque fue un personaje oportuno que supo incluir a todos y convertirse a tiempo. Supo hacer profesión de fe democrática con “D” mayúscula e hizo política con “P”.
Entendió que la política se hace con realismo “no con odios ni revanchas”, además sirvió de conciliador moderado para materializar el pacto de la Moncloa que originó la sólida democracia que hoy por hoy sustenta a la hermana República de España.
Desde Unidad Visión Venezuela nos esforzamos por alcanzar un pacto multilateral que nos saque del conflicto actual y nos enrumbe hacia el progreso, el funcionamiento de los servicios públicos, la alimentación de nuestro pueblo y el acceso a la justicia.
Tenemos claro que cuando hay demócratas genuinos, la democracia convierte y redime. Que la democracia real nunca la hacen los puros ni los dogmáticos, la hacen los pragmáticos, la construyen muchas veces hombres con pasado y antecedentes autoritarios. Los que conocen, comprenden y advierten que es necesario cambiar, porque precisamente como vivieron el autoritarismo, prefieren con pleno conocimiento de causa a la democracia.
En mi opinión Suárez tiene varios momentos estelares en la transición española, pero uno de los más relevantes es el del negociador que construye un proceso de diálogo con todas las oposiciones, dando como resultado una nueva Constitución. De igual manera me parece importante su plática e intercambio con Santiago Carrillo.
Porque al final, la democracia no consiste en vencer hasta eliminar, sino convencer hasta sumar. Suárez sin lugar a dudas dio una gran lección de democracia en la historia de las transiciones.
Por supuesto que cada proceso de transición tiene sus particularidades y las comparaciones suelen ser chocantes y molestas. Es clara y obvia la singularidad de cada proceso de construcción democrática, pero la política comparada, la revisión de distintas experiencias y el análisis de otras transiciones nos ayudan a enriquecer el juicio, para en la medida de lo posible tratar de experimentar en cabeza ajena.
Aunque en Venezuela nos quede mucho que aprender de aquella generación de demócratas, de esos diálogos y acercamientos, así como de la tolerancia necesaria; desde Unidad Visión Venezuela tenemos la plena certeza de que más temprano que tarde lograremos esa transición ordenada y pacífica que nos merecemos.
Como dice un refrán por allí: “No hay nostalgia peor que añorar lo que nunca jamás sucedió…”. Ese es el tipo de añoranza que dan los encuentros que no se dieron, los que jamás existieron y siguen sin existir, entre muchos adversarios y opositores políticos, en varios países de América Latina, incluyendo a nuestra Venezuela por supuesto. De esos desencuentros se explican casi siempre, la lentitud, la mala calidad y el mal funcionamiento de varias de las democracias latinoamericanas.
No olvidemos que la democracia se hace frágil cuando los contrarios no se encuentran. Por eso, Suárez es una lección de construcción digna de emular. Me quedo con ese Suárez -el flexible, del diálogo-, pero el que junto con Santiago Carrillo y Gutiérrez Mellado se quedó firme en su lugar en el Congreso, al escuchar las balas en aquel golpe del 23 de febrero de 1981. Un Suarez que no se agacha, que no se tira y que no se esconde, simplemente porque la flexibilidad de Adolfo no era debilidad, era sencillamente convicción democrática.
En resumen, Suárez fue un demócrata extraordinario, que hace mucha falta en la Venezuela de hoy, para enderezar el entuerto y la descomposición socio política que actualmente enfrentamos.
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