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Opinión: Narrar y comentar el deporte, Por David Figueroa Díaz

Mañana  se celebrará en Venezuela el Día del Periodista, fecha que fue instituida para honrar a los que con dignidad y con mucho profesionalismo ejercen el noble oficio de informar.

Su origen se remonta al 27 de junio de 1818, fecha en la que apareció el primer ejemplar del Correo del Orinoco, publicación de índole patriota que llegó a ser la voz de la independencia de América ante las potencias y los pueblos del mundo, creada por Simón Bolívar.

Venezuela vive hoy la peor crisis económica y social en su historia contemporánea, y sin lugar a dudas, el periodismo ha sido el oficio más golpeado, amén de que se han juntado varios elementos para que, con contadas y honrosas excepciones que se distinguen muy fácilmente, se haya malformado y no sea genuino, crítico, informativo, investigativo, político y de opinión.

Pero a pesar de las dificultades, siempre habrá motivos para celebrar el orgullo de ser parte de ese gremio cuyos miembros aman el oficio, saben cuál es su responsabilidad ante la sociedad, y son defensores de las libertades consagradas en el ordenamiento jurídico vigente, nacional y universal. ¡Felicidades!

Y como la herramienta básica de trabajo de un periodista es el lenguaje, el tema de hoy está relacionado con la narración y el comentario deportivos, para seguir la secuencia de los anteriores, en los que me he referido al lenguaje periodístico en varias facetas, en virtud de que, también con la excepción de brillantes figuraciones, hay una considerable cantidad de impropiedades que vale la pena señalar, con el deseo de que sus protagonistas tomen conciencia de la importancia de llamar las cosas por su nombre, para lo cual será fundamental hablar bien y escribir de la mejor manera, sin pretensiones de dictar cátedra.

Sobre este asunto he escrito en varias ocasiones, y recuerdo que antes de esta, hace ya varios años, se suscitó una polémica porque supuestamente había ofendido a los narradores y comentaristas de Acarigua-Araure, una conurbación del estado Portuguesa, Venezuela, en la que hay una gran afición por el balompié, estimulada por la existencia del equipo Portuguesa Fútbol Club, que en su época de gloria llegó a ser uno de los más importantes de Sudamérica.

Siempre he dicho que en la narración y el comentario deportivos, hay muchos disparateros; pero también he destacado que paralelo a esas barbaridades que se oyen casi a diario en radio y televisión, hay destacados narradores y destacados comentaristas que conocen muy bien su oficio, y lo ejercen con mucho profesionalismo, ¡y provoca oírlos!

Cada vez que hablo de este asunto, tengo el cuidado de reconocer que no todo es malo; pero he sido frontal a la hora de cuestionar el mal uso del lenguaje y el desconocimiento de aspectos que son vitales para ejercer de forma medianamente aceptable el oficio. Por esa razón muchos de los que narran y/o comentan el deporte se han sentido ofendidos, y hasta han estado tentados a emprender acciones judiciales por la supuesta ofensa proferida.

Los disparates en la radio y en la televisión se deben en gran parte al bajo nivel de instrucción de un gran número de narradores y comentaristas, a lo que se aúna la falta de conocimiento del reglamento y otros elementos de la disciplina en cada caso. Han llegado a la radio o a la televisión quizás por su afición al deporte, o porque sean poseedores de un buen timbre de voz y un amigo o amiga les dijo que podían ser narradores o comentaristas; pero ignoran que eso no es suficiente. Se necesita más que buena voz.

Y como en todas las facetas de la comunicación social, existe una amplia gama de impropiedades que ocuparían mucho espacio, por ahora solo voy a referirme a dos: el tiempo de «descuento» en el fútbol y la «mínima diferencia» en todos los deportes de anotación. Esas frases se han arraigado en las transmisiones deportivas, no todas, por supuesto.

Aunque la palabra descuento relacionada con el fútbol la registren los diccionarios, en esa disciplina no se descuenta tiempo, sino se añade, para compensar el que se ha perdido por faltas, sustituciones u otras situaciones que impliquen la paralización del juego. Descuento sería si en lugar de los noventa minutos que establece el reglamento, el árbitro principal decidiera que el partido termine a los ochenta, por ejemplo. Se le llama tiempo añadido, de reposición, agregado, adicional, etc.; pero jamás descuento. El descuento es un cuento muy viejo, del que ya no debería haber dudas; pero aún quedan resabios. La Real Academia Española debería cambiar la definición que del referido vocablo registra en su diccionario.

En cuanto a la «mínima diferencia», la cuestión estriba en que muchos narradores y comentaristas desubicados la emplean para indicar que un equipo ganó por un gol, por una carrera, por una canasta, por un punto, según sea la disciplina. Es incorrecta por incierta, pues entre uno y cero hay una mínima diferencia; pero también la hay entre cuatro y cinco, entre ocho y nueve, entre noventa y noventa y uno, etc. La forma adecuada es la mínima anotación, pues no existe otra.

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