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Opinión: Origen egipcio del 23 de Enero, Por Gerónimo Pérez Rascaniere

Otra visión del 23 de enero de 1957. Un análisis geopolítico.


Pérez Jiménez y la OTAN
El derrocamiento de Marcos Pérez Jiménez es un episodio del choque entre la OTAN y la anti-OTAN existente en aquella época y quizá todavía hoy.

Sucede en tres frentes a la vez, Egipto, Panamá y América Latina. Bien ilusionado y apoyado por Dean Acheson, embajador estadounidense en El Cai­ro, el presidente Gamal Abdel Nasser nacionaliza el Canal de Suez. En respuesta, Inglaterra y Francia, accionistas del canal, invadieron Egipto. Y poco después se sumó Israel, por razón de su enemis­tad contra todo lo árabe. Espantosa derrota fue la de los egipcios.

Los diarios pintaban al David judío esgrimiendo la honda, vic­torioso, y al gigante Nasser tambaleándose con la frente herida. Pero al trío de vencedores le aguardaba una sorpresa. Actuó el primer ministro ruso Nikita Kruschev y les anunció desde Moscú que tenían 72 horas para abandonar territorio egipcio. Los britá­nicos impetraron ante el presidente Eisenhower las obligaciones norteamericanas de solidaridad pautadas en la carta de la OTAN y en otras de «Defensa del mundo libre contra el comunismo».

¿Qué hacen los estadounidenses? ¿Amenazan al ruso, como buenos tíos fuertes de los invasores? Nada de eso. Dijeron a los ocupantes de Egipto que debían salir a la brevedad posible de un territorio donde nunca debieron poner los pies. El mensaje era que muy torpes habían sido sirviéndole a Nikita Kruschev el perfecto pretexto para aparecer como el héroe salvador de los árabes. Con humillante retirada tuvie­ron que salir de Egipto ingleses, franceses y judíos. Con el rabo entre las piernas. Sí. El motivo de la anti-otanista conducta de Eisenhower debió ser el miedo a una ola que estaba corriendo sobre el Medio Oriente, una ola inmensa de popularidad llamada Gamal Abdel Nasser. La nación árabe despertaba con este nombre y este discurso.

La crisis de la OTAN por el asunto de Suez la posición de Eisenhower, había sido antibritánica, pero quizá eso no significara que estaba dispuesto a aumentar los problemas con Inglaterra, matri­moniándose con los dictadores de América Latina. ¿Planeaba más bien suavizar aquella tensión?

Pinchar el culo a los mamuts
La crisis de la OTAN crecía. Considerándose traicionados por los norteamericanos, los ingleses dijeron «basta » y la organización quedó casi disuelta, la sede en Londres era un edificio con unos escritorios y unas secretarias, sin ningún jefe. Noticiado de esto el «dictadorcito venezolano», siente que es llegado el momento de dar su gran golpe, que denomina «cuadrar el mapa». Así lo llama, así lo pactó con Carlos Delgado Chalbaud en los días en que apareció el memorándum Mallet-Prevost, así lo pensó desde sus tiempos de estudiante. La formación de la OTAN los detuvo, pero ahora se puede, entiende. «Cuadrar el mapa» significa recu­perar trozos perdidos por Venezuela en la Guayana Esequiba y en Colombia. Por el lado de Colombia, se prepara para conquistar la margen occidental del Orinoco, y el apostadero del Arauca, que trazando una raya recta hacia el sur llega al sitio donde se encuen­tran Perú, Brasil y Colombia. Es una enorme banderola que daría a Venezuela acceso al río Amazonas. También se propone con­quistar la península de La Goajira, garantizando la perfección del control del lago de Maracaibo, sin inmediateces colombianas al petróleo e incluyendo las minas de carbón de Cerrejón, que pasan por las más ricas del mundo. Pero lo grande será en la Guayana Esequiba. Preparando eso mandó a estudiar a Estados Unidos cadetes que se hicieran expertos en el manejo de cierto tipo de aviones de combate, compró los dichos aviones, compró lanchas de suelo plano para remontar el Esequibo, cinco mil fusiles FAL, calibre 7 mm. Entre sus hombres para eso, jefes, tiene a Car­los Celis Noguera y Martín García Villasmil. Celis Noguera es un gran planificador. Rómulo Fernández será el jefe grande. Tenía tres elementos su estrategia: a) Petróleo; b) política: nada de compras a Inglaterra, nada de ven­ta de petróleo a quien negocie con Inglaterra; c) acción militar, con ocupación de la Guayana Británica tipo blitzkrieg.


Todo contra Inglaterra hasta que procediera a aceptar el memorán­dum Mallet-Prevost, que daba posesión de la Guayana Esequiba a Venezuela. “A la larga, decía Pérez Jiménez, Albión compren­dería que le convenía ceder, porque si continuaba allí terminaría entregándole ese territorio a «los negros» que forman la mayoría guayanesa”.

Pérez planea desarrollar a fondo la crisis de la OTAN, hasta des­baratar la Doctrina Monroe y excluir a Inglaterra de dominio en América Latina. Combina otra jugada en el tablero del petróleo. Es como sigue:

Ya Harry S. Truman había impulsado la «Détente», una política de incremento de presencia de los Estados Unidos en el Medio Oriente. No bastaba sacar de aquel petróleo a los británicos, hay que parar también a los soviéticos. Exige a las compañías petrole­ras norteamericanas instalarse en el Medio Oriente, formalmente. Debían meter allí dinero. El destino de los Estados Unidos en el resto del siglo obligaba a la contención de la Unión Soviética, sobre todo porque los comunistas —no en tanto comunistas sino como herederos de la madre Rusia, según la explicación milenaris­ta— tenían por destino extenderse por el Medio Oriente. Ése era su destino manifiesto y a los Estados Unidos le tocaba detener eso.

El general Eisenhower mantenía la Détente en 1956, reforzada. Le ofrece a la Standard Oil, a la Mobil, todo el apoyo diplomático y militar para que se instalen allá. Siempre se ve a los Estados Unidos y a sus grandes compañías como lo mismo y eso es verdad muchas veces, pero no lo era en 1957, cuando se estaba en un momento de ascenso del Estado americano por encima de las empresas pri­vadas y el Estado imponía políticas a las compañías.

Pero las corporaciones no parecían entusiasmadas con la Détente. Estaban asustadas por el grueso dedo que mantenía Nasser sobre el gatillo del nacionalismo árabe. ¿Qué hace Pérez Jiménez? Ofre­ce a las petroleras un estable paraíso en Venezuela. En realidad, venía ofreciéndolo antes de que hubiese crisis en el canal egipcio, pero ahora da concesiones, cobra bajos impuestos que las mul­tinacionales aceptan contentísimas. Tras firmar los contratos en el salón presidido por la pintura ecuestre de Bolívar, la Shell, la Exxon y nuevas empresas como la Arco, la Pantepec, etcétera, sonrieron, con los hocicos untados en pasta negra y barata. Y el general, lleno de dinero, se dio a hacer esas grandes carreteras, represas y ciudades obreras que eran su obsesión. Contra lo que una visión general del imperialismo aconseja creer, el Estado nor­teamericano no estaba complacido; no podía estarlo, pues nece­sitaba en Caracas todo lo contrario, necesitaba un diablito que le pinchara el culo a los mamuts del petróleo, obligándolos a cruzar en manada el Atlántico y el Mediterráneo para ir a echarse sobre las arenas medio-orientales. Es factible que esos mamuts rebeldes a sus instrucciones sean parte del «complejo militar industrial» que Dwight Eisenhower denunciará en su mensaje de despedida de la presidencia —transmitido por televisión— calificándolo de fuerza que gobierna en la Unión norteamericana a contrapelo de lo que diga el presidente elegido por la mayoría ciudadana. A partir de 1956, Pérez Jiménez está bien con las compañías petroleras, pero mal con el Estado norteamericano.

Agua, Guayana Esequiba y comunistas de Pérez Jiménez


Perón había dicho que el siglo XXI encontraría unidos a los lati­noamericanos o los encontraría muy mal. Si uno ve con detención el tamaño de las industrias básicas que crea Pérez Jiménez —si­derúrgica y petroquímica—, siente que se las ha pensado para ali­mentar el subcontinente entero. Y Leonardo Altuve Carrillo llega a Brasil en octubre de 1957, insuflado por una misión trascenden­talísima. Viene a combinar con el presidente Juscelino Kubitschek la parte brasileña del plan del que el «jefe Pérez» saldrá estabilizado en la presidencia de Venezuela por una década más. Hay más en su encargo: que­dará América Latina unida, un cometido de tamaño bolivariano y, según él y quienes en Caracas lo han comisionado, de intención bolivariana.


Brasil estaba conflictuado por­que la casa matriz de la Standard Oil había ordenado que no se suministrara petróleo a Brasil, del cual era enemiga a causa de ha­ber fundado aquel país a Petrobras. Lo argüido, por supuesto, no era esto sino la crisis de Suez, que ponía escasez de petróleo en el mundo. Esa angustia traía el brasilero. Por iniciativa de Altuve, Pé­rez Jiménez recibe en Caracas a Kubitschek y ordena, tras algunos tratos, que se le venda todo el petróleo que necesite. Viene Nunes, presidente de Petrobras, a Venezuela, y viene luna de miel. Antes Venezuela y Brasil vivieron de espaldas.

Altuve tiene un primer contacto, a nivel de Cancillería brasileña. Explica al canciller Macedo Suárez el plan de Pérez Jiménez: en operación militar aerotransportada, Venezuela tomará Guayana, el 19 de abril de 1958. A Pérez Jiménez y a Kubistchek les toca enfrentar una astucia porque, a raíz de la inserción de la frase «po­tencia extracontinental», en la decisión donde la OEA se obligaba a actuar contra Guatemala, con lo que quedaba también definida Inglaterra como posible enemiga, ésta optó por darle la indepen­dencia a la Guayana Británica. La Guayana Británica no existe, ahora existe la flamante República Independiente de la Guyana, por lo cual lo que estarían atacando Venezuela y Brasil sería un país independiente. Respecto a Pérez Jiménez se dirá en el mundo que es típico acto de militar dictador fascistoide, respecto a Bra­sil, algo. Acto imperialista parecerá, sin reparar en que es una red mundial de «Estados tapón» lo que está siendo tocado, ya en el Nilo, ya en el Orinoco. ¿Es realmente independiente la República de Guyana? Los resultados de esta crisis y de la de las Malvinas hablarán de esto con hechos.

Macedo Suárez refiere al diplomático venezolano a un hermano suyo, ahora presidente de Petrobras, para que pacten una acción conjunta porque Brasil tiene en la región guayanesa más reivindi­caciones inclusive que Venezuela, ya que la Guayana Holandesa y la francesa son territorio robado al enorme país por esas dos po­tencias europeas y usado para taponarlo por el norte.

—Tomaremos las Guayanas juntos.

El diplomático se ilustra con su intriga y su señorío. Ambos le so­bran a Leonardo Altuve, que durante la audiencia de presentación de credenciales ante Kubitschek, retira el papel de envoltorio a un regalo que ha traído. Queda a la vista un jarrón del siglo XVII auténtico, preciosamente azul, con visos dorados. Lo ocupa sola­mente una orquídea, fresca, viva. Altuve explica que es un regalo del presidente Pérez Jiménez para la señora Kubitschek. Sonroja­do de la emoción, Kubitschek invita a Altuve a comer en su casa, «en un recibo modesto», puntualiza. Eso es un honor inusitado, pues el estilo diplomático de Brasil es muy pomposo, el entorno de Kubitschek se asemeja a la corte de Felipe II. El recibo modesto fue de cien cubiertos. Tomando el pluscafé, el embajador anuncia que el gobierno venezolano ha acordado concederle al presidente de los Estados Unidos del Brasil su máxima condecoración. Hay sonrisas amabilísimas. Altuve, utilizando una audacia que termi­naría por marcar su imagen de diplomático, señala que el máximo honor para Venezuela sería que el presidente recibiera la conde­coración en la embajada de Venezuela. Kubitschek acepta y su esposa está encantada.

El embajador venezolano carga entre sus papeles el memorándum Mallet-Prevost. Se lo citará en los tribunales internacionales, en apoyo de la acción venezolano-brasilera en la Guayana Británica. Hará maravillas en la ONU. Venezuela y Brasil gozarían del apoyo del Departamento de Defensa o Pentágono. Ello no significa el apoyo oficial estadounidense: tendrían en contra al Departamento de Estado, en poder de Adolf Berle, muy amigo de Rómulo Betan­court y de la línea OTAN. En el plan de los padrinos estadouni­denses de Pérez Jiménez —Henry Holland, el más visible—, una vez invadida la Guayana por los ejércitos venezolano y brasileño, los Estados Unidos aparecerá como fuerza mediadora, evitadora de la violencia, en realidad estabilizando la toma dentro de la po­lítica de descolonización, ahondando un poco más la herida que está abierta en la OTAN.

Había otra condecoración en el maletín de Leonardo Altuve Carri­llo, para el vicepresidente João Goulart, popularísimo líder socia­lista, el principal de Brasil, vinculado a Juan Domingo Perón por una relación de discípulo a maestro, que pasaba por encima de que el uno era fascista y el otro cercano al comunismo. Al movimien­to de Goulart se titulaba «travaillismo». Altuve le escribe al «jefe Pérez» que primero debe ser condecorado Kubitschek —PJ está de acuerdo— y luego se «decorará» al vicepresidente travaillista. Y luego, una delegación sindical venezolana viajaría a Brasil y sería recibida por Goulart y apoyada por el travaillismo continental.

También del lado venezolano, el proyecto tiene sus comunistas. Insólito resulta que colabore con «los rojos» quien, como Altuve Carrillo, inició su carrera de político introduciendo una carga de dinero del Vaticano en España para financiar el alzamiento del general Sanjurjo, allá por 1934. E insólito desde luego que comu­nistas colaboren en un plan de un gobierno fascistoide como el de Pérez Jiménez, contra el cual conspira el Partido Comunista oficial, estando preso Jesús Faría, uno de sus máximos dirigentes. Pero es así, y en Caracas, por la esquina de Cruz Verde, se ha abierto cier­to sindicato bolchevique que está coordinado por un comité masónico-rosacruz-comunista cuyo jefe es el intelectual Miguel Acosta Saignes.

Explicó el general Pérez Jiménez en la entrevista con el autor de este artículo, ya referida, lo siguiente:

«—Teníamos un comunismo nacionalista. Juan Bautista Fuenmayor, por ejemplo, era un hombre meritísimo y mío. Chicho Heredia y Nelson Luis Martínez también. Claro, había el ala comunista de Gustavo Machado y Jesús Faría, que estaban en la oposición. De ésos había que cuidarse —dijo. Y añadió: —Pero teníamos ami­gos, uno de ellos el general José Rafael Gabaldón, que podía ser el presidente a partir del 19 de abril de 1958, estaba apalabrado para eso, porque yo me dedicaría a lo militar. Un hombre muy notable el general Gabaldón, amigo de Eleonora Roosevelt, de Nikita Kruschev y del futuro papa Juan XXIII. Hijos de él eran también Ali­rio Ugarte Pelayo, que se suicidó y Argimiro Gabaldón, que murió como jefe de guerrillas».

Ya otro hijo del general Gabaldón estaba en la Corte Suprema de Justicia de Pérez Jiménez, abocado a los juicios petroleros de alta confianza del poder, teniendo también alcance sobre diferendos de orden internacional por encargo de Pérez Jiménez. Por su par­te, el diplomático Altuve Carrillo confió al autor de este artículo, ante insistentes preguntas:

«—Cuando los Estados Unidos dominan Arabia Saudi­ta e instalan cohetes apuntando a Rusia, los jefes rusos se sintieron muy agredidos, llamaron a los comunis­tas venezolanos y les ordenaron colaborar con Pérez Jiménez».

Estas afirmaciones afinan con el hecho de que el rey Saud visitó Es­tados Unidos en enero de 1957 y a su regreso se anunció que Estados Unidos vendería armas y concedería otras ayudas suplementarias a Arabia Saudí, a cambio de una prórroga en la autorización del uso de la base aérea de Dhahran. Choca sin embargo con las decisiones del XX Congreso del Partido Comunista, previas, de 1956, donde, tras las denuncias de Kruschev que llevaron al antiestalinismo, se señaló como línea de conducta a seguir la colaboración con las de­mocracias burguesas contra las dictaduras, lo que llevaba implícita la colaboración con Acción Democrática contra Pérez Jiménez.

Boquerón
La Venezuela reconstruida por Pérez Jiménez se condensa, simbó­licamente, en las dos torres de El Silencio, situadas en el centro de Caracas y que eran en aquella década de los cincuenta, las mayores de América Latina. Centra esta especie de sagrario del perezjime­nismo constructor, la plaza techada «Diego Ibarra», centrada a su vez por un mural de César Rengifo, pintor comunista, dedicado al mito de Hamalivaca, en el que se muestran, evocan y citan los caminos del agua, que existieron y se activaron en tiempos de los indios. Equivalente función simbólica tiene la estatua de María Lionza, del escultor Colina, que se colocó frente a la Universidad Central de Venezuela. Gruesa, realizada en tosco cemento, en con­tacto diario y físico con los habitantes automovilizados de Caracas, es la versión indígena y original de la diosa, la Yara cabalgante de una danta, el animal que igual avanza por la selva que por el agua. La versión francesa o española de María Leonza, representada por Eugenia de Montijo en su trono, está siendo objeto de difu­sión masiva por la policía. Y de agua hablan también los nombres —Boquerón 1 y Boquerón 2— de los túneles de la autopista que comunica a Caracas con su puerto de La Guaira, obra que resalta el orgullo del régimen, comparable, según sus propagandistas, al Canal de Panamá.

Boquerón era un nombre venezolano, hubo una estación Bo­querón del tren Caracas-La Guaira del siglo XIX, pero también hablaba de agua y de guerra y de unidad de América Latina, pues Boquerón es un punto clave de unión de ríos que se habían dis­putado Bolivia y Paraguay en la Guerra del Chaco. Nombrar a Boquerón era regresar al tema canalero, pues la dicha unión de ríos constituye acceso a una vía de salida de Bolivia hacia Brasil y el mar Atlántico por el estuario del Plata, salida que se hizo urgente y desesperada cuando una decisión del tribunal de La Haya condenó al país con nombre de Bolívar a la pérdida de su salida al Pacífico, salida que le era natural y que poseía cuando lo creó Antonio José de Sucre e incluso antes. El taponamiento llevó a Bolivia al intento desesperado por el Atlántico, a costa de Paraguay. Fracasó y tuvo por su batalla más terrible a Boquerón. Boquerón significaba, pues, el taponamiento de la «tierra cora­zón» de América del Sur.

Hay más: si vemos con detalle más cercano, descubrimos que, de las muchas regiones de Bolivia, la que más se beneficiaría de la dicha salida hacia Paraguay, Brasil y el Atlántico es la que forman Santa Cruz y Tarija, regiones ricas en gas y petróleo, dos com­bustibles que también estuvieron como fondo de la guerra del Chaco. En los prólogos de aquella guerra se decía que el Chaco era un inmenso lago de petróleo subterráneo que llegaba hasta La Asunción, y ello coloreó la injerencia o motivación petrolera de la guerra, pues Bolivia se alió con la Standard Oil de Rocke­feller mientras Paraguay se aseguró el apoyo de la Royal Dutch Shell. Con el desenlace de la guerra Bolivia, perdedora, acusaría a la Standard Oil de traición, de haber apostado por Paraguay o por Argentina, madrina de ésta, de haber, además, colocado duc­tos secretos que sacaran el petróleo boliviano hacia territorio ar­gentino sin pagarle a Bolivia. En retaliación, el Estado boliviano decretó el «desahucio» de la Standard Oil, que duró unos veinte años. En la actualidad se ha conocido que bajo el Paraguay existe el Acuífero Guaraní, uno de los depósitos subterráneos de agua más grandes del mundo, de un tamaño mayor que Paraguay De la vecindad con una vía hídrica hacia el Atlántico, de la riqueza combustible y del acuífero, en la medida en que fuera conocido, deriva que Santa Cruz y Tarija sean zonas secesionistas, por lo que el nombre de Boquerón contenía memorias de broche terri­ble. Desde los tiempos de la Independencia, el secesionismo y el misterio marcan a la región tarijeña. Bolívar se ocupó de ese misterio, como se ve en la siguiente carta que el mariscal Antonio José de Sucre, presidente de la recién creada Bolivia, dirigió a su amigo José Alvear, político argentino:

Septiembre 9 de 1826


“Los tarijeños desconfiados de la poca protección que habían tenido (de Argentina), y pensando que aque­lla protesta era el ultimátum que los ligaba a Salta o a aquella república, a lo que ellos han mostrado una re­pugnancia obstinada, han hecho una revolución el 26 de agosto proclamando su reincorporación a Bolivia (…) yo creo que los del gobierno de Buenos Aires me complican en ese suceso pero aunque hacia ellos me importa tres bledos lo que opinen no estoy en el mis­mo caso con respecto de usted, que fue el encargado de manejar con el Libertador esta negociación (…) por aquí se dice, con referencia a cartas de Buenos Aires, que usted ha vendido a ese gobierno los secretos que le confió el Libertador. Yo no sé si él le ha confiado secretos que valgan algo pero considerando a usted un caballero, he defendido y sostenido que usted es inca­paz de una baja acción».

Tarija estaba dentro de la misión que adelantaba Leonardo Altuve Carrillo en Brasil por confianza de Pérez Jiménez y ello se expre­sará en un levantamiento semisecesionista sucedido en Santa Cruz en diciembre de 1957, con apoyo de Juan Domingo Perón, finan­ciamiento de Marcos Pérez Jiménez y dirección in situ de Henry Finch Holland, recién sacado de su oficina de Subsecretario para América Latina del Departamento de Estado8. Este levantamiento fracasó y ello acaso tenga que ver con la caída del dictador, que vivía su momento de triunfar o desaparecer.
El separatismo de Tarija y Santa Cruz toma presente con motivo de la existencia del gobierno de Evo Morales. Los Estados Unidos y las otras potencias mundiales se interesarán en él. Las conductas de Argentina, Brasil, Paraguay y Chile sobre el caso influirán, po­sitiva o negativamente, en la unidad latinoamericana. Hasta aquí el agua en la política de Pérez Jiménez.

Secretos de un derrocamiento


Volviendo al tema de la invasión a la Guyana, agregó el ex-presidente:

«—En Guayana Británica había un estado de opinión muy favorable a la intervención que preparábamos. ¿Usted sabe cómo se había obtenido? Con películas. La gente se paraba a aplaudir en los cines de George­town cuando pasaban un noticiero con los adelantos de Venezuela, las carreteras, las represas. Era todo lo que ellos querían y no les daba Inglaterra».

Pero no todo es tan triunfal como aparenta Pérez Jiménez. Circu­lan en Caracas, clandestinamente, ejemplares del libro Venezuela, política y petróleo, de Rómulo Betancourt6, buida denuncia del ré­gimen perezjimenista. La Seguridad Nacional hace allanamientos, buscándolo. Menos nombrado pero dicho en los altos círculos es que el general López Contreras se ha instalado en Nueva York, en actitud de improbación del gobierno. Y Eugenio Mendoza, el hombre más rico del país, que era gran socio de los planes de siderurgia de la dictadura, también ha salido discretamente de Venezuela y en el restaurante de un lujoso hotel neoyorquino remata las acciones de dichas empresas por un mínimo porcentaje de su valor nominal, diciendo con el unívoco lenguaje del dinero que valora en nada el futuro de Pérez Jiménez y de sus planes.
Llega la Semana de la Patria de 1957. Miguel Acosta Saignes y Ma­riano Picón Salas desfilaron ante la tribuna presidencial. En ella, al lado de Pérez Jiménez, figuraba Alfredo Stroessner, alemán de nacimiento, dictador entrante de Paraguay. Era julio. Altuve Ca­rrillo continuaba en Brasil. Un delegado de Itamarati, la Cancille­ría brasileña, lo visitó para pedirle que renunciara a condecorar al presidente Kubitschek en la Embajada. «Ello va contra los usos y tradiciones diplomáticas de Brasil», explicó el hombre, dando a entender cosas que vienen de antes de Kubitschek y continuarían cuando éste hubiera desaparecido.

—Había advertencia y quizá amenaza en las palabras de aquel hom­bre —explicó Altuve—. Unos seis años antes un funcionario de la Cancillería brasileña de apellido Fontoura había denunciado tratos de Getulio Vargas —presidente y dictador, tremendamente popu­lar, nacionalista, que todavía aparece en las canciones de rockola y en la literatura de cordel— con el general Perón. Tratos secretos, tan incómodos que su revelación condujo a Getulio al suicidio. Itamarati ha sido una embajada británica eficaz y decisiva en el ma­nejo de América Latina, viene de la época en que Brasil era una co­lonia de Portugal, que es un enclave inglés en la península española. En aquel momento a Itamarati le tocaba salvar a la OTAN. Altuve rechazó la pacífica oferta, continuó su estilo grandilocuente. Escri­biría sus experiencias brasileñas en su libro Yo fui embajador de Pérez Jiménez. Años después pensaba que aquel alto perfil fue imprudente.


Entonces Pérez Jiménez decide violentar el compromiso constitucional de hacer elecciones en 1957. Henry Finch Holland, subsecretario de Estado para asuntos latinoamericanos había viajado a Venezuela con encargo de Eisenhower de convencerlo de hacerlas. Era perfecto para el rol de mediador, por su cargo, por ser muy cercano a Eisenhower y a la vez apoyador impenitente de Pérez Jiménez. «Hágalas, general. Amañadas, pero elecciones», le pide el ame­ricano, sentados en sendas piedras de las obras de la represa del Guárico, cuya inauguración fue el pretexto para el viaje. Pérez Jiménez le mandó a decir a Eisenhower que sí, pero consultó a los oficiales jefes de Fuerza, que exigieron la continuidad del gobierno por cinco años. Continuarían ellos en los mandos, con­tinuarían las autropistas, los planes sobre la Guayana y sobre América del Sur. Pero tal vez el cuerpo de Pérez Jiménez no da para realizar los grandes planes. Está gordo, le costó trabajo sen­tarse en la piedra ante Holland. Quien es gordo nato lo es y pun­to, pero quien es flaco por constitución y engorda es porque está haciendo trabajar a ritmo inhumano sus glándulas suprarrenales. Es un proceso de seis años, tras los cuales el cuerpo queda daña­do irreparablemente. Los seis años del dictador comenzaron en 1950 y se está en 1957. Deciden dar a las elecciones la forma de un plebiscito. Fue una idea del ministro de Relaciones Interiores, Laureano Vallenilla. Hartas veces había hecho elecciones truca­das el general Gómez teniendo de ministro al padre de Vallenilla y «Laureanito» conocía bien el asunto. El plebiscito fue una farsa, el general Pérez Jiménez «triunfa» por amplia ventaja en una no­che caracterizada por el transporte de urnas electorales para ser cambiadas por otras.


Sputnik


Con el entusiasmo de quien está estrenando legitimación, Pérez Jiménez continúa y acelera sus planes sobre la Guayana Esequiba. La Marina, dotada de modernos destructores, está activada bajo comando de dos contralmirantes, Wolfgang y Carlos Larrazábal, hermanos y de alta confianza del dictador. Se excavaron carreteras en la Guayana venezolana que llevan todas a la frontera con la Guyana, por las cuales avanzarán los tanques. El oficial señalado como comandante de la operación es el general Franz Rísquez Iribarren, que ya había dirigido una misión a las fuentes del Orino­co y el caño Casiquiare en tiempos de Delgado Chalbaud. Había prisa, el New York Times publicaba artículo tras artículo contra el dictador, enviando un mensaje que bien sabían leer los militares venezolanos. Eugenio Mendoza continuaba liquidando sus accio­nes del Instituto del hierro y del acero.


Si el distanciamiento entre los Estados Unidos e Inglaterra se hu­biese acentuado, el general Pérez Jiménez habría triunfado. Los hechos habla­ban en ese sentido; la noche del 17 de diciembre de 1957, la transmisión de la lucha libre por la televisión fue interrumpida por una noticia internacional urgente:

«Hace unos minutos, la Unión Soviética anunció que ha colocado en la estratósfera un satélite artificial que describe una órbita terrestre cada quince horas. El saté­lite se llama Sputnik y es el primero de una serie que lan­zará la potencia comunista en los próximos años para fines de exploración espacial».


¿Exploración espacial? No sólo eso. Quien tiene potencia para co­locar un proyectil en la estratósfera la tiene para ponerlo sobre la ciudad de Nueva York, sobre Londres o París. El 18 de diciembre, más o menos, la mitad inferior de la primera página de La Esfera noticiaba de una reunión diplomática entre europeos y norteame­ricanos que estaba sucediendo en Turquía. ¿Qué tenía que ver eso con el Sputnik? Todo, los países europeos estaban aterrados con el poder cohetero soviético y pedían esta reunión para impetrar auxi­lio. Los comentaristas escribían que era la reunión más importante sucedida desde el Congreso de Viena, de 1815.


El 1º de enero de 1958 a la gente la despiertan los ra-ta-ta-ta de las ametralladoras antiaéreas y los aviones dan curvas en el aire para acercarse al palacio de Miraflores a ametrallar. Son los aviadores pertenecientes al «prestigio» de Félix Román Moreno, uno de los jefes militares más importantes del régimen, apartado por Pérez cuando percibió —incluso antes del plebiscito y acentuadamente después de él— que se constituía en una esperanza de los Estados Unidos para una evolución que sacara a Pérez Jiménez pero tam­bién le cerrara el paso al Partido Comunista, que sabían partícipe de la subversión, y a Acción Democrática, dentro de la cual, si bien contaban con Rómulo Betancourt, existía una corriente izquier­dista muy fuerte, acerada en la lucha contra la dictadura, en la cual militaban Domingo Alberto Rangel, Simón Sáez Mérida y la ju­ventud más brillante del partido. Pero también hay izquierdistas y nacionalistas dentro de la juventud militar que actúa el primero de enero. El principal es Hugo Trejo, coronel con sangre de caudillo popular al tiempo que voz de mando, a quien la democracia pun­tofijista se encargará de silenciar y será reivindicado y reconocido como amigo y maestro por Hugo Chávez.

Subsistía el problema de la presencia del Partido Comunista en la oposición, problema serísimo por tratarse del país del petró­leo. Para paliarlo surgen inventos de Miguel Moreno, que vivía en Nueva York exiliado. La escritora Mercedes Senior10 narró la que sostuvieron López Contreras y Rómulo Betancourt en base a una entrevista con Moreno publicada por el autor de este libro.

Arreglos y pactos en Nueva York


Las gestiones de Miguel Moreno, en este año y en otros que se narrarán después, evocan las del protagonista del film «El men­sajero», de Joseph Losey, es un rol que reaparece a través de las décadas, siempre tejiendo acuerdos de consecuencias históricas. A partir de su amistad con una hija de Rafael Caldera, Moreno supo que Caldera cumplía año de nacido durante enero e inventó una fiesta con torta y velitas. A su apartamento en Sutton Place asis­tieron Jóvito Villalba, Rómulo Betancourt y Rafael Caldera. Hubo fotógrafos prestos a convertir en gráficas el momento en que los dirigentes se dieran la mano a tres. Ellos sabían lo que se buscaba con la fotografía, enviar a Eisenhower el mensaje de que había alianza entre ellos y que en ésta no participaba el comunismo. La gráfica aparecería en la portada de la revista Elite, de Caracas, luego de caído Pérez Jiménez.


Según explicación dada por el general Pérez Jiménez al autor de estas líneas en Madrid, su derrocamiento se semiacordó en la re­unión de Turquía. Lo de que Inglaterra no perdonaba ultraje se acabó, ella y Francia aparecieron humildísimas delante de Foster Dulles. Perdonaban el abandono que Eisenhower les hizo delante de Nasser, las marramuncias con Mossadeq, lo de Arabia Saudita y Vietnam, todo. Antes se habían negado a que Estados Unidos pusiera cohetería en Europa apuntando a Rusia, ahora la pedían. Lo único que solicitaron a cambio fue la salida de Pérez Jiménez, a quien consideraban intrigante, un nuevo Mossadeq. A Eisenhower tampoco le convenía en Venezuela aquel agasajador de las corpo­raciones, pero no cedió todavía, persistía el temor a la infiltración comunista en el movimiento. Pero al fin cedió. El 21 de enero de 1958 el bombillo se encendió fijamente.

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