Mucho se ha hablado sobre las conveniencias que mueven al politiquero de oficio a vanagloriarse de su experiencia como recurso discursivo de lo cual busca valerse para escalar un peldaño más dentro del aparato de gobierno.
Estos encajes son aprovechados por los conciliábulos políticos con el perverso propósito de beneficiarse de cara a los problemas que son parte de la agenda que provocan sus maniqueas decisiones.
Pero para lograr el objetivo político trazado, estos politiqueros de oficio en su camino hacia tan glotona empresa indistintamente del efecto que cualquiera de las medidas tomadas pueda tener, es importante cuidarse de las complicaciones que puedan “dañarle la fiesta”.
En principio, estos personajes buscan arrugar las expectativas a quien se atraviese en su camino. O a quien olvide adular o magnificar la propuesta en construcción.
Sin importarle su cercanía o lejanía política con el referido individuo. Justamente, ahí comienza a patentizarse la analogía entre el avestruz y el personaje de marras.
Analogía entre el politiquero y el avestruz
El parecido no deriva de la condición animal del avestruz. Tampoco, del egoísmo propio del politiquero.
La afinidad se basa en que tanto el avestruz como el politiquero, se comportan testarudamente pues, aunque el derrotero pueda estar dislocado o enrarecido por la incidencia de perturbaciones de cualquier tenor alrededor del mismo, no hay espacio suficiente que induzca en alguno de ellos la posibilidad de abandonar la tarea.
Menos cuando se trata de embuchar el bolsillo.
Es lo que ha venido ocurriendo por estos tiempos de crisis aguda, toda vez que quienes se ufanan de manejar las riendas de la política nacional desde las alturas del poder gubernamental, se han empeñado en llevar adelante el desarreglo del Estado desde la concepción republicana.
Solamente por el afán de reacomodar ciertas condiciones que parecieran no favorecerles en cuanto a tiempo y espacio. Es decir, en cuanto al temor de verse aprisionados en términos de la continuidad del tiempo de gobierno, y del espacio que determina su movilidad. Entendida ésta, falsamente, como “libertad”.
Pero libertad hacia adentro, porque hacia fuera, le espera la “marimonda”. Es decir, la justicia internacional.
Estos politiqueros, para seguir disfrutando de las glorias y del “legado de sus predecesores políticos”, han tenido que inventar cuanta trinchera pueda servirle de excusa para evitar que sobre sus cabezas y espaldas continúe cayendo el peso de haber prostituido el ordenamiento jurídico nacional.
De esa manera, pudieran creer que su vida, como la del avestruz, pasaría sin advertencia ante la desgracia que sobre ellos acecha luego que la naturaleza política provoque la tempestad que, sin duda, se espera en estos tiempos de prevaricación política, social y económica. Y desde luego, ética y moral.
Al igual que el avestruz, estos politiqueros de pasquín, se vuelven rehenes de sus mismos enconos. No advierten que no tienen el respaldo que, en un añejo momento, pudieron tener.
Sobre todo, cuando el engaño les sirvió de pretexto para impulsar el populismo que le valió la puesta en marcha de la tramposería cometida.
Tan cierto ha sido esto, que una sombra de duda importante transgrede sus promesas.
Al extremo, que la percepción que se sembró en la población en torno a los fraudes cometidos con cada decisión elaborada y cursada con el apoyo de sus bandas de sicarios y delincuentes de uniforme o de paisano, devino en decepción, rechazo y alejamiento de la población que le había brindado su apoyo.
Fue entonces cuando el régimen político empezó a flaquear ante la ausencia del respaldo que, presuntamente, en otrora demostró tener.
Ahora, sobre su arruinada popularidad corre la creencia del mito que se le ha endilgado al avestruz toda vez que éste esconde la cabeza ante el miedo.
El mismo miedo que tiene el “alto gobierno” de verse defenestrado del poder. Pero, aunque tal acusación en el avestruz es falsa de toda falsedad, en estos politiqueros de oficio o por circunstancias es cierta de toda certeza.
Ellos si esconden la cabeza bajo la tierra para no ver las crudas realidades que a su alrededor emergen.
En todo caso, esta comparación, aunque muy contrastante, revela el carácter timorato y pusilánime de toda actuación promovida por la cúspide roja. A pesar de acusársele de estar ocupando ilegítimamente el asiento del gobierno nacional.
Es por tan explícita razón que la sociología política ha manejado el anterior parangón para evidenciar la estupidez del politiquero de oficio o de oportunidad frente a la natural inteligencia del avestruz. De ahí que tan diferenciado cuadro, se ve como el dilema del avestruz.
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