La Teoría de Organización, al reseñar el carácter social que sus implicaciones comprometen, explica distintas maneras de adecuar las realidades.
A dicho respecto, refiere el consenso, la educación y la imposición, como vías de análisis, entre otras.
Por su parte, la teoría política, considera sólo dos caminos no del todo bien diferenciados: el de la política (como acuerdo) y el de la dominación (como práctica de coerción).
La dominación es simple, porque se trata de aplicar métodos que acuden a la violencia, a la represión, al anarquismo y a la fuerza. Y es porque la política es complicada por su misma forma de acordar los arreglos necesarios mediante la persuasión y el convencimiento. Sobre todo, cuando acude a actuar con la necesaria diplomacia. Especialmente, cuando pretende “construir” ideales que comprometen libertades, deberes, garantías y derechos. Todo, en el plano de la legitimidad que ordena el respectivo ordenamiento jurídico.
Del ejercicio de la política
De esa manera, el ejercicio de la política busca apoyarse en diferentes herramientas de lucha (política). Algunas, son consideradas como formas de organización popular. Otras, como líneas de movilizaciones. O diálogos tendentes a lograr conciliaciones o negociaciones, propias del activismo electoral. O sugeridas por presión internacional . O a consecuencia de la participación de la ciudadanía.
A decir de las nuevas realidades, por lo general, plantean la negación e impugnación al militarismo. Sobre todo, si el mismo se inclina por rutinas de subyugación proclives a someter la sociedad civil a través de esquemas de dominación.
Todas estas modalidades de lucha política, son vinculantes e incluyentes con eventos que tienden a potenciar discrepancias, tanto a lo interno de los movimientos políticos organizados y activos, como en la relación pautada con instancias de gobierno.
Todos estos elementos configuran intrincadas ecuaciones cuyas variables hacen pesadas resoluciones ante conflictos de envergadura, vía “matemática política”.
En política ningún instrumento debe dejarse a la suerte. Tampoco, cuestionar alguna de las herramientas basándose en reconcomios inducidos por improntas emocionales. O por consideraciones superfluas ocultas debajo de cualquier eventualidad política.
Consecuencias inadvertidas
Eso implicaría coadyuvar al debilitamiento y seguro fracaso de cualquier esfuerzo realizado como “excusa” para cimentar el camino de la política. Pues se queda en la mitad de algún “desaguisado” que pueda aparecer imprevisiblemente. Naturalmente, esta circunstancia provocaría incursiones salpicadas de violencia.
Ante la inminencia de realidades colmadas de violencia, sea ésta de cualquier tipo, estilo o práctica, resultará complicado evitar o detener conflictos surgidos bajo la égida de dichas provocaciones.
En medio de una situación así peligrosa, obligaría a cambiar la ruta de arreglo que puede modelarse o diseñarse. Un problema de tan afrentosa magnitud, determinaría la imposibilidad de revertir la crítica situación surgida.
Y desde la perspectiva del desarrollo, no cabe ningún argumento que convalide tan aventurado final.
Lo que deberá buscarse, será compactar las realidades con base en una propuesta viable de cambio.
El objetivo acá, es propiciar razones que conduzcan a asegurar la gobernabilidad mínima-necesaria que contenga la capacidad de unificar esfuerzos fácticos capaces de potenciar patrones de acción en torno a estrategias de reacomodo.
Estos, con la potencia suficiente para que de ello renazcan las libertades que debieron despejarse. Habida cuenta de su condición de variables de la ecuación arriba aludida.
Una acertada estrategia
El éxito de la estrategia formulada, dependerá, exclusivamente, del modelo de organización social y de afianzamiento político adoptado de cara a las necesidades enfrentadas. Todas las herramientas de política antes aducidas, serán de intensa utilización.
¿Pero qué sobraría en la estructuración y articulación de la estrategia asumida? Sin duda alguna, dos elementos.
El primero, la suspicacia en el liderazgo contraído. Hacerlo evitaría posibles confusiones, errores, traiciones, capaces de avivar conflictos esculpidos sobre emociones de equivocada sustento ideológico y operativo.
Sobraría también el voluntarismo manifiesto (montado sobre la palabra vacía). De hecho, Max Weber, economista alemán, pionero de la sociología, aludía a consideraciones de fundamental pertinencia ante situaciones de crisis.
Hablaba de pasión, sentido de la responsabilidad y mesura. Las mismas, empleadas sin orden propio, sólo animan confusiones emocionales lo cual enrarece la política como ejercicio ideológico.
A manera de conclusiones
Es así que, en el fragor de situaciones peligrosamente comprometidas con la política, es factible que la mesura asociada a la pasión fría pudiera actuar como causa capaz de provocar la solución que la crisis demanda.
Ello podría justificar la incidencia de nuevas realidades. Realidades distintas de aquellas que fijaron esquemas cerrados de vida política, económica y social.
Explicaba Peter Drucker, quien fuera profesor de la Escuela Claremont de Postgrado, en California, EE.UU. que “(…) prueba de lo que está sucediendo, es el profundo sentido de irrealidad que caracteriza gran parte de la política y de la teoría económica de nuestro tiempo” De ahí que adquiere rezón referir lo que compromete el advenimiento y consolidación de nuevas realidades (políticas)
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