Es fácil encontrar ejemplos de respuestas vacuas y engañosamente reflexivas que rozan lo caricaturesco de la vicepresidenta Kamala Harris, y es sencillo concluir que esa mezcolanza retórica es lo que ha postergado encuentros con periodistas serios, porque no es ágil en situaciones sin un guion o desenvuelta con los datos necesarios.
En todo caso, esos son los argumentos de los republicanos.
Pero esa valoración ignora su actuación en un debate en 2020 con el vicepresidente de entonces, Mike Pence. ¿Lo recuerdan? Fue un encuentro con mucho en juego y tan arriesgado como cualquier entrevista con cualquier peso pesado de los medios, y ella lo hizo bien.
Mejor que bien, de hecho. Varias encuestas posteriores al debate, entre ellas una publicada por 538 y otra por CNN, concluyeron que Harris había ganado.
Es cierto que Pence se enfrentaba a la decisión de una mosca de posarse sobre su cabeza, pero aun así. Él llevaba más tiempo en la escena política nacional que ella, y ella no vaciló.
Por eso, las recientes quejas y amenazas de Donald Trump de retirarse del debate previsto en ABC News el 10 de septiembre tienen todo el sentido. Debería tener dudas. De hecho, debería tener miedo.
A pesar de todas sus fanfarronadas absurdas sobre sus anteriores actuaciones en debates, muchas de ellas han sido risibles: una combinación de burlas pueriles, mentiras sin paralelo, quejas, explosiones, desprecio y regodeo.
¿Se acuerdan de esos bailes caricaturescos que hacen los jugadores de fútbol cuando han llegado a la zona de anotación en el último cuarto de un partido reñido?
Ese es Trump en el atril del debate, solo que no ha marcado ni un touchdown. Ni siquiera ha movido el balón ni un milímetro.
Me refiero a sus trucos con sus rivales por la nominación presidencial republicana en 2016, en tres encuentros con Hillary Clinton en las elecciones generales de ese año y en dos con Joe Biden en las elecciones generales de 2020. (Se saltó los debates de las primarias republicanas de 2024, sabiamente, dada su ventaja sobre los demás aspirantes).
Ahora imagina a Trump contra Harris. Imagínalo ofendido y enfadado por no tener un atril más grande, una tribuna más alta y una invitación más reluciente que la de una mujer negra.
En realidad, no hace falta imaginarlo. Su insistencia en que Harris está inventando la cantidad de gente que acude a sus eventos, que no es realmente negra, que él es más guapo que ella y que ella depuso a Biden en una especie de golpe de Estado —¿se está proyectando, quizás?— te dice todo lo que necesitas saber.
También lo dice el hecho de que pronuncie mal su nombre, el equivalente fonético de hacer pataletas. Todo ello confirma que Harris lo pone nervioso de una manera particular y poderosa.
Lo que le da una ventaja en el debate, suponiendo que Harris pueda mantener la disciplina y el aplomo que ha demostrado hasta ahora durante su campaña presidencial vertiginosa.
Cuanto más mantenga la calma Harris, más la perderá él. Tanto Trump como sus asesores lo saben: por eso el equipo de Harris ha presionado para que el micrófono de cada candidato no se silencie cuando el otro está hablando y el de Trump ha presionado para lo contrario.
Todos los implicados (excepto quizá Trump) reconocen lo explosivo que es; solo que una parte quiere encender una cerilla mientras la otra busca un extintor.
Harris se estará enfrentando a Trump en el momento perfecto —para ella— porque a veces él parece estar en llamas.
Desde luego, está cometiendo desaciertos y tomando decisiones extrañas. No se gana el ciclo de noticias inventando paseos en helicóptero y conversaciones secretas que nunca ocurrieron, y no te libras de la etiqueta de “raro” haciendo alianzas con el fetichista de los cadáveres de animales Robert F. Kennedy Jr., quien aparentemente formaría parte de cualquier equipo de transición de Trump junto con… Tulsi Gabbard, la excongresista amante de los autócratas. Trump, Kennedy, Gabbard:
Es una cena en el infierno. Y, dadas las frecuentes menciones de Trump a Hannibal Lecter, podría ser un invitado más.
Trump pudo respirar tras su debate de junio contra Biden, cuya sorprendente inestabilidad eclipsó la descarada deshonestidad de Trump.
Pero es poco probable que vuelva a tener esa suerte.
Es muy posible que Harris ofrezca explicaciones inadecuadas o poco convincentes de sus muchos cambios de postura, y que se refugie en la comodidad de los temas difusos. Durante los debates de las primarias demócratas de 2019, tuvo momentos fuertes y otros débiles, y a principios de 2020, antes del Caucus de Iowa, estaba fuera de la contienda.
Pero ninguna de sus recientes apariciones augura un espectáculo tan confuso como el de Biden hace dos meses. Y pronostican un porte más presidencial que el de Trump.
Son expectativas muy limitadas, hay que reconocerlo. Pero ese es mi punto. Trump no se benefició contra Clinton en 2016 ni contra Biden en 2020. ¿Por qué le iría mejor contra Harris? Ella tiene vulnerabilidades y defectos que un polemista centrado y feroz podría aprovechar, pero Trump nunca ha sido tal polemista, y es imposible creer que se transformará en uno ahora. Es más viejo. Es más cruel, en la medida en que eso es posible. Está más enfadado (ídem).
Y está gruñendo su camino hacia una humillación. Será un momento fascinante en un año electoral en el que no faltarán esos momentos.
Frank Bruni es profesor de periodismo y política pública en la Universidad de Duke, autor del libro The Age of Grievance y escritor de la sección de Opinión.
Tomado de The New York Times en Español
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