Día del Preso Político: empatía que alimenta la esperanza.
La frase que sirve de título a este artículo, enfatiza que, aunque una persona puede ser privada de su libertad, su dignidad inherente como ser humano no se ve afectada. Esta idea es fundamental en los derechos humanos. Nos recuerda que todos, incluso aquellos privados de libertad, deben ser tratados con humanidad y respeto.
El 17 de abril fue el Día del Preso Político.
En Venezuela, como en cualquier país, es mucho más que una efeméride. Es un recordatorio doloroso de vidas rotas, de sueños suspendidos y del sufrimiento de muchas familias. Estas familias, día tras día, enfrentan la adversidad más allá de las rejas. Ese es el motivo de esta reflexión sobre los privados de libertad.
Hablar de presos políticos en Venezuela es hablar de personas que, más allá de las razones de su encarcelamiento, han sido despojadas de su libertad y prácticamente de su dignidad. También es hablar de familias que han visto su cotidianidad convertida en una lucha constante contra la incertidumbre, el miedo y la soledad de los privados de libertad.
Los presos políticos venezolanos ven trascurrir sus días, en espacios donde la vida se reduce a sobrevivir un día más. Resisten a la enfermedad, la violencia, el aislamiento y la desesperanza.
En muchos casos, también enfrentan el riesgo de ser olvidados.
Es un riesgo latente que podría mitigarse con un trato más empático y respetuoso hacia sus derechos humanos.
Pero el drama no termina en los barrotes.
Afuera, madres, esposas y hermanos viven su propio encierro, viéndose obligados a trasladarse cientos de kilómetros para poder ver sus seres queridos, cuando sea posible.
Dejando atrás sus hogares y trabajos, compartiendo techo con desconocidos, que “se van volviendo familia”, y gastando “lo que no tienen” en transporte y alimentación, todo por los privados de libertad.
La vida se convierte en una espera interminable. Está marcada por la angustia de no saber si el próximo encuentro será posible, si la salud de su familiar resistirá o si alguna autoridad finalmente escuchará sus súplicas.
“Ellos en la prisión viven penurias y nosotros afuera también”, resumió una madre, que, como tantas otras, tiene en la esperanza su única compañía.
Como es Semana Santa, digamos que el calvario de los presos políticos en Venezuela está signado por la ausencia:
La silla vacía en la mesa, la risa que falta en la casa, los abrazos postergados.
Es la historia de niños que crecen sin sus padres, de parejas que envejecen esperando un reencuentro. También es la historia de familias enteras que viven en vilo, entre la esperanza y la resignación de tener a sus seres queridos privados de libertad.
No hay consuelo posible, en medio de este calvario.
En ese sentido, el Día del Preso Político es, sobre todo, un llamado a la empatía.
Nos invita a mirar más allá de las cifras, tan divulgadas, y reconocer el dolor humano que se esconde en cada historia. En cada nombre y en cada rostro de los privados de libertad.
Porque, a la final (como dicen en mi pueblo), la libertad es un derecho esencial, y su ausencia deja cicatrices profundas. No solo en quienes la pierden, sino en toda una sociedad que, de alguna manera, también queda presa.
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