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Opinión

¿Quién creó la palabra aporofobia? Por Gervis Medina

«No es el extranjero sino el pobre el que molesta, el que parece que no puede aportar nada positivo al PIB», escribe la filósofa Adela Cortina.

Esta palabra fue propuesta a finales de los años 90 por la profesora de ética y filosofía moral de la Universidad de Valencia, España; Adela Cortina, como una manera de distinguir este concepto de la xenofobia (temor o rechazo a los extranjeros) y otras conductas de rechazo hacia ciertos sectores de la sociedad.

En la palabra aporofobia ha encontrado no solo un término muy significativo, sino una rara avis lingüística: “una voz con autor conocido y fecha de nacimiento”.

La aporofobia, como señala Adela Cortina, es lo que alimenta el rechazo a inmigrantes y refugiados. No se les rechaza por extranjeros, sino por pobres.

Este neologismo que da nombre al miedo, rechazo o aversión a los pobres, ha sido elegida palabra del año en el 2017 por la Fundación del Español Urgente, promovida por la Agencia EFE y BBVA. Es, en resumidas cuentas, el rechazo a personas pobres por el simple hecho de serlo.

El término apareció por primera vez en publicaciones de la filósofa española para tener una palabra con la que diferenciar este fenómeno de la xenofobia o el chovinismo.Nos referimos al término “aporofobia”, como un neologismo acuñado en 1995 y que proponía para designar aquel rechazo, aversión, temor y desprecio que se dirige al pobre, al desamparado, al que supuestamente no puede devolver nada a cambio en un mundo.

Procede de dos vocablos griegos: “áporos”, que significa el pobre, el desvalido, y “fobéo”, que significa temer, prevenirse, odiar, rechazar. De la misma manera que “xenofobia” significa “aversión al extranjero”, la aporofobia es la aversión al pobre por el hecho de serlo.La escritora y filósofa, tiene entre sus muchos logros haber aportado al español un término que la Real Academia de la Lengua adoptó para definir el odio a los indigentes, la aversión hacia los desfavorecidos.

Y es precisamente esa palabra, “Aporofobia, el rechazo al pobre”, la que da título al último libro de esta destacada doctora honoris causa por numerosas universidades, miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas de España (fue la primera mujer en formar parte de esa institución), catedrática emérita de Ética en la Universidad de Valencia y directora de la fundación Étnor.

La palabra surgió de la manera más sencilla, al percibir que en realidad no rechazamos a los extranjeros si son turistas, cantantes o deportistas de fama, los rechazamos si son pobres, si son inmigrantes, mendigos, indigentes, aunque sean los de la propia familia.

Las personas necesitamos poner nombres a las cosas para reconocer que existen e identificarlas; más aún si son fenómenos sociales, no físicos, que no pueden señalarse con el dedo.

Poner nombre al rechazo al pobre permite visibilizar esa patología social, indagar sus causas y decidir si estamos de acuerdo en que siga creciendo o si estamos dispuestos a desactivarla porque nos parece inadmisible.

Por desgracia, la aporofobia ha existido siempre, está en la entraña de los seres humanos, es una tendencia universal. Lo que ocurre es que unas formas de vida y unas organizaciones políticas y económicas potencian más el rechazo al pobre que otras.

Si en nuestras sociedades el éxito, el dinero, la fama y el aplauso son los valores supremos, es prácticamente imposible conseguir que las personas traten a todas las personas por igual, que les reconozcan como sus iguales.

Los inmigrantes y los refugiados son mal acogidos en todos los países, incluso algunos partidos políticos ganan votos cuando prometen cerrarles las puertas. Tratan con mucho cuidado a las personas que pueden hacerles favores, ayudarles a encontrar un empleo, ganar unas elecciones, apoyarles para conseguir un premio, y abandonan a las que no pueden dar nada de eso.

El acoso escolar es un ejemplo de aporofobia, como también el abandono que sufren en las poblaciones las víctimas del terrorismo de proximidad.

La evolución de nuestro cerebro y de nuestra especie es a la vez biológica y cultural, ambas dimensiones están entreveradas, se influyen recíprocamente.

En el caso de la aporofobia hay una base biológica, una tendencia a poner entre paréntesis a los que no interesan, que puede reforzarse mediante la cultura o desactivarse, cultivando otras tendencias, como la simpatía o la compasión.

Por otro lado, en el hecho de que la antropología evolutiva muestra que los seres humanos son animales reciprocadores, están dispuestos a dar a otros, pero con tal de recibir algo a cambio, sea de la persona a la que han dado, sea de otra en su lugar. Este mecanismo ha recibido el nombre de “reciprocidad indirecta” y es la base biocultural de nuestras sociedades contractualistas, tanto políticas como económicas.

Estamos dispuestos a cumplir con nuestros deberes si el Estado protege nuestros derechos, estamos dispuestos a cumplir nuestros contratos si los demás también lo hacen.Pero cuando hay personas que parece que no pueden darnos nada interesante a cambio, las excluimos de este juego de dar y recibir. Esos son los pobres, los excluidos.

Las religiones han predicado tradicionalmente en favor de los pobres. El catolicismo asegura, por ejemplo, que de ellos será el reino de los cielos, y el papa Francisco está constantemente mostrando su apoyo a los pobres.

¿La crisis de las religiones guarda relación con la aporofobia?

Más que de crisis de religiones yo hablaría de que, salvo excepciones, vivimos en sociedades pos seculares. En ellas el poder político y el religioso no están unidos, lo cual es excelente, porque entonces el pluralismo es un hecho, pero las religiones no han desaparecido, sino que siguen siendo una fuente de vida y de sentido para muchas personas y para muchos grupos sociales.Incluso sus valores, junto con otros, se encuentran en la raíz de los valores de la ética cívica de esos países.

En cuanto al cristianismo, efectivamente apuesta por todos los seres humanos y por el cuidado de la naturaleza, pero por eso mismo, en un mundo en que hay ricos y pobres hace una opción preferencial por los pobres, exigiendo que se les empodere para que puedan salir de la pobreza.

¿El rechazo a los pobres se encuentra detrás de la ola de xenofobia que en los últimos años ha azotado a Estados Unidos, Sur América y a Europa?

Cuando las situaciones políticas y económicas son malas se buscan chivos expiatorios y los extranjeros pobres son víctimas propiciatorias.

Cerrarles las puertas, asegurar que son un peligro y defender a los de dentro frente a los de fuera es la táctica de los supremacistas. Pero sobre todo frente a los que son pobres.

En cada uno de nuestros países el supremacismo nacionalista rechaza a los peor situados y esa táctica les da votos. En el siglo XXI debemos revertir esa tendencia.En realidad, la hace imposible.

La aporofobia atenta contra la democracia porque atenta contra la igual dignidad de todas las personas, excluye a los pobres, a los que parece que no pueden intercambiar nada.

Es radicalmente excluyente cuando la democracia debe ser incluyente. Por eso es preciso hablar de esa patología en la esfera de la opinión pública y tratar de averiguar en qué medida la aporofobia está entrañada en nuestras vidas.

Afortunadamente, hay grupos trabajando en esta dirección, jóvenes que hacen sus trabajos de Fin de Grado, de Fin de Máster y proyectos de investigación sobre la aporofobia.

La aporofobia se puede combatir, tomando conciencia de que existe y de que no sólo es una cuestión económica, sino el rechazo de los peor situados en cada situación. Se combate construyendo instituciones basadas en el igual valor de las personas, y educando en el respeto a la dignidad de todas ellas, y no sólo de palabra, sino mostrando en la vida cotidiana que nos sabemos y nos sentimos igualmente dignos.

Es momento de reflexionar sobre uno de los problemas sociales y políticos más acuciantes de nuestro tiempo, analiza esta palabra, aprendedla y difúndela. Para que distingas la xenofobia de la aporofobia.

Gervis Medina

Abogado, Criminólogo y escritor venezolano.

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