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Opinión

Si no pasa nada el chavismo se hará más fuerte Por: Humberto González Briceño

Durante años décadas ya se ha construido en el imaginario venezolano una quimera geopolítica: la intervención de Estados Unidos para poner fin al chavismo. Un acto providencial, quirúrgico, sin sangre venezolana. Una suerte de redención importada en avión militar. Cada vez que el régimen aprieta el torniquete, la esperanza de muchos se lanza al norte, buscando en Washington lo que no se consigue en Caracas. Pero ¿qué pasa si, después de toda esta narrativa, no ocurre nada?

No sería la primera vez. Ni la última. Pero esta vez el costo será más alto.

Porque si al final todo este ruido sanciones, amenazas, desplantes, barcos en el Caribe— termina en humo, el chavismo no solo habrá resistido otra embestida: habrá salido fortalecido. Y no por méritos propios, sino por torpezas ajenas. Cuando se le da a una dictadura el pretexto perfecto para reprimir más, armarse mejor y cohesionar a sus aparatos internos en nombre de una amenaza externa que nunca se concreta, se está alimentando al monstruo que se pretendía debilitar.

La experiencia cubana es didáctica. Medio siglo de bloqueo ha servido más para sostener al régimen que para quebrarlo. Porque la lógica del cerco impone un enemigo, y con él, una narrativa de resistencia que permite justificar cualquier medida autoritaria. En Venezuela, el chavismo ya juega esa carta. La «guerra económica», el «cerco imperial», el «asedio internacional» son excusas recicladas que legitiman el control social, la militarización y la propaganda. Si esta supuesta intervención estadounidense nunca se materializa, el régimen podrá decir: “Vencimos otra vez”. Y eso basta para fabricar otra década de poder.

La paradoja es perversa: en lugar de asfixiar al chavismo, la expectativa de intervención puede terminar oxigenándolo.

No se trata de justificar la permanencia del régimen por su astucia o capacidad de maniobra. No. Se trata de entender que su longevidad también se debe a los errores de quienes han pretendido enfrentarlo. Y aquí hay que ser brutalmente honestos. La responsabilidad no recae en los venezolanos de a pie, agotados, dispersos, empobrecidos. No. La responsabilidad es de quienes han tenido en sus manos la posibilidad de articular una estrategia eficaz y han fracasado.

Fracasado por ingenuidad, por cálculo personal, por cortoplacismo, por mezquindad. La historia de la oposición venezolana —la real y la decorativa— es una crónica de errores no forzados. De negociaciones sin brújula, elecciones sin condiciones, discursos sin consecuencias. Han convertido al chavismo en un adversario invulnerable no por su fortaleza sino por la debilidad estructural de sus contrincantes.

Cuando se anuncia una supuesta intervención y no se concreta, no solo se le hace un favor al régimen. Se expone, además, la orfandad estratégica de la dirigencia que apostó a ese escenario como única salida.

Peor aún, el chavismo puede aprovechar este nuevo “triunfo” simbólico para justificar lo que más le interesa: reforzar su aparato represivo interno y ampliar su presupuesto militar. Ya lo ha hecho. Lo volverá a hacer. No por necesidad real de defensa, sino para blindarse internamente. Más armas, más inteligencia, más persecución. Una doctrina de seguridad que no mira al Pentágono sino a la Plaza Altamira, a las universidades, a las redes sociales. Cualquier excusa sirve para extender el Estado policial. Y no hay excusa más conveniente que una amenaza que nunca llega.

¿Y después?

Después vendrá lo que ya conocemos. Una oposición aún más deslegitimada, que deberá explicar por qué alimentó una expectativa sin sustento. Una población más escéptica, que confirmará su sospecha: nadie viene. Y un chavismo que, como en el peor déjà vu, se sentirá legitimado por haber sobrevivido otro capítulo de una novela sin desenlace.

Y si esto ocurre, si después de todo no pasa nada, lo que sigue es previsible: el chavismo consolidará los dos pilares que garantizan su longevidad —la represión y el control militar— y comenzará su travesía hacia el medio siglo. Siguiendo los pasos de su mentor caribeño, convertido ahora en modelo de resistencia y manipulación.

El problema, como siempre, no ha sido la falta de voluntad del venezolano común. Ese ha marchado, protestado, votado, huido o resistido como ha podido. El problema ha sido la dirección errática de una dirigencia que ha confundido la estrategia con el espectáculo, la esperanza con el autoengaño y la política con la fe.

Y en política, como en la historia, los errores no se pagan con disculpas, sino con décadas. O más.

@humbertotweets

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