Desde su victoria en las primarias opositoras en octubre de 2023 y su llamamiento al no-voto tras el 28-J, María Corina Machado se presenta como una figura de coherencia irreductible.
Y ahora, tanto ella como la Plataforma Unitaria llaman nuevamente a la abstención: esta vez ante las elecciones municipales convocadas por el régimen para el 27 de julio de 2025.
Pero ese gesto —abandonar la contienda electoral tras denunciar el fraude— encubre algo más profundo: una carencia de enfoque estratégico y una incapacidad para convertir su indignación en planos de poder real.
Carlos Blanco, uno de los más destacados asesores de Machado, ha dado en estos días su diagnóstico de situación. En su habitual tono doctoral, adornado de fe política y eslóganes reciclados, ha defendido la tesis de que el 28 de julio de 2024 hubo una “victoria monumental” de la oposición, que ahora se encuentra en un compás de espera para “cobrar” esa victoria.
Pero el cobro no es por ventanilla ni con recibo; la factura sería entregada por medio de una especie de “levantamiento popular” que, según él, se está gestando en las entrañas del país profundo —organizado en silencio, a través de susurros y redes sociales— para forzar la salida de Maduro, si no por las buenas, por las malas.
Una épica clandestina al estilo de novela barata, sin mapa ni protagonistas confiables.
Es decir, Blanco insiste —como tantas veces antes— en la receta mágica:
Que una sociedad hambrienta, asfixiada y desarmada saldrá espontáneamente a derribar a un régimen armado, blindado y entrenado para reprimir.
¿Cómo? No se sabe. ¿Cuándo? Tampoco. ¿Con quién? Con “el pueblo”, ese sujeto mítico y multiuso de las revoluciones fallidas y las esperas eternas.
Lo irónico es que los propios argumentos de Blanco bastan para desmentirlo.
Si el chavismo no se va por las buenas —y todos en la oposición coinciden en que no se irá—, ¿por qué seguir apostando a vías “pacíficas”, “institucionales”, o incluso electorales? ¿No fue precisamente Blanco quien reconoció que la victoria electoral del 28J no sirvió para nada porque el régimen jamás tuvo intención de reconocerla? ¿Y no fue también él quien admitió que se desaprovechó la reacción popular del 29J por falta de liderazgo, coordinación y audacia?
La conclusión es ineludible, aunque parezca demasiado incómoda para algunos:
Si la oposición sigue jugando al ensayo y error sin asumir sus propias debilidades estratégicas, no está haciendo política, sino teatro. Un teatro caro, doloroso y trágicamente inútil.
Porque si algo revela la retórica de Blanco —y de buena parte de la dirección que acompaña a Machado— es que se ha instalado una viciosa lógica circular:
Se vota para demostrar que se puede ganar, se gana para exigir que se reconozca el triunfo, y al no reconocerse, se convoca a la abstención en nuevos comicios, esperando que el régimen se desgaste por agotamiento. Todo esto sin salirse nunca del libreto emocional y testimonial que ya conocemos.
No se actúa con base en escenarios reales de poder, sino con la fe de que algún día los militares se fracturarán, el régimen se derrumbará por su propio peso y las estatuas de Chávez seguirán cayendo solas.
En paralelo, la llamada Plataforma Unitaria ha aceptado —bajo protesta, si se quiere, pero aceptado al fin— todos y cada uno de los abusos chavistas: árbitros amañados, cronogramas tramposos, inhabilitaciones selectivas, propaganda oficial ilimitada, represión, fraude, y un largo etcétera.
Hoy, su llamado a no participar en las municipales del 27-J luce menos como un acto de coherencia que como una admisión tardía de lo que se niega por años.
El “voto mata fraude” se ha convertido en el nuevo opio opositor, prescrito en dosis masivas para evitar pensar en alternativas más incómodas.
Y María Corina, quien antaño denunciaba con lucidez que en dictadura no se vota, ahora se presenta como adalid de la coherencia al regresar a la tesis de la abstención luego de sus devaneos electorales. Pero ese gesto —reiterado ahora frente a las municipales— más allá del golpe de efecto, no trajo consigo una brújula estratégica. Su decisión no articuló una hoja de ruta, ni una estructura de poder paralela, ni mucho menos una propuesta de cómo traducir la indignación en presión real.
La insistencia de Machado en no participar en elecciones hasta que se “respete” el resultado del 28 de julio —desconociendo que ni el CNE ni la FANB tienen interés real en acatarlo— no es una estrategia, es un mantra vacío. Su postura electoral encarna la misma tesis fracasada que antes vendieron Capriles y Rosales:
Una espera pasiva disfrazada de firmeza.
Si su liderazgo no se traduce en iniciativa táctica—alianzas, estructuras, movilización sostenida—, no deja de ser una promesa efímera. Blanco, su asesor estrella, lo resume: sin ella, no hay elección. Y ese pensamiento, paradójicamente, confirma la debilidad: una estrategia sin plan B es un autobús sin conductor.
Así, el movimiento que nació como una revuelta contra la política tradicional, corre el riesgo de convertirse en su versión 2.0, con nuevo logo, pero las mismas mañas.
¿Tiene salida esta encrucijada? Solo si la oposición que encabeza Machado acepta de una vez por todas su fragilidad táctica y estratégica. Solo si deja de esperar milagros militares o rebeliones espontáneas, y empieza a construir poder real, sostenido, articulado y capaz de imponerse en todos los terrenos. Eso implica, por ejemplo, abandonar la simulación de que se puede derrotar al régimen con votos contados por el propio régimen; entender que las FANB no son neutrales ni están al borde de la disidencia masiva, y asumir que cada movimiento sin respaldo real solo alimenta la desesperanza de la población.
Si la oposición quiere hacer política en serio —y no solo representar el papel de víctima con dignidad fotogénica—, tendrá que desmontar sus propias ficciones. De lo contrario, seguirá tropezando con la misma piedra, mientras nos pide a todos que la aplaudamos por intentarlo.
De tanto ensayar la derrota, han terminado por hacer de ella su único libreto. Y el público, por desgracia, ya se cansó de ese teatro.- @humbertotweets—
Humberto González Briceño
Maestría en Negociación y Conflicto
California State University
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