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Arquitecta de susurros, diseñadora del alma en espacios desde la creatividad: Entrevista a Laia Grassi Por José Luis Ortiz Güell 

No la busquen detrás de un escritorio convencional. La encontramos inmersa  en el silencio reverberante de un espacio aún por definir, midiendo la luz que  se cuela por una ventana, palpando la textura de una pared, escuchando la  historia que un lugar vacío ansía contar.

Laia Grassi no es solo una directora  de arte; es una traductora de sensaciones, una coreógrafa de experiencias.  En un mundo hiperdigitalizado, ella reclama el poder táctil, emocional y  profundamente humano de lo físico. Su trabajo no se ve; se siente. Se habla  de «branding» y ella piensa en el latido del corazón de una marca. Se habla  de «retail» y ella imagina el escenario donde una persona vivirá un recuerdo.  Hoy, en esta conversación, no vamos a hablar de tendencias. Vamos a  desmontar la realidad para preguntar: ¿Qué siente un espacio? ¿A qué huele  la confianza de un cliente? ¿Cómo se diseña un susurro que se convierta en  un grito en el alma de quien lo recibe? Bienvenidos a la mente de una  arquitecta de emociones. 

1-Laia, se suele decir que el cliente siempre tiene la razón. Usted diseña  experiencias físicas profundas. ¿Alguna vez ha tenido que decirle ‘no’ a  un cliente para proteger la integridad emocional de un espacio que  sabía que, de otra forma, sería estéril? ¿Qué aspecto de su alma  profesional tuvo que emplear en esa negociación?. 

Si, recuerdo una vez que me pidieron hacer el anuncio navideño 100% con IA  pero ocultándolo. «Que parezca tradicional, que nadie note que es artificial.»  Les dije que no. No con arrogancia, sino con datos. 

«Si vamos a usar IA, seamos valientes. La gente lo va a descubrir de todas  formas. Mejor que sea parte de la historia.» Les propuse algo radical: hacer  de la IA el mensaje mismo. Que la magia de Navidad venga precisamente de  esta nueva herramienta. 

¿Sabes qué pasó? El anuncio se volvió viral. No porque engañáramos a  nadie. Porque fuimos honestos sobre el futuro. Creamos un modelo propio,  entrenado éticamente, y lo convertimos en parte de la narrativa. 

La integridad no es rechazar la IA. Es usarla sin mentir sobre ella.

2-En su LinkedIn habla de ‘storytelling inmersivo’. Pero, en la era del  ruido constante, ¿cómo se diseña el valor del silencio? ¿Cómo se  convierte la pausa, la ausencia de estímulo, en la parte más elocuente  de una experiencia?. 

Vivimos en la economía de la atención, pero nadie habla de la economía de  la pausa. Todos mis clientes quieren más: más engagement, más scroll, más  tiempo en pantalla. Y yo les pregunto: ¿y si el lujo fuera conseguir que la  gente se desconecte? 

La IA generativa es una máquina de ruido infinito. Puede crear contenido  24/7, sin parar, sin respirar. Pero el silencio… el silencio hay que ganárselo.  Es la única cosa que no puedes generar con un prompt. 

¿Sabes qué es revolucionario en 2025? No es generar mil imágenes por  segundo. Es tener el criterio de no generar ninguna. Es entender que a veces  el espacio vacío comunica más que cualquier píxel. 

El storytelling inmersivo del que hablo no es bombardear con estímulos. Es  crear ritmo. Música tiene silencios entre notas, sino sería ruido. La publicidad  necesita silencios entre mensajes, sino es spam. 

Pero aquí está el problema: el silencio no tiene métricas. No puedes medir los  segundos de paz que le regalaste a alguien. No hay KPIs para la calma. Y en  un mundo obsesionado con la data, lo que no se mide no existe. 

Por eso el silencio es un acto de valentía creativa. Es decirle al cliente:  «Vamos a pagar por este espacio carísimo para no llenarlo de nada.» Es  confiar en que la ausencia puede ser más potente que la presencia. 

La IA me ha enseñado algo fundamental, puede replicar todo menos la  decisión humana de callarse. Esa pausa antes de hablar. Ese momento de  duda. Ese silencio que dice más que mil palabras. 

El futuro no es menos ruido. Es ruido más inteligente. Y la inteligencia  suprema es saber cuándo callar. 

3-Todo espacio tiene una memoria, una historia previa, a veces un  ‘fantasma’. Al diseñar, ¿dialoga con ese fantasma para integrarlo o  trabaja para exorcizarlo y imponer una narrativa completamente nueva?  ¿Puede ponerme un ejemplo?. 

«Hollywood lo hizo» es exactamente sobre esto. Sobre dialogar con  fantasmas.

Mi documental no es sobre el futuro de la IA. Es sobre su pasado  cinematográfico. Cada vez que hemos interactuado con la inteligencia  artificial en el cine o en los libros, la mayoría de veces aparece como  antagonista para destruirnos. Terminator. HAL 9000. Matrix. Westworld. 

¿Sabes qué hice? No exorcicé estos miedos. Los abracé. Entrevisté a  expertos mostrándoles que Hollywood ya había predicho todo lo que está  pasando. Solo que lo había vestido de ficción. 

Es como lo que pasó con Tiburón de Spielberg en 1975. Una película creó un  miedo irracional que dura hasta hoy. Los tiburones no son el problema.  Nuestra narrativa sobre ellos sí. Lo mismo pasa con la IA. 

En cada proyecto que hago, busco esa memoria colectiva. Cuando trabajo  con Coca-Cola en «Create Real Magic», no ignoro 100 años de historia  publicitaria. La IA no borra el pasado. Lo reinterpreta. 

Por ejemplo, mi campaña navideña con IA para Coca-Cola. Podríamos haber  fingido que era tradicional. Pero no. Hicimos de la IA parte de la historia  navideña. El fantasma de las navidades pasadas encontrándose con el  espíritu de las navidades futuras. 

Mis libros infantiles – «El océano de las emociones», «El laberinto de las  emociones» – nacen de mi propia infancia. De cuando no teníamos palabras  para lo que sentíamos. La IA me ayuda a ilustrar emociones que antes eran  invisibles. 

El error más grande en creatividad es creer que innovar significa olvidar.  Innovar es recordar con herramientas nuevas. La IA no mata la nostalgia. La  digitaliza. La hace interactiva. La democratiza. 

Cuando la gente me dice «la IA va a matar la creatividad», les recuerdo, eso  mismo dijeron del cine cuando apareció. Que mataría el teatro. El teatro sigue  vivo. Solo que ahora también hacemos películas. 

No se trata de elegir entre pasado y futuro. Se trata de entender que el futuro  es solo el pasado con mejores herramientas. 

Y los fantasmas… los fantasmas son los mejores colaboradores. Porque ellos  recuerdan lo que nosotros olvidamos, que todo esto ya pasó antes, solo que  con otro nombre.

4-Hablemos de un fracaso. No uno técnico, sino emocional. De un  proyecto donde, a pesar de ser visualmente impecable, sintió que el  espacio no ‘respiró’ como esperaba, que la conexión con la gente no se  produjo. ¿Qué aprendió de la textura de ese error?. 

4. Hablemos de un fracaso. No uno técnico, sino emocional. 2016. El concurso que me enseñó que brillar no es iluminar. 

Era para una cerveza premium internacional. Tres meses encerrados  creando. El claim: «No heredamos el mundo. Lo fermentamos». Pensé que  era brillante. Conectaba herencia, tradición cervecera y rebelión  generacional. Era inteligente, sofisticado, con doble lectura. 

Era una bodrio. 

La presentación fue impecable. 120 slides. Motion graphics. Un storytelling  que iba desde los monjes trapenses hasta los millennials urbanos.  Referencias a Hemingway. A la Bauhaus. Todo muy culto. Todo muy yo. Todo  muy desconectado de alguien que solo quiere una cerveza después del  trabajo. 

¿Sabes qué concepto ganó? «Salud. Y que no sea la última». Simple. Directo.  Humano. Sin pretensiones intelectuales. Sin necesidad de explicar nada. 

El feedback del cliente fue devastador por su sinceridad: «Vuestra propuesta  necesita un máster para entenderla. La cerveza la bebe gente que no  necesita filosofía en su botella.» Tenía razón. 

Había creado publicidad para otros publicitarios. Para festivales. Para mi ego.  No para personas reales que eligen qué beber un viernes por la noche. Mi  campaña era un ejercicio de autoestima intelectual disfrazado de creatividad. 

Lo más doloroso fue darme cuenta de que llevaba años haciendo esto.  Complicando lo simple. Intelectualizando lo emocional. Creando jeroglíficos  cuando la gente necesitaba espejos. 

Ese fracaso me partió en dos. La Laia que quería impresionar murió ese día.  Nació la que quería conectar.

5-Su trabajo es profundamente sensorial: tacto, olfato, kinestesia… En  un mundo que avanza hacia lo meta-virtual, ¿no cree que su lucha por  lo físico es una trinchera radical? ¿Estamos diseñando experiencias  para avatares o para cuerpos que sudan, que dudan, que sienten  mariposas en el estómago? 

Mi lucha no es por lo físico. Es por lo irreemplazable. 

Mira, trabajo con IA todos los días. Genero miles de imágenes, videos, textos.  Vivo en la nube más que en mi casa. Pero justo por eso sé exactamente qué  es lo que nunca podremos digitalizar: la torpeza humana. 

La IA es perfecta. Terriblemente perfecta. No se equivoca en los colores. No  duda. No tiene días malos. Y esa perfección es precisamente lo que la hace  incompleta. Porque los humanos no conectamos con la perfección.  Conectamos con las grietas. 

¿Sabes qué momento de mis campañas con IA tiene más engagement? No  son los renders perfectos. Son los errores que decidí dejar. El frame donde la  IA no entendió bien el prompt y creó algo raro. Eso es lo que la gente  comparte. Lo imperfecto. 

Te voy a confesar algo, cuando trabajo con el equipo «Create Real Magic» de  Coca-Cola, lo más valioso no es lo que la IA genera. Es lo que los humanos  rechazan. Ese proceso de decir «no, esto no me hace sentir nada» es  imposible de automatizar. 

El mundo meta-virtual no me asusta. Me fascina. Porque cuanto más tiempo  pasemos en mundos perfectos, más valoraremos los momentos donde algo  sale mal en el mundo real. El café que se te cae. La risa inoportuna. El error  que se convierte en oportunidad. 

Mis libros infantiles sobre emociones los ilustro con IA, sí. Pero los escribo y  boceto a mano primero. Con tachones. Con dudas. Con esa caligrafía  horrible que tengo. Porque necesito sentir la resistencia del papel para saber  si la idea tiene peso. 

¿Avatares? ¿Metaverso? Fantástico. Pero cuando Zuckerberg presentó  Meta, ¿qué recordamos? Las piernas que no tenían los avatares. Lo que  faltaba, no lo que sobraba. 

La IA me ha enseñado algo fundamental, lo humano no es lo que hacemos  bien. Es cómo sobrevivimos a lo que hacemos mal. Y eso, no se puede  programar. No se puede optimizar. Solo se puede vivir. 

Por eso no estoy en una trinchera. Estoy en un puente. Uso la IA para  recordarnos lo magníficamente imperfectos que somos. Cada campaña que 

hago con inteligencia artificial es, paradójicamente, un homenaje a la  estupidez humana. 

Porque el día que seamos perfectos como las máquinas, habremos dejado  de ser interesantes. 

Y yo, en mi batalla particular, me dedico a documentar digitalmente todas las  formas en que seguimos siendo maravillosamente analógicos. Es la paradoja  más bonita de mi trabajo, que es usar el futuro para preservar lo que siempre  fuimos. 

Cuerpos que sudan. Que dudan. Que sienten mariposas. Y que, gracias a la  IA, ahora pueden contar esas imperfecciones a una escala que antes era  imposible. 

No lucho contra lo virtual. Lo abrazo para demostrar que lo real es  irremplazable. 

6-Usted diseña ambientes que influyen directamente en el estado de  ánimo y el comportamiento de las personas. ¿Dónde establece la  frontera ética entre ‘inspirar’ a un cliente y ‘manipular’ sus emociones  para que consuma? ¿Existe una carta de derechos emocionales para las  personas que habitan sus espacios? 

Mi trabajo con IA es exactamente lo opuesto, democratizar la capacidad de  crear belleza. De contar historias. De conectar. No de engañar. 

Mira, la frontera es cristalina para mí, la publicidad debe sumarte, no restarte.  Cuando creo una campaña con IA para Coca-Cola, no busco que te sientas  incompleto sin el producto. Busco que te sientas reflejado en la historia. Que  veas tu propia felicidad amplificada, no fabricada. 

La IA me da herramientas potentísimas, sí. Pero las uso como un megáfono  para las emociones que ya existen, no como una fábrica de necesidades  artificiales. La diferencia es fundamental. 

Te pongo un ejemplo: la campaña navideña del año pasado con IA. No  creamos nostalgia falsa. Amplificamos la que ya tenías. No inventamos  recuerdos. Te ayudamos a celebrar los tuyos. La IA fue el pincel, pero la  emoción siempre fue tuya. 

Mi ética es simple, si no lo haría con mi familia, no lo hago con tu audiencia.  ¿Le mentiría a mi familia sobre lo que necesita para ser feliz? Nunca.  Entonces no te lo hago a ti. 

Cuando escribí mis libros infantiles, fue precisamente para enseñar a los  niños a reconocer sus propios sentimientos. No para implantarles otros nuevos. La IA me ayudó a ilustrar emociones complejas, pero nunca a  inventarlas. 

La publicidad inspiradora es la que te muestra un espejo, no un espejismo. Te  refleja en tu mejor versión, pero no te vende una versión que no existe. 

Por eso siempre soy transparente sobre el uso de IA. No es solo honestidad  técnica. Es respeto fundamental. Tú decides si quieres emocionarte. Yo solo  creo el espacio para que puedas hacerlo. 

¿Sabes qué me enorgullece más? Cuando alguien ve mi trabajo y dice: «Esto  me recordó a…» No «esto me convenció de…». Recordar, no convencer. Esa  es la diferencia entre inspiración y manipulación. 

La IA es una herramienta de amplificación emocional, no de fabricación  emocional. Yo amplifico lo que ya sientes. No invento lo que deberías sentir. 

Y si alguna vez sientes que una campaña mía intenta hacerte sentir mal  contigo mismo, he fracasado. Porque mi trabajo es celebrar lo humano, no  corregirlo. Potenciarlo, no cambiarlo. 

La verdadera creatividad con IA no es hacer que compres. Es hacer que  sientas. Y luego, si quieres comprar, que sea porque el producto encaja en tu  historia, no porque mi historia te convenció de que lo necesitas. 

Esa es mi línea roja. Siempre del lado humano. Siempre. 

7-El diseño curativo es una poderosa rama. Más allá de un hospital,  ¿cómo se diseña un espacio que ayude a sanar una herida emocional  invisible? ¿Cómo sería la tienda, la oficina o el showroom que sirviera  de bálsamo para el alma agotada de 2025?. 

Desde mi punto de vista, el espacio sanador de 2025 no es un lugar. Es un  permiso. El permiso para no estar bien, para no ser productivo, para no  sonreír en Instagram. 

Vuelvo a la referencia de mis libros infantiles, nacieron precisamente de esto.  No son solo cuentos. Son mapas emocionales para navegar el caos interior.  Uso IA para crear ilustraciones que se adaptan, que respiran con el lector,  que no juzgan. 

¿Sabes qué sana de verdad? No es un espacio bonito. Es un espacio que te  ve. Por eso cuando trabajo con IA para marcas, mi obsesión no es crear  contenido perfecto. Es crear contenido que valide tu imperfección. 

El showroom sanador de 2025 sería uno donde la IA no optimiza para  venderte más, sino para entenderte mejor. Donde los algoritmos detectan ansiedad y bajan el ritmo. Donde identifican agotamiento y simplifican  opciones. 

Pero lo más revolucionario que estoy explorando es cuando la IA que genera  silencios personalizados. No música relajante genérica. Tu silencio  específico. El que necesitas según tu historia, tu día, tu dolor particular. 

El bálsamo para 2025 no es más tecnología. Es tecnología más humana. IA  que reconoce el cansancio digital y se apaga sola. Que entiende que a veces  la mejor campaña es no hacer campaña. 

Mi visión es simple, usar la IA no para crear más estímulos, sino para crear  espacios de respiro entre estímulos. Pausas inteligentes. Silencios  calculados. Vacíos necesarios. 

Porque el alma agotada de 2025 no necesita más contenido. Necesita que  alguien (o algo) le diga: «No pasa nada. Respira. Yo espero.» 

Y eso es exactamente lo que entreno a mis IAs para hacer. No vender. No  convencer. Solo estar. Como un banco en el parque digital. Disponible si lo  necesitas, invisible si no. 

El espacio sanador del futuro no es un lugar. Es un algoritmo empático. Y  estoy dedicando mi vida a crearlo. 

8-Si mañana dejara de diseñar, pero un principio suyo se enseñara en  todas las escuelas de diseño del mundo, ¿cuál sería ese mantra? No  una técnica, sino una creencia humana sobre la relación entre las  personas y los espacios que habitan. 

«La herramienta más avanzada del mundo no vale nada si no tienes nada  que decir.» 

Mira, podría enseñarles a dominar Midjourney, Ideogram, todos los prompts  perfectos. Pero eso sería como enseñar caligrafía a alguien que no sabe leer.  Técnicamente impecable, humanamente irrelevante. 

Lo que les diría a esos estudiantes es esto: antes de tocar cualquier IA,  cualquier software, cualquier herramienta, hazte esta pregunta: ¿Cambiaría  algo en el mundo si esto no existiera? Si la respuesta es no, empieza de  nuevo. 

He visto demasiados creativos brillantes convertirse en operadores de  prompts. Saben generar mil imágenes por hora pero no saben por qué  ninguna importa. Son fontaneros digitales del contenido, no creadores.

Mi mantra real sería: «Primero siente, luego piensa, después crea, y solo al  final, genera.» 

El orden es sagrado. Si empiezas generando con IA, estás poniendo el carro  delante del caballo. La IA amplifica, no origina. Es un megáfono, no una voz. 

En mis 20 años de carrera, he visto aparecer Photoshop, After Effects, ahora  la IA generativa. ¿Sabes qué tienen en común todos los que sobrevivieron a  cada revolución tecnológica? Tenían algo que decir antes de tener las  herramientas para decirlo. 

Les enseñaría que la creatividad no es lo que puedes hacer, es lo que  decides no hacer. En un mundo donde la IA puede generar infinito contenido,  el verdadero poder es el criterio de saber cuándo parar. 

Otro principio fundamental: «Tu trabajo no es impresionar a otros creativos.  Es conectar con humanos.» 

La IA puede ganar todos los premios técnicos del mundo. Puede generar la  imagen más perfecta jamás creada. Pero si no hace que alguien, en algún  lugar, sienta algo real, es basura digital cara. 

Lo que nunca les perdonaría a mis estudiantes: usar la IA para esconderse.  Para no tomar decisiones. Para no arriesgarse. La IA no es un escudo, es un  amplificador. Y amplifica tanto tus aciertos como tu mediocridad. 

Si pudiera tatuar algo en la frente de cada estudiante sería: «La IA hace el  QUÉ. Tú decides el POR QUÉ.» 

Y el por qué, no se aprende en tutoriales de YouTube. Se aprende viviendo,  fracasando, amando, perdiendo. Se aprende siendo humano. 

Porque al final del día, no estamos en el negocio de generar contenido.  Estamos en el negocio de generar conexiones. 

Y las conexiones, esas de verdad, las que cambian vidas y mueven  montañas, esas no las puede generar ninguna máquina. 

Todavía.

9-Todo creador tiene una sombra, una duda recurrente que lo  acompaña. ¿Cuál es la pregunta que más teme que le hagan sobre su  trabajo y por qué? Vamos a hacerla hoy. 

«¿Y si la IA hace que todo el mundo sea creativo y ya no nos necesiten?» 

Es la pregunta que flota en cada conferencia pero nadie se atreve a formular.  Y te voy a decir por qué es la pregunta equivocada. 

El valor nunca estuvo en la herramienta. Siempre estuvo en quien la sostiene. 

¿Sabes quiénes son los mejores creadores con IA ahora mismo? Fotógrafos  profesionales usando Midjourney. Directores de arte dominando Ideogram.  Copywriters brillando con ChatGPT. No es casualidad. Es experiencia  traducida a nuevos lenguajes. 

Cuando das una cámara profesional a alguien, no se convierte en fotógrafo.  Cuando das IA a alguien, no se convierte en creativo. Se convierte en alguien  con acceso a herramientas poderosas que no sabe usar. 

Mi vecino puede generar 1000 logos con IA. ¿Pero sabe cuál funciona a 2  milímetros en una tarjeta de visita? ¿Cuál resiste una ampliación a valla  publicitaria? ¿Cuál sobrevive en blanco y negro? No. Porque eso no lo  enseña la IA. Lo enseña la experiencia. 

Lo que está pasando es fascinante, ya no somos artesanos, somos directores  de orquesta de infinitas posibilidades. Mi trabajo ha evolucionado de crear  una idea a elegir entre 10.000 variaciones cuál es LA idea. Y créeme, eso es  infinitamente más difícil. 

El pensamiento crítico se ha vuelto nuestro superpoder. Cualquiera puede  generar. Pero saber QUÉ generar, POR QUÉ generarlo y CUÁNDO parar…  eso es arte puro. 

En mis másteres en Miami Ad School y en AI School by Nas.io., lo primero  que enseño no son prompts. Es criterio. Cómo ver. Cómo elegir. Cómo  descartar. Porque en un mundo de abundancia infinita, la escasez de criterio  es el nuevo oro. 

¿La democratización de herramientas? Maravilloso. Que todos puedan crear  es como que todos sepan escribir. ¿Eliminó eso a los escritores? No. Creó  más necesidad de los buenos. 

Los creativos no vamos a desaparecer. Vamos a evolucionar de ser los  únicos que sabían usar Photoshop a ser los únicos que saben por qué usar  Photoshop y no Illustrator. De ejecutores a estrategas. De artesanos a  curadores.

Cuantas más opciones genera la IA, más valioso se vuelve alguien que  puede decir «Esta. Esta es la correcta. Y te voy a explicar por qué». 

Mi miedo no es que todos sean creativos. Mi miedo es que no entiendan  que ser creativo nunca fue saber usar herramientas. Fue saber qué historia  contar. 

Y las historias que importan, las que conectan, las que cambian  comportamientos… esas no las elige un algoritmo. Las elige alguien que  entiende por qué los humanos lloran, ríen, compran, sueñan. 

La IA puede generar un millón de variaciones de «felicidad». Pero solo un  humano sabe cuál versión hará sonreír a una madre cansada un martes a las  6 PM. 

Ese es nuestro trabajo. Siempre lo fue. 

Solo que ahora es más evidente que nunca. 

10-Descríbame, con los ojos cerrados, un instante concreto de su  carrera en el que supo, con certeza absoluta, que una persona había  conectado emocionalmente con un espacio que usted diseñó. No nos  hable de datos de ventas, háblenos de un parpadeo, de un suspiro, de  una sonrisa robada. 

Pyrénées Andorra. 2021. El día que entendí que la publicidad puede sanar. 

No era una campaña con IA, todavía no. Era pura narrativa emocional. Con  Paula, mi socia en XELMY, habíamos creado un cortometraje de tres minutos  para el Día de la Madre. No un spot. Una historia. 

La idea era simple pero ambiciosa: reconectar a padres e hijos en un  momento donde la pandemia nos había desconectado de todo. «Volver a  sentir, volver a creer, volver a disfrutar.» Ese era nuestro mantra. 

El día del estreno en el centro comercial. La pantalla gigante. Gente pasando  con prisa, como siempre. Y entonces empieza nuestro film. 

Vi a una adolescente con auriculares que se detiene. Se quita los cascos. Su  madre está a su lado, mirando bolsas, sin prestar atención. Pero algo en la  pantalla atrapa a la chica. 

Es la escena donde mostramos esos momentos cotidianos que todos  reconocemos. Los recuerdos emotivos que sacamos a flote solo cuando nos  damos cuenta de que siempre hay esperanza. La chica toca el brazo de su  madre. «Mamá, mira esto.»

Y entonces sucede. No una, sino decenas de personas se paran. Se forma  un semicírculo espontáneo. Veo lágrimas. Sonrisas. Abrazos entre  desconocidos. Un centro comercial en Andorra convertido en una catedral de  emociones compartidas. 

Pero el momento, EL momento que me marcó: un hombre mayor, solo, con  una bolsa de farmacia. Se queda mirando hasta el final. Cuando termina, se  acerca a mí (me había reconocido porque estaba observando las  reacciones). 

Me dice en catalán: «Mi hijo vive en Barcelona. No nos hablamos desde hace  dos años. Voy a llamarle ahora mismo.» 

Y lo hace. Allí. Delante de mí. Delante de todos. Marca el número con dedos  temblorosos. Y cuando su hijo contesta, solo dice: «Hijo, soy papá. Te echo  de menos.» 

Ese día entendí algo fundamental, no hacemos publicidad. Hacemos puentes  emocionales. Creamos el permiso para decir lo que no sabemos cómo decir. 

La campaña se viralizó orgánicamente. La gente la compartía no porque  fuera brillante creativamente. La compartían porque les daba las palabras  que no encontraban. 

Desde entonces, cada proyecto que hago, con o sin IA, lo mido con esa vara:  ¿Esto podría hacer que alguien llame a su hijo? 

Si la respuesta es sí, entonces estoy haciendo mi trabajo. 

Porque al final, como decimos en la agencia: «Todos tenemos recuerdos  emotivos y solo cuando los sacamos a flote es que nos damos cuenta de que  siempre hay esperanza.» 

Ese hombre llamando a su hijo me enseñó que la creatividad más poderosa  no es la que impresiona. Es la que repara. 

Y eso, es lo que intento hacer cada día. 

Con o sin inteligencia artificial.

La conversación se apaga como la luz tenue de una instalación al final del  día. Laia Grassi no nos ha mostrado un portfolio; nos ha invitado a caminar  por los pasillos de su filosofía. Al despedirnos, queda una certeza: su trabajo  no se mide en metros cuadrados, sino en centímetros cúbicos de emoción.  No construye tiendas, construye templos modernos donde las marcas y las  personas practican un ritual antiguo: el del encuentro auténtico. 

Mientras el mundo se fragmenta en pantallas, ella cose remiendos de  realidad. Su legado no será un catálogo de proyectos, sino una huella  sensorial en la memoria de miles de personas que, sin saber su nombre, un  día entraron en un lugar y salieron sintiéndose un poco más livianas, más  vistas, más humanas. Porque al final, el diseño más revolucionario no es el  que grita, sino el que susurra la pregunta más esencial directamente al oído  del corazón: «¿Lo sientes?». 

Y, efectivamente, después de hablar con ella, se siente.

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