Discutir la política en tiempos de tiranía, es hurgar en el fondo de las atrocidades cometidas en nombre de alguna ocurrente incontinencia política. Es zarandear realidades que se saben camufladas por discursos que exaltan intempestivas tribulaciones, causadas por los latigazos del opresor. Es condenar el tiempo al retroceso de la historia. Tiempo éste que seguramente incita el desgaste lógico de las instituciones. Desgaste o deterioro provocado por la desigual distribución de la miseria. Además, repartida pública y dadivosamente en lacerantes cuotas. Quizás, por el afán de avivar el caos las realidades nacionales cargan.
En el desarreglo que toda esta situación anima, no sólo se advierten problemas de contenido político. Son también problemas de tipo cultural, moral y ético. Todos ellos son causantes del retraso que pesa sobre el discurrir de cualquier comunidad que directa o indirectamente se involucra en tan embrollada crisis. Sin importar su tamaño geográfico, extensión física, condición jurídica o capacidad económica. Al final de todo, las complicaciones azotan a todas por igual. En consecuencia, se altera así la fisonomía y perfil de la conducta del ciudadano. Convirtiéndolo en individuos sometidos o supeditados a lo que puede conseguir. Pero desde los escaños de la indignidad.
En medio de una vida así consumada, la brutalidad es el único estandarte que puede blandirse u ondearse a manera de blasón o bandera. El honor, la hidalguía o la justicia, jamás podrían ser la divisa que caracterice la razón de alguna instancia sobre la cual recaiga algo del poder que subyuga y humilla a quien se rezague de las conjuras que ilustran la intolerancia del tirano.
De ahí la necesidad de cuidar los efectos que, sobre la dignidad de quien se opone a los abusos del despotismo usufructuado, brindan los abusos de un lenguaje bochornoso, extorsionador y chantajista propio del autócrata de oficio. Aunque no sólo es el discurso lo que redunda en perjuicio de los valores políticos sobre los cuales se depara la democracia, la constitucionalidad y la República. También, es todo lo que encubre la barbarie que impera sobre el sistema político pretendido. Y que, desde luego, requiere un proceso de gobierno impositivo, intransigente y sembrador de odio.
En el caso Venezuela
En Venezuela, este modelo ha trazado un discurrir profundamente conflictivo y contrapuesto. La gestión política del régimen, se ha valido de cuantos pretextos ha podido inventar, para elaborar y tomar cada decisión. Por eso, todo venezolano tiene una historia de horror que contar. No sólo porque la ha padecido cerca. Peor aún, porque la ha vivido en carne propia.
Ahora, con la estampa que pinta cada determinación asumida por ilegítimas y artificiosas instancias del Poder Público, el panorama se torna más umbroso y tétrico. No sólo sus decisiones lucen penosas, dado el nivel de retaliación que comportan sus actuaciones. Son los riesgos que por su causa estremecen al país de cara a lo que sus argumentos exponen ante el resto del mundo. Tanto estropajo, consume el curso de sus discusiones estribadas a manera de monólogo, que lejos de imaginar o presumir algún beneficio para el desarrollo económico y social de la nación, deja ver que el rumbo asumido luce marcadamente contraproducente.
El régimen busca que sus mentiras vociferadas como fatales verdades de Perogrullo, sean creídas. También, dejan ver el grado de ridiculez y contravenciones que escupen sus directivos presumidos de virtuosos reyezuelos por la pretensión de asumir un estatus de gobernantes “plenipotenciarios”. O sea, por encima de la misma política.
Frente al abuso en curso por un régimen desesperado por el miedo que induce su segura y pronta defenestración, el horizonte político se torna borrascoso. Múltiples interrogantes entraman la agenda política venezolana. Sobre todo luego de advertir y reconocer que la crisis política circunda toda posibilidad de dar con una salida distinta de la que, testarudamente, plantea el régimen en medio de un ambiente en el cual los derechos, las libertades y garantías son continuamente vulneradas al margen del ordenamiento jurídico existente. Aunque el problema fundamental sigue estando definido alrededor de la siguiente pregunta: ¿Cómo subsistir en tiempos de tiranía?
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