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Cuídate Venezuela, de tu propia Venezuela Por el Sociólogo Ender Arenas Barrios

Parafraseo a César Vallejo quien era mi poeta favorito cuando rondaba los veinte años. En esa época, soñaba sufriendo y sufría soñando. Esto último es también una paráfrasis, pero de otro poeta.

Esto suele ocurrir, cuando escribimos con las voces de otro.

El atrevimiento es porque en esta corta nota voy a referirme a lo que ya es un problema o un fenómeno social. De verdad, no sé cómo definirlo.

La cuestión es que nos hemos convertido en los habitantes indeseables del mundo que nos desprecia. Bueno, ello es el desiderátum de un clima de época que ha retornado al hipernacionalismo xenófobo. Es bueno decir que los venezolanos, en un número importante de casos, hemos dado por donde.

Desde Chile a los Estados Unidos, los venezolanos hemos sido objeto de odio, recelo, hostilidad y rechazo. Excluyo a Canadá, donde vivo, pues ha sido la naturaleza la única que me ha tratado mal. Además, hemos sido calificados de violentos, despiadados y criminales. Todos estos sentimientos y calificativos alimentan la narrativa que ha hecho del «tren de Aragua» la banda criminal más grande de la historia criminal del mundo. Según estas narrativas, cuenta con 8 millones de migrantes venezolanos. 

Es obvio que esta manera de enfrentar la migración venezolana por los países que han sido su destino implica un gran problema. Esto es particularmente cierto para un inmigrante que mayoritariamente ha caminado enfrentándose al «tráfico de personas, al abuso sexual, discriminación, a la separación familiar, a la desaparición y, por supuesto, a la imposibilidad de cubrir sus necesidades básicas».

Pero el inmigrante venezolano no solo se ha enfrentado a la hostilidad de los nativos de los países-destinos. Paradójicamente ha enfrentado a sus propios compatriotas residenciados en esos países, a sus críticas y, en algunos casos, a manifiestos deseos de que sean deportados. Estos compatriotas asumen la narrativa xenófoba de las autoridades de inmigración de esos países.

Aquí voy a referirme únicamente a los venezolanos que están en los Estados Unidos. No todos legales, no todos con documentos que le acrediten su permanencia en ese país, ni con solicitud de asilo. Muchos son aplaudidores de los planteamientos de Donald Trump, especialmente de su política migratoria. También se hacen de la narrativa trumpista para endosarle a sus propios compatriotas los mismos calificativos que Trump usa para justificar la deportación masiva de los venezolanos. Reiteradamente, acusa a estos de pertenecer al tren de Aragua.

Este grupo además adereza con los adjetivos que ya empiezan a convertirse en señas de identidad. Trump y el trumpismo venezolano (porque hay un trumpismo venezolano muy militante) califican a los inmigrantes venezolanos de violentos, despiadados y criminales.

Desde «influencers» venezolanos, hay uno con un inobjetable talento. Pero, lamentablemente devenido, en los últimos tiempos se ha vuelto vocero homofóbico, xenófobo del trumpismo y fanático de Trump. Llama a los que abogan por la defensa de los derechos humanos «defensores de malandraje».

También sobresale una cantidad nada despreciable de acreditados moderadores de televisión, que se han fanatizado del pensamiento y política de Trump. Justifican y legitiman su política que viola los derechos humanos de la comunidad venezolana en los Estados Unidos, con la excusa de que los deportados son todos «criminales, violentos y despiadados».

He leído, tal vez por alguna desviación masoquista, los mensajes de venezolanos que viven en Estados Unidos. He leído los mensajes de los que viven repartidos por otras partes del mundo y de una cantidad nada despreciable que vive (y sufre) en Venezuela. Aplauden las medidas de suspensión del «Parole Humanitario», del TPS y son febrilmente partidarios de la deportación masiva. Justifican el exabrupto de la ley de «Enemigos extranjeros» de 1798, una ley tan antigua como los Estados Unidos, como «soporte legal» para llevar a cabo la deportación al Salvador de los migrantes venezolanos. Utilizan la excusa de que estos pertenecen al «Tren de Aragua». Pasan por «el forro» la orden de un juez, quien decidió paralizar las expulsiones por considerar que ese instrumento legal no se podía aplicar a este caso.

Como respuesta a estas consideraciones de los venezolanos que asumen los planteamientos de Trump como verdades irrefutables y de que todo lo que ha hecho en dos meses desquiciantes es bueno, quiero sugerirles el excelente video de Gladys Rodríguez en TVV: «Fanáticos del caos». Este video responde a los mediáticos venezolanos de Miami, sin nombrarlos. Pero no hacía falta tal detalle. Todos cuando lo vean se darán cuenta a quienes está aludiendo.

Lo increíble de toda esta siniestra historia es que el régimen venezolano, responsable de la migración de más de 8 millones de personas, hoy construye una narrativa en la que se asumen como los defensores de los derechos humanos. Muchos de estos emigrantes salieron por ser perseguidos y amenazados de ser encarcelados, desaparecidos o asesinados. Otros buscaban una mejor vida. Los mismos que rutinariamente violan estos derechos están ahora posicionándose como defensores de los derechos humanos.

Cosas de la política. En el pasado reciente, un presidente norteamericano, Biden, le lanzó al régimen un salvavidas (la licencia 41). Esta licencia les proporcionó 700 millones de dólares mensuales, que por cierto no se invirtieron en mejorar las condiciones de vida de los venezolanos. Hoy el presidente Trump, que alguna vez dijo que todas las «opciones están sobre la mesa», les ha dado un argumento que les permite apropiarse de la narrativa de la defensa de los derechos humanos.

¡Qué ironía!

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