Dos libros del Viejo Testamento, de grata evocación y citados con frecuencia, son los denominados «sapienciales»: Sabiduría y Eclesiástico. En la función doctrinal, destacan sus recomendaciones para “obrar con prudencia”; y en el sentido alegórico, la “Sabiduría” es un personaje que nos habla. En ambos libros la teología se hace práctica y los sabios anónimos instruyen y/o educan sobre el buen vivir.
Y hay un tercer libro, Proverbios, que no es clasificado como sapiente, pero que no desmerece tal reconocimiento. Sabiduría no le falta, antes le sobra. Quizá la razón de la exclusión del sapiente canon sea su tono y estilo, que desbordan la condición sagrada y saltan a lo profano. En efecto, los proverbios nacen de la condición humana y de la práctica cotidiana en las más disímiles circunstancias; al punto que, un solo proverbio puede transformar comportamientos cuando se le aplica a determinada situación del diario vivir.
La paradoja del libro Proverbios es que, si bien no se le reconoce “sapiente”, los libros que sí lo son se alimentan de su fuente. Eclesiástico, por ejemplo, invita a no desdeñar lo que en ellos “narran los sabios”, e insiste en volver una y otra vez a ellos, dado que “de ellos aprenderás doctrina”; doctrina que labra el camino hacia una de las más altas virtudes humanas, la prudencia. Y apropósito de virtud, un proverbio siempre está dispuesto a ofrecerse para sacarnos de apuros, en el momento justo, ante situaciones incómodas.
A través de la prudencia los proverbios muestran sus mejores atributos, y en palabras de aquella “hacen sabiduría”; juzgue el lector qué tanto acierto hay en ello, con estos ejemplos, tomados de la Biblia de Jerusalén: El tardo en la ira tiene gran prudencia, el de genio pronto pone de manifiesto su necedad. (14,29). A los oídos del necio no hables, porque se burlará de la prudencia de tus dichos. (23,9). ¿Escuchas el eco de la experiencia?
Ahora, en cuanto a la forma (anónimos en su tono, y en su estilo: breves, concisos y claros), los proverbios bien podrían reclamar la condición de género literario, así sea menor. Si se estableciera como requisito la existencia de determinados rasgos comunes en forma y contenido, se puede argüir que los proverbios ostentan capacidad de síntesis en su fórmula verbal, siempre breve; y a ello agreguemos el simbolismo de sus sentencias, siempre llenas de ingenio. Mirad nada más cómo se defiende: Como las piernas vacilantes del cojo, es el proverbio en boca de los necios. (26,7).
Pero dejad, apreciado lector, que sean los mismos proverbios, con la simplicidad de su filosofía, los que hablen a tu oído, a fin de que, como dice el libro sagrado, “no se te escapen los proverbios agudos” (Eclo. 8,35). Sobre el odio: Más vale un plato de legumbres, con cariño, que un buey cebado, con odio. (15,17). ¡Y cuánto bien hace a todos éste!: Quien vigila su boca, guarda su vida; quien abre sus labios, busca su ruina. (13,3). Y qué tal este otro: Muerte y vida están en poder de la lengua, el que la ama comerá su fruto. (18,21).
Y si alguna duda queda sobre su condición de género literario, que bien merecido lo tiene, despidámonos con este proverbio, sobre la pereza: Vete donde la hormiga, perezoso, mira sus andanzas y te harás sabio. Ella no tiene jefe, ni capataz, ni amo; asegura en el verano su sustento, recoge su comida al tiempo de la mies. ¿Hasta cuándo, perezoso, estarás acostado? ¿Cuándo te levantarás de tu sueño? Un poco dormir, otro poco dormitar, otro poco tumbarse con los brazos cruzados; y llegará como vagabundo tu miseria y como un mendigo tu pobreza. (6, 6-11).
Donaldo Mendoza
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