Edmundo González Urrutia ya está en España.
Intento imaginar ese primer momento de su exilio. El destierro al que se ha visto abocado el candidato venezolano a la Presidencia que el pasado 28 de julio derrotó en las elecciones presidenciales a Nicolás Maduro.
Así lo valoró el Centro Carter, prestigiosa entidad que vela por los resultados electorales en países donde peligra la democracia.
Venezuela es uno de ellos y ese 28-J el mundo tenía los ojos puestos en unas elecciones que podían, finalmente, acabar con 25 años de despotismo chavista. Todo indica que el representante de la oposición, bajo la guía de la veterana líder opositora María Corina Machado, lo logró.
Desde ese instante, Maduro acabó de amarrar el fraude electoral y puso el pie en el acelerador de la represión. Había que forzar la salida del rival ganador. Sólo era cuestión de tiempo.
Los primeros días y semanas del destierro discurren en la niebla de la confusión por lo que se deja atrás, que en el caso de González es toda una vida. Antes de que accediera a representar a María Corina (inhabilitada por el chavismo) en las elecciones y se presentara como el dirigente del bloque opositor, vivía tranquilamente su jubilación de diplomático junto a su esposa.
Pudo haber continuado su tranquila existencia en un país donde el Gobierno persigue y encarcela a los opositores.
Sin embargo, comprendió lo importante que era acompañar a María Corina en la gesta de una campaña electoral que avanzaba a pesar del cerco oficialista. Hizo lo correcto entonces y también ahora, arrancado de su tierra para evitar el presidio político.
Cuando la noticia se propagó -desde el chavismo la vicepresidenta Delcy Rodríguez lo confirmaba oficialmente y el canciller español, José Manuel Albares, declaraba que España le otorgó asilo político-, en las redes sociales se multiplicaron los comentarios de los activistas de la oposición, con todo el espectro de las primeras reacciones:
El desánimo, la incredulidad, las críticas, el desconcierto general. Es lo que suele ocurrir cuando un país lleva tanto tiempo bajo una dictadura que produce éxodos masivos y fuerza a sus opositores a seguir el camino del exilio o pudrirse en las cárceles.
Con casi ocho millones de personas que componen la diáspora venezolana y gran parte de los líderes de la oposición viviendo en el extranjero (por ahora María Corina y otros activistas continúan en el país con una resistencia admirable), era previsible que Edmundo González tomara la única vía de escape antes de acabar en una hedionda mazmorra.
Maduro, y antes su mentor, el desaparecido Hugo Chávez, sigue el ejemplo de la dictadura castrista en Cuba, verdadera maestra en encerrar y desterrar a sus opositores por medio del arbitraje de gobiernos. Incluso se los quitan de en medio con asesinatos políticos como el que perpetraron contra los opositores Oswaldo Payá y Harold Cepero.
Ahora la resistencia venezolana es un avispero de opiniones y el oficialismo contribuye a la conmoción con sus informaciones envenenadas (Delcy Rodríguez sobre la marcha de González: “Por la tranquilidad y la paz política del país”). Así son siempre las largas luchas por la democracia:
Amargas, a contracorriente y a expensas de gestiones internacionales. En suma, resistir con pocas herramientas y mucha dosis de heroicidad por parte de quienes batallan con todo en contra.
Mientras escribo, desconozco lo que dirá Edmundo González una vez instalado en su destierro en España. Quizás no lleguemos a saberlo todo acerca de las presiones y movimientos en torno a su asilo político. Suelen ser situaciones muy delicadas que se tejen en las más altas instancias con pactos y mutismo.
De lo que no tengo duda es de que sentirá tristeza y también desgarro. Son los achaques propios del exilio. Cuando los amigos venezolanos le preguntaban a mi padre, quien murió en el exilio sin poder volver a su país, Cuba, cómo se asimila tan duro proceso, él solía decirles:
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