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La imposibilidad de crear una narrativa cuando se ha perdido legitimidad Por Soc. Ender Arenas Barrios

Les he contado en otra ocasión que los domingos mi hija mayor me invitaba a ir a misa, invitaba es una palabra que realmente no se ajusta a la realidad, pues, mas bien me conminaba a acompañarla.

Recuerdo que asistíamos a una misa oficiada por un sacerdote realmente muy anciano, de origen español, que por la edad que tenía debió haber llegado con Alonso de Ojeda a las riberas del lago de Maracaibo en 1499, el caso es que al anciano sacerdote con todo el entusiasmo que ponía domingo a domingo, su edad y la pésima acústica de la amplia nave de la iglesia no se le entendía, yo no le entendía, absolutamente nada de lo que narraba,

Así las cosas, yo le decía a mi hija que, qué sentido tenía estar en una misa cuando uno no lograba escuchar ni entender lo que aquel hombre decía y cantaba y ella me respondía:

“no lo entenderás tú, papi, yo le entiendo perfectamente lo que esta diciendo” y efectivamente, mientras yo solo lograba escuchar “Amen” ella, que tenía dominio de todo el ritual, seguía perfectamente el desarrollo de toda la liturgia.

Y, entonces, entendí que a pesar de todo, aquel hombre era un locutor autorizado que estaba en una situación autorizada, que era al fin de cuentas un emisor legítimo que contaba con receptores dispuestos a recibir lo hablado y a creer lo que se decía. 

Todo esto viene a cuento porque recientemente el presidente de Brasil Lula Da Silva con la intención de resucitar UNASUR, frente a los presidentes y cancilleres de Sudamérica, se presenta con una posición negacionista del carácter y la naturaleza dictatorial del régimen e intenta blanquear el régimen madurista cuando califica la situación política, social y económica venezolana de narrativa inventada donde se califica al régimen madurista de autoritario y antidemocrático y le sugiere a Maduro que cree su propia narrativa para contrarrestarla:

“Ustedes tienen como medios que deconstruir esa narrativa”.

De verdad, ya es rutinario, en este su tercer mandato, observar que Lula Da Silva se conduce como un cretino, es decir, un necio que se solidariza automáticamente con los que dicen tener su mismo código ideológico

Por supuesto, no hay posibilidad de crear una narrativa diferente, primero, por la fuerza de las evidencias que califican al régimen de dictadura; pero, es que además, como dice, un escritor español “contar es un vínculo de confianza” y es precisamente una de las cosas de las que adolece el régimen y que ha producido una pérdida por completo de su “situación autorizada”.

De verdad carece de lo que ostenta y legitima al viejo sacerdote de la misa dominical: situación autorizada y condiciones de aceptabilidad legítimamente reconocida por los feligreses, aunque yo no logre entenderle un carajo.

Pero, como ya lo señalé es imposible una narrativa madurista que logre imponerse como representación social dominante de lo que no es, pues, la vieja condiciones de aceptabilidad que Chávez había creado ya no existen.

Maduro y el régimen que él encabeza carece de un lenguaje autorizado.

El lenguaje, el discurso que hoy se maneja desde el corazón del régimen ya no produce, (bueno desde los lejanos y mejores días de Chávez) el efecto principal que es el de “hacer creer, el de hacer respetar, el de hacer admitir, aunque no se entienda” y es que para que la narrativa que propone Lula funciones es necesario una relación de autoridad entre un emisor de autoridad (que ya no existe) y receptores que estén dispuestos a recibir lo que se dice como cierto y que merece ser dicho.

Lula le propone a Maduro que haga lo que ya el régimen ha hecho y ha tratado reiterativamente de volver hacer:

hubo un tiempo que nadie nombraba la palabra dictadura, eran los tiempos de hegemonía chavista que tenía al frente a Chávez que portaba una enorme capacidad comunicativa, el régimen había impuesto una narrativa y esta fue deconstruida por la crisis que ha rebasado el ámbito de validez del régimen, y hoy sabemos que estamos frente a una dictadura porque ya hemos perdido el miedo de nombrarla.

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