En la Argentina el tema de la grieta ya estaba presente en los albores de la república, es decir hace doscientos diez años. Hubo momentos en que parecía cerrarse, pero jamás sucedió, pues, siempre hubo demasiados conflictos de intereses, corrupción y mucho fanatismo. Hoy en medio de una pandemia mundial, con una prolongada y agobiante cuarentena, donde se verifica la mayor crisis económica de toda su historia, la grieta vuelve a profundizarse de una manera peligrosa, ensañándose como en tantas otras oportunidades con la libertad de expresión.
Los que pertenecemos a la mítica generación de los años setenta hemos visto correr mucha agua bajo el puente, sabemos de primera mano cómo fueron los últimos cincuenta años, los vivimos, los padecimos, y dejamos el «consumo del relato» a los militantes de uno y de otro lado, ya que como sostenía Oscar Wilde, el hombre que no piensa por sí mismo no piensa en absoluto.
Internet ha permitido que la información llegue al instante a los lugares más remotos, concretando el derecho que todos tenemos a estar informados, pero bien informados, sin bulos o fake news. Y en esto mucho que ver tiene el periodismo que, según Rodolfo Walsh, si no es libre es una farsa.
Al parecer, cada vez estamos más distantes de Voltaire, dispuesto a defender la libertad de expresión del que no estuviera de acuerdo con él. Hay quienes me ha dicho que no quieren leerme, y están en su derecho, lo entiendo, no pelearé con ellos, mucho menos los descalificaré por pensar distinto. No todos podemos estar de acuerdo. Por otra parte, no es asunto de hostigar, insultar o amenazar a quienes se limitan a informar la verdad, porque no tiene sentido pelearse con la verdad. El mensajero no es el culpable. Orwell, en la primera mitad del siglo pasado, advirtió que la libertad de expresión consiste en decir lo que la gente no quiere oír. Muchos tienen una interpretación distorsionada de la realidad, y leen solo las noticias que refuercen esa mirada, en el convencimiento absoluto de que son los otros los que están equivocados.
En estos días el presidente de la Sociedad Americana de Prensa (SIP) Christofer Barnes, ha expresado su preocupación por la situación actual en Argentina, lamentando que deban ocuparse nuevamente de la persecución a los medios y los periodistas, ya que creían que eso era algo del pasado. Nunca lo fue, pues, esto revela el eterno retorno.
En fin, si estamos dispuestos a jugar el juego de la democracia debemos respetar el derecho de expresión. Hay muchas formas de ejercer esta libertad. El periodismo cuando es independiente cumple una tarea fundamental. El descontento social también puede expresarse en las redes o incluso en la calle. Éste es el juego de la democracia y, el sistema republicano tiene el deber de garantizarlo a través de sus diferentes poderes. Caso contrario caemos en aquellos males que costaron millones de vidas y que preferimos olvidar.
La felicidad, en todo caso, depende de la calidad de nuestros pensamientos, como sostenía Marco Aurelio.
Roberto Miguel Cataldi Amatriain es médico de profesión y ensayista cultivador de humanidades, para cuyo desarrollo creó junto a su familia la Fundación Internacional Cataldi Amatriain (FICA)
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