En lo que va del siglo XXI, la vida política nacional se ha descompensado. Eso significa que el país ha visto recrudecer problemas derivados de contradicciones profundamente expuestas por quienes han vivido convencidos de las capacidades y potencialidades de la praxis democrática. La profundización de “la revolución”, tan abruptamente como lo han sentenciado los encapotados de más alta jerarquía del régimen, causó la borrasca que actualmente asfixia a los venezolanos.
Si las exasperaciones incitadas por causa de los sucesos vividos en 2002 y 2003 quebraron al país dividiéndolo en dos bloques políticamente definidos, ahora la tendencia apunta a peores situaciones. La polarización, así le dicen al problema de la división política del país, es lugar común en todo ambiente donde confluyen más de dos personas. Además, se ha tornado casi “a muerte”. Mas, por las lecciones de desvergonzados funcionarios de alto vuelo, que exceden toda consideración de mínima tolerancia. Sus lacónicos vocabularios buscan remedarse en escenarios donde algunos furibundos exhiben el orgullo de actuar en nombre del régimen. O porque se expresan como ordinarios aduladores, genuflexos, subalternos, dóciles, subordinados, sumisos, arrodillados, politiqueros advenedizos o faltos de vergüenza.
El respeto desapareció del mapa de valores políticos que utiliza el “oficialismo”. Ahora se estila ofender, humillar, engañar, denigrar a quienes se expresen a nombre de la resistencia democrática política, nacional o regional. El lenguaje gubernamental en boca de ministros y “lamebotas” de toda estirpe y condición, evidencia un cuadro administrativo público deprimente que dejan ver la indecencia, el desprestigio y el descrédito que se promueve desde las alturas del poder. O en representación del desdichado y decrépito socialismo.
La confusión está devorando los principios morales, mientras que la corrupción engulló los principios de justicia social. La impunidad alcahueteada por el régimen oprobioso, abochorna cualquier parecido con los argumentos descritos por Nicolás Maquiavelo en su agudizado cuestionamiento al gobierno monárquico. Incluso, con alucinaciones de comiquitas bizarras. Es decir, el régimen convirtió al país en un laboratorio de política invertida donde la matemática del régimen demuestra que la sumatoria de factores negativos arroja como un resultado positivo. Y viceversa, pues estos gobernantes no pierden ninguna a pesar de que la propia Constitución y demás leyes de la República (y naturales) plantean lo contrario.
En medio de tanta descomposición, donde sigue dominando la antipolítica por efecto de tan contradictorias tendencias, el abuso se revalorizó como criterio de acción. Además, como razón de determinación jurídica y condición de motivación política. Por eso, el abuso se convirtió en valor revolucionario.
“Revolución” sin tan nauseabundo componente, no es “revolución”. Es el dispositivo que mecaniza y dinamiza la “revolución roboliviana”. Tan determinante es su utilización y función para este gobierno, que deberá reconocerse que en Venezuela, triste verdad aunque crudo accionar, “abuso” mató a “confianza”.
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