“Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo a un mismo ciudadano en el poder. El pueblo se acostumbra a obedecerle y él a mandarlo, de donde se originan la usurpación y la tiranía”. Simón Bolívar
Hablar de un país como Nicaragua, ubicado en el centro del continente, y con dos salidas al mar, valga decir, al océano Pacífico y al mar Caribe. Con un espectacular territorio con lagos, playas, cadenas montañosas, particularmente, la actividad volcánica es una característica geográfica y natural importante de Nicaragua, influyendo en su paisaje, turismo y riesgos naturales.
No obstante, no sería aventurado afirmar que Nicaragua, más que por su belleza exótica, se conoce por sus dictaduras. Y es que Nicaragua ha sido testigo de dictaduras significativas a lo largo de su historia, particularmente bajo la familia Somoza (1936-1979) y el régimen de Daniel Ortega y su esposa, Rosario Murillo (desde 2007).
A partir de esa realidad con hondas huellas en la historia de este país centroamericano, haré un análisis comparativo de estos dos períodos en términos de economía, ideología política, percepción popular y la relación con la iglesia católica.
Dinastía Somoza
La economía bajo los Somoza era predominantemente agrícola, centrada en la producción de café, frutas y productos básicos. La concentración de tierras en manos de una élite cafetalera exacerbó la desigualdad. Esta dictadura promovió un modelo de industrialización que beneficiaba principalmente a la familia Somoza y a sus aliados, dentro y fuera del país, con pingües beneficios para la sociedad nicaragüense, a no ser que se considere como tal los puestos de trabajos generados con remuneraciones miserables. Por otra parte, esta estructura económica llegó a estar altamente militarizada y, no menos significativo, era del todo dependiente de la ayuda estadounidense. Este último aspecto explicaría los exiguos beneficios sociales derivados de ese modelo económico, agravado por la corrupción y el nepotismo.
La familia Somoza gobernó mediante un régimen autoritario, utilizando la represión y el control militar para mantener el poder. La propaganda y el temor fueron herramientas claves en su estrategia de control. En este contexto, adquieren relevancia sus alianzas estratégicas que mantuvieron con aliados como Estados Unidos, utilizando la ayuda militar y económica para sostener un régimen despótico, actuando la mayor de las veces en detrimento de los derechos humanos. La corrupción fue generalizada, con gran parte de los recursos del país administrados de manera ineficiente hacia la sociedad nicaragüense y eficiente para la élite.
Por esa razón, el rechazo popular a la dictadura de Somoza fue cada vez más grande, estruendoso, especialmente entre los sectores campesinos y urbanos, que sufrían la represión y la falta de oportunidades. Este régimen culminó, irónicamente, con la llegada de la llamada Revolución Sandinista de 1979, con la que Daniel Ortega llegó al poder, no para erradicar las prácticas totalitarias adversadas, sino para montar una dictadura de una década represión y persecución al pueblo de Nicaragua. Es decir, el remedio fue peor que la enfermedad, porque, aunque fue sacado por votos a comienzo de los años 90, gracias a la ayuda y el financiamiento del gobierno Venezuela, vale decir, del presidente Carlos Andrés Pérez, retornó al poder en el año 2007, gracias a la ayuda de otro Presidente de la República venezolano, Hugo Chávez, en medio de la época dorada de la petrochequera.
Régimen de Ortega y Murillo
Si bien es cierto, el actual modelo económico nicaragüense habría buscado diversificación, con énfasis en la inversión extranjera y el desarrollo de obras públicas; es innegable la falta de transparencia y la corrupción en la gestión de recursos, generando un deterioro en las condiciones o calidad de vida de todos los nicaragüenses, más que el impacto de las sanciones internacionales, a las que se endosa la crisis económica, de servicios, de abastecimiento y acceso a los alimentos, cuando es alto conocido el origen obscuro de la crisis humanitaria que también vive Nicaragua, lo que ha provocado protestas sociales, sofocadas con saña y violencia inusitadas.
El Socialismo del Siglo XXI les ha servido a los esposos Ortega para alinearse con ideologías de izquierda, mejor dicho, para confirmar su tendencia izquierdosa, promoviendo un modelo que se presenta como socialista, aunque algunos críticos argumentan que ha derivado en prácticas autoritarias, o sea: concentración de poder, control de las instituciones del Estado y el uso de la fuerza para sofocar a la oposición.
Es decir, han hecho añicos el Estado de Derecho, por ende, cualquier vestigio de democracia, al punto, que ni la Iglesia Católica se ha salvado de los ataques. Y no es que Ortega tenga preferencias, él y su esposa han atacado abiertamente a cuanto líder religioso critique su gobierno, sea católico o no, lo que ha resultado en represalias y una creciente polarización entre el Estado y la Iglesia.
Algunos de esos líderes han sido presos y expulsados del país. No en balde, mientras algunos sectores apoyan su gobierno por supuestos programas sociales (que vendrían a ser simples dádivas o bozales de arepa, como diríamos por estos lares), otros lo critican por violaciones a los derechos humanos y represión política.
Ambas dictaduras, la de dinastía Somoza y la de los esposos Ortega, a pesar de sus diferencias en ideologías y contextos económicos, comparten características de autoritarismo y represión. La oposición y la percepción popular han fluctuado a lo largo del tiempo, siendo los conflictos con la Iglesia un símbolo de la lucha por la libertad y los derechos en Nicaragua.
La historia reciente de Nicaragua sigue marcada por estos conflictos políticos y sociales, dejando una huella profunda en la identidad nacional donde una sola persona o un grupo restringido de individuos concentran el poder, limitando o eliminando las libertades civiles y políticas. Este fenómeno se ha manifestado de diversas formas y ha tenido profundas repercusiones en la vida de millones de personas alrededor del mundo.
La dictadura de Nicaragua bajo los esposos Ortega continúa representando un desafío significativo para la democracia en la región. La combinación de represión política, violaciones de derechos humanos y crisis económica profundiza la situación crítica que enfrenta el país centroamericano. La atención internacional y el apoyo a la oposición dentro o fuera de Nicaragua son cruciales para buscar un cambio hacia un futuro más democrático.
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