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Opinión

Los que huyen bajo la sombra de la ilegalidad Por Coromoto Díaz

Ellos saben que los Derechos Humanos casi siempre son palabras vacías

Desde 2017 por Ecuador han pasado más de 1,6 millones de venezolanos que buscan llegar a Perú, Chile y Argentina, algunos llegaron en bus otros, la gran mayoría, llegaron caminando. Con la pandemia por la Covid-19 el tránsito migratorio, que ya era un problema sin soluciones reales, se agudizó aún más. Huaquillas y los migrantes sienten sus consecuencias.

El puente internacional entre Huaquillas, ciudad fronteriza ecuatoriana, y la población peruana de Aguas Verdes permanece oficialmente cerrado desde el 15 de marzo de 2020, más allá de este puente, Huaquillas y Aguas Verdes están divididas por un canal que se extiende por una línea fronteriza de 165 kilómetros, donde se han construido pasos irregulares entre los dos países. Se los conoce como TROCHAS, por donde circula contrabando y ahora cientos de familias de migrantes venezolanos.
El 25 de enero de 2021, 1.200 militares, tanquetas y vehículos de combate peruanos fueron desplegados por el cordón fronterizo de Aguas Verdes con el fin de bloquear alrededor de treinta pasos ilegales y así frenar la migración venezolana a suelo peruano. De la misma forma de lado ecuatoriano se movilizaron 200 efectivos militares  y veinte  unidades tácticas para vigilar la misma zona, a partir de ese momento cientos de migrantes venezolanos, se vieron obligados a usar otras vías para cruzar la frontera.
El cantón Huaquillas situado junto a la frontera con Perú, hace parte de la provincia del Oro.
Huaquillas posee un intenso movimiento comercial que contribuye a su constante florecimiento. Su nombre está profundamente ligado a la historia del Ecuador pues hace referencia a la gran cantidad de enterramientos indígenas (huacas) en la zona, también es una ciudad provinciana que nunca duerme.

Una cancha de uso múltiple techada en el centro de Huaquillas, sin paredes, baños, duchas o agua potable. Es el refugio improvisado que los migrantes detenidos en Huaquillas han adoptado como su lugar para pasar el día y la noche también, con niñas y niños expuestos a la insalubridad, en medio de un calor y humedad que hace imposible dormir, mucho menos descansar. Ahí, en las noches, los errantes caminantes, tienden colchones sucios y viejos sobre los que se amontonan aquellos infortunados, intentando dormir, agradeciendo al menos no hacerlo bajo la interperie.
Grupos heterogéneos van llegando, viajan desde Venezuela, pasando por Colombia, hasta llegar a este otro punto fronterizo “Huaquillas”… Sus mochilas son una vida cargada a la espalda: cobijas, colchones –los que tienen–, agua en bidones, ollas, zapatos, sartenes… Familias que buscan cruzar a Perú, madres abrazando a sus hijos, mujeres mayores abrazando a sus nietos, extienden sus brazos, se tocan los hombros de uno con el otro, para orar juntos antes del viaje. Durante meses familias caminan a orillas de kilómetros de carreteras…

A la mañana siguiente el grupo levanta sus cargas al despuntar los primeros rayos del Sol, caminan 20 minutos por una avenida principal de Huaquillas, poco a poco deja atrás el asfalto para adentrarse en un campo muy extraño: “tricimotos” de cargas, una especie de pequeñas camionetas impulsadas por un motor de dos tiempos que ahora tomaron la misión de transportar cargas livianas entre distintos puntos de la ciudad, recorren una calle de tierra que debe llegar a algún lugar. Se abren paso por el camino veintenas de personas caminando, la mitad son niños y niñas que caminan al mismo ritmo que las personas  adultas con sus maletas, agua y todo lo que puedan llevar. Los niños y niñas no tienen zapatos, caminan en chancletas, tienen problemas de desnutrición y desde que empezaron sus viajes no han asistido a una escuela, tampoco han sido atendidos en un hospital o centro de salud. Así han caminado desde Venezuela hacia el sur del continente, impulsados por el miedo y la incertidumbre caminan sin cesar, ciegos ante lo que al final del camino enfrentarán…

Un hombre de color tostado por el sol, lleva un bate de fabricación casera, que aprieta duro, como buscando valor, mostrándose como el líder, como el guerrero defensor de los suyos… Los grupos de caminantes, son víctimas de asaltos a lo largo de sus viajes, lo que les obliga a viajar con artículos que les permita defenderse de una eventual agresión… Un kilómetro después de caminata, los grupos se acercan al próximo paso clandestino, que los ha de llevar a lo desconocido, se reúnen para hacer la vaca “reunir el dinero”, para pagar el paso por una de las varias trochas que existen…

– “Aquí, si se tiene plata, pasa. Le cobran de un dólar a cinco dólares los que montan el paso para llegar a Perú…”

Los hombres adultos se ofrecen como caleteros, subiendo sacos de cebolla a los camiones de reparto, con lo cual logran reunir algunos dolares, y así obtienen lo mínimo para pagar el peaje cobrado en los cruces improvisados y rotativos, que se van proliferando a lo largo de la frontera.

–Todo es plata, expresan los coyotes, incluso hasta los militares de bajo rango entran en la repartición diaria, que llegada la noche se hacen bajo el encubrimiento de la oscuridad.
Sí no se cuentan con los documentos para ingresar de forma regular al Perú, es necesario pasar de forma clandestina. Algunos insisten en arriesgarse, con la esperanza que al llegar a Perú tendrán un trabajo que los espera, con el cual ya se sienten afortunados.

Después de un pequeño descanso el grupo camina hacia la trocha. Eligen ir por una “trocha tranquila”, donde no han escuchado de asaltos o excesiva presencia militar y policial a los dos lados de la frontera. La presión de la “ilegalidad” se siente. Casi no se puede conversar porque hay que llegar rápido, todo tiene que ser rápido. Varios no llevan mascarillas puestas porque sienten asfixia al caminar, a eso se suma el intenso calor y humedad de la zona.

Se escucha el ruido del motor de un vehículo rústico y el grupo se esconden tras un matorral para no ser vistos, es una patrulla policial ecuatoriana que circula por la zona. Hace sonar sus sirenas para asustar a los que ocupan las trochas. El grupo aguarda en silencio, atentos a la señal que muestra la persona que gestiona el paso para salir del escondite…

Dos kilómetros después, el grupo pasa el primer punto del cruce de frontera. Aquí les toca pagar mínimo 10 dólares a la persona que “gestiona” la trocha, que cubren el costo de los adultos, mientras que los niños no pagan. El paso clandestino que cruzan es conocido como La Platanera, una plantación de banano que está ubicada en terrenos privados, eso evita que exista una mayor presencia policial y militar de lado ecuatoriano y peruano. Pero, como todo paso ilegal, la incertidumbre de ser descubiertos es real.

En el interior de la platanera ya de lado peruano, el grupo camina en fila y silencio para no despertar ninguna sospecha. Atrás queda Ecuador, un país que reconoce en su Constitución la migración como un derecho, que en su artículo 40 propone no identificar a ningún ser humano como ilegal por su condición migratoria, y, en el contexto de las relaciones internacionales, en su artículo 416 apela al principio de ciudadanía universal. A pesar de ello, aún retumban en la mente, los anuncios que mediante decretos, establecen que los ciudadanos venezolanos necesitarán visa para permanecer y entrar al Ecuador. Este decreto y la militarizacion de la frontera contradice el principio de ciudadanía universal, pero como cada Estado es autónomo y soberano, cada cual se reacomoda para enfrentar los impredecibles retos que implican la crisis migratoria que sacude a toda la región.

La plantación de banano se extiende de lado peruano, parece interminable, el suelo es tierra de hojarasca que no permite tener pisadas firmes, mucho menos en chancletas, como van la mayoría.

–La lluvias que intermitentes caen sobre el lugar, hacen más díficil la osadía, pues todo se convierte en un lodazal, donde el barro se te incrusta hasta en los lugares más impensables. El grupo se detiene por un momento a descansar en medio de la platanera, pues los niños jadeantes claman por agua. Sus rostros sudan a borbotones. Un bidón con agua es pasado de mano en mano y de boca en boca, para mitigar un poco la sed y el cansancio.

–Ya no falta mucho para llegar –se dicen, para darse ánimos y levantar la moral de los más pequeños y vulnerables, que ven su niñez truncada ante la tragedia de la ilegalidad que los envuelve.

“Según el Grupo de Trabajo para Refugiados y Migrantes Huaquillas,
existe un promedio de 130 caminantes diarios, de los cuales el 90% tiene intención de llegar a Perú.”

Una hora después, ya fuera de la platanera una tricimoto estacionada con placas peruanas da la bienvenida al grupo que está alegre por haber pasado el primer tramo. El vértigo se olvida, todo son risas, bromas, solidaridad y esperanza de que todo siga igual, porque falta mucho para llegar a sus destinos: Lima, Trujillo, Cuzco y otras ciudades en las que sus sueños se resumen en conseguir trabajo, casa y estabilidad.

Arriesgan su vida y la de sus hijos porque no pueden vivir a la espera de que Venezuela o el país que los acoje entiendan su situación y asistan sus problemas, que es su derecho. A estos errantes el futuro se le ha sido negado, han sido olvidados y esta crisis migratoria que solo empeora con el pasar del tiempo no le importa a ningún político. Ellos, los que huyen bajo la sombra de la ilegalidad, saben que los Derechos Humanos casi siempre son palabras vacías.

Cuatro kilómetros después, el camino de tierra casi acaba, justo al final les espera el Puente de La Paz que atraviesa el río Zarumilla. Tienen dos opciones, pasar por el puente o cruzar el río. La primera, puede ser utilizada cuando no hay presencia militar o policial, de no ser así deberán tomar la ruta más larga, lo que casi siempre pasa… Los grupos continúan unas cuatro horas para llegar a la ciudad de Zarumilla, donde pasan la noche para luego buscar la forma de seguir su viaje. Los que van hasta Lima les esperan 1.289 kilómetros por recorrer…

Según la Contitución de la República del Ecuador en su Art. 9 y 11 las personas que se encuentran en el país en situación de movilidad humana no podrán ser discriminadas por su condición migratoria en el ejercicio de estos derechos. Además, la Constitución contempla los siguientes derechos: Del artículo 75 al 82, Protección. “Las personas en movilidad humana, sin importar su condición migratoria, tendrán derecho a acceder a la justicia de forma gratuita y a las garantías del debido proceso para el respeto de sus derechos”; artículo 32, 362, 363 num.5, 365, de la Ley Orgánica de Movilidad Humana y el artículo 53, Salud. “Las personas en movilidad humana tienen derecho a acceder a los sistemas de salud en todo el país. Las entidades públicas o privadas no podrán, en ningún caso, negarse a prestar atención de emergencia debido a la nacionalidad o a la condición migratoria de una persona”; artículo 26 al 29, Educación. “Para el Estado Ecuatoriano la educación es un derecho fundamental de las personas a lo largo de su vida. Se garantiza el acceso universal, permanencia, movilidad y egreso sin discriminación alguna (incluyendo condición migratoria). La educación pública es gratuita hasta el tercer nivel de educación superior inclusive.”. Todos estos derechos en Huaquillas para la población migrante venezolana no se cumplen.

– Aquí, el venezolano no es un turista; es simplemente uno más, de los tantos que deben enfrentar, un paso clandestino por una frontera militarizada con el temor de la deportación. Aquí los niños luchan por sobrevivir, duermen bajo la noche y las estrellas, con la esperanza de que en Perú tendrán un futuro que le promete algo a él y a los suyos, familias enteras que caminan a diario con maletas llenas de dignidad, pero que al ser tantas se han convertido en números y estadísticas que pocos quieren ver.

Coromoto Díaz.

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