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Nuestros Santos y su día Por José Luis Centeno

La canonización de José Gregorio y Carmen Rendiles da sentido especial a la fecha.

Hoy, 1° de noviembre, Día de Todos los Santos, se abre ante nosotros no sólo una fecha en el calendario litúrgico, sino un espacio profundo para mirar hacia adentro y reflexionar sobre los valores que, en medio de duras circunstancias de la vida, moldean la esencia humana y espiritual.

Para esta Tierra de Gracia, esta jornada ha cobrado un significado especial tras la reciente canonización de dos figuras realmente emblemáticas: el “médico de los pobres”, José Gregorio Hernández, y la Madre Carmen Rendiles, dos ejemplos vivos de entrega, esperanza y fe inquebrantable.

Más allá de ser una mera efeméride religiosa, este 1° de noviembre se convierte en una invitación para valorar la santidad no como un concepto lejano o inaccesible, sino como la concreción tangible de virtudes cultivadas día a día en medio de la adversidad.

En tiempos donde la complejidad social y los desafíos parecen eternos, estas vidas nos hablan directamente al alma y nos ofrecen una luz que no se apaga.

José Gregorio, médico y hombre de ciencia, enfrentó no pocas pruebas durante su vida. Nació en un país que apenas comenzaba a moldear su destino y en medio de ese escenario, tuvo que superar dificultades económicas y sociales que, lejos de paralizarlo, le imbuyeron una gran determinación para estudiar y servir.

La santidad de José Gregorio radica en esa constancia paciente, en el servicio silencioso a quienes eran marginados, en su fe profunda como sustento para seguir adelante cuando todo parecía complicado. Fue, ante todo, un hombre que supo enfrentar la fragilidad humana con sensibilidad infinita.

En paralelo, la Madre Carmen trazó su camino de entrega en un territorio diferente, pero igualmente marcado por los retos. Desde la sencillez de su vocación religiosa, supo asumir los obstáculos de vivir su fe en un momento histórico donde la mujer enfrentaba barreras para expresarse plenamente en la sociedad.

Tuvo que sortear no sólo limitaciones físicas, materiales, sino también momentos de incomprensión y soledad, inherentes a quienes deciden seguir un llamado trascendental, con esa fortaleza que se presenta cuando se sostiene la esperanza sin descanso, construyendo comunidades y espacios de amor y servicio.

Ambos santos venezolanos nos enseñan que la santidad no es un destino reservado a algunos iluminados, sino la suma y el fruto de luchas cotidianas, de pasos firmes a pesar del cansancio, de la convicción en valores perennes ante contextos temporales difíciles, complejos.

Este Día de Todos los Santos, en medio de nuestra realidad, es oportuno recordar que estas figuras santas no sólo pertenecen a la historia o a lo religioso, sino que viven en la memoria colectiva y el corazón de cada persona que busca sobrellevar las dificultades con dignidad.

En ese sentido, la vida de nuestros primeros santos nos conmueve porque nos habla desde el terreno humano: fue la enfermedad, la pérdida, la pobreza, la marginalidad, las dudas y las sombras las que forjaron su santidad. Y esa es hoy nuestra mayor enseñanza.

En tiempos donde Venezuela enfrenta desafíos profundos, la santidad de José Gregorio y la Madre Carmen invita a no dejarse vencer por la desesperanza. Ellos nos muestran que la fe practicada con humildad, el compromiso con el prójimo y la perseverancia en la adversidad son faros que iluminan un camino posible.

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