En cuanto “enfermedades contagiosas” acechan sin ser vistas, se propagan rápidamente, causan graves daños en las personas y, en general, en las sociedades. Reparar las consecuencias de este tipo de discriminaciones, no digamos ya curarlas (o prevenirlas), exige otra forma de actuar.
La lucha contra la discriminación, y el rechazo hacia los migrantes, no es una cuestión nueva.
El miedo o el prejuicio insano al extraño ha sido desde siempre un mal que se contagia fácilmente en todas las sociedades. Sin embargo, la pandemia ha elevado la sospecha entre nosotros y ha disparado el rechazo hacia el diferente. El ámbito de análisis no es solo local, sino que es un fenómeno global. Hay ejemplos alrededor del mundo que invitan a la reflexión. Por ejemplo, al principio de la crisis del coronavirus, cuando solo afectaba básicamente a China, los ciudadanos chinos se vieron cómo eran víctimas de actitudes xenófobas.
Ahora desconfían del vecino y estigmatizamos por partida doble a los migrantes. «Nos vienen a robar… Y ahora a contagiarnos, son pobres y vienen a mendigar», se escucha en cualquier tertulia en las aceras del casco histórico de Quito, o dentro de los transportes que vienen y van… La reacción desmesurada de unos vecinos ante la presencia de los venezolanos y el miedo al contagio se evidencia por cada rincón, es la escenificación de un profundo rechazo. ¿Miedo al coronavirus o discriminación? Mirar para otro lado no es la solución.
La crisis económica que ha generado la pandemia de la COVID-19 se ha ensañado con las poblaciones vulnerables. Por eso, los migrantes que no logramos conseguir empleos formales, sufrimos mucho durante la cuarentena.
Las deudas por coronavirus agravan la miseria y disparan los delitos del robo. La gente recurre a la mendicidad para intentar sobrevivir y salir adelante o pagar a sus deudas de arriendo o comida «, dicen: Maria o Yajaira vendedoras ambulantes que se montan en los buses, una frase que ya es recurrente dentro de la comunidad migrante no solo la Venezolana, también la Colombiana que igual sufre los embates de una crisis sin precedentes,: «Antes de que te des cuenta, debes tanto dinero que ya no puedes pagar, ni lo que has pedido prestado o lo que se te ha acumulado en servicios y arriendo»…
«Ansiedad, incertidumbres en varios frentes… Muchas más personas son presas o invadidas por pensamientos suicidas…»
En la región las estructuras públicas de salud de algunos países, carecen de personal y fondos para tratar a quienes lo necesitan, una tendencia acentuada con la epidemia.
(Al personal sanitario de los hospitales públicos se le pide que ayuden sobre todo en las salas de maternidad y pediatría, desbordadas, reconoce una funcionaria del ministerio de Salud.)
Y el coronavirus ha agravado el sufrimiento de las personas vulnerables y frágiles, que son objeto de discriminación o estigmatización.
– Julio otro vendedor de micas y accesorios para celulares, comenta, en una de las plazas de Quito: «Por ahora, mi familia solo acumulamos las deudas de aquiler de servicios, mientras la curva de infectados sube y no vemos cuando volveremos a la normalidad…»
Juan Carlos, de origen Colombiano, que junto a su esposa y cuñado lograron abrir un local de comida expresa con angustia: «Nosotros somos luchadores, y a pesar de la adversidad, seguiremos en Ecuador porque es una ventana,
aún la considero una tierra con mejores oportunidades que nuestra Colombia natal. Sin embargo, la pandemia también afectó nuestra clientela por el cierre de las fábrica que tenemos al frente…», En este escenario global, post pandemia ha ido moldeando un nuevo perfil de emigrante arruinado, y con grandes dificultades para mantener sus emprendimientos.
Coromoto Díaz
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