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#OPINION Por Alejandro Armengol: Trump no necesita leer a Hitler para aspirar a ser dictador

EL EXPRESIDENTE dijo, durante un mitin en New Hampshire el pasado sábado, que los inmigrantes indocumentados están “envenenando la sangre de nuestro país”. Lily Smith/The Register / USA TODAY NETWORK

El expresidente Donald Trump se ha defendido de la acusación de ser un discípulo de Adolf Hitler de la manera más simple: no lo ha leído, afirma. Claro que la ignorancia nunca justifica las malas intenciones.

El comentario de Trump no reproduce textualmente las palabras de Hitler. El expresidente dijo, durante un mitin en New Hampshire el pasado sábado, que los inmigrantes indocumentados están “envenenando la sangre de nuestro país”.

En Mein Kampf, en un capítulo titulado “Raza y Pueblo”, Hitler escribió: “Todas las grandes civilizaciones del pasado se volvieron decadentes porque la raza originalmente creativa se extinguió, como resultado de la contaminación de la sangre”.

Y en otro pasaje, vincula “el veneno que ha invadido el organismo nacional” con una “influencia de sangre extranjera”. Las palabras no son exactamente iguales, pero la idea sí lo es.

Trump y su campaña han rechazado la crítica y el exmandatario ha dicho que nunca ha leído la autobiografía de Hitler —“… nunca he leído Mein Kampf”—, y conociendo su poca afición por la lectura, no queda otro remedio que creerle.

Trump ha vuelto a colocar el ataque antinmigrante en el centro de su campaña electoral porque percibe que este discurso le llevó a la victoria en 2016.

Y su tono se ha vuelto más duro, no porque lo sea ahora y no antes, sino porque en los últimos años el Partido Republicano se ha vuelto más extremista y en buena medida ha abandonado la posición conciliatoria y de centroderecha, al menos según las palabras y acciones tanto de sus partidarios como de sus dirigentes y legisladores.

Por supuesto, no todos. Algunos senadores republicanos han criticado las palabras de Trump esta semana, entre ellos Mitch McConnell.

No es que todos los miembros de dicho partido abracen ahora dicha política, sino que es más común el aceptarla —por principio o conveniencia— que hace cuatro años. Y aquí es donde radica el verdadero peligro, que va más allá de buscar comparaciones con el pasado.

Otro peligro es confiar en la ineficiencia de Trump. El senador Mitt Romney (republicano por Utah), que votó a favor de condenar al expresidente en dos juicios políticos, se refirió recientemente a la incapacidad del exmandatario para cumplir sus propósitos, o la ausencia de una real voluntad para llevarlos a cabo.

“Dice muchas cosas que en realidad no tiene intención de hacer”, dijo Romney sobre Trump.

“En algún momento dejas de preocuparte por lo que dice y reconoces: veremos qué hace”.

Sin embargo, tal actitud no es aconsejable en estos momentos, salvo para provecho de los trumpistas. Durante su etapa en la Casa Blanca —apremiado en parte por circunstancias e inexperiencia—, Trump se vio en muchas ocasiones “limitado” por funcionarios y asesores que pusieron freno a sus ideas descabelladas y a sus actos extremos.

Si vuelve al poder, lo más probable, es que no ocurría de nuevo, porque admitiría en su entorno solo a los genuflexos y fanáticos. Sería una administración ideológica donde lo único que imperaría sería el dinero (para ellos).

Durante su presidencia, Trump mostró una tendencia de admitir o creer lo que decían algunos de los peores autócratas de nuestra época.

Cuando se le preguntó si, durante el encuentro entre ambos, había confrontado a Kim Jong-un sobre el maltrato y la consecuente muerte del estadounidense Otto Warmbier, la respuesta fue que el dictador norcoreano le dijo que él no había tenido conocimiento de lo que pasaba cuando ocurrieron los hechos. Trump agregó que él creía en “la palabra” de Kim.

Una y otra vez se escuchó por esos años un patrón de respuesta conocido, al que los gobernantes de los regímenes de Rusia, Corea del Norte o el reinado de Arabia Saudí, acudieron siempre —con desfachatez e impudicia— cuando se les preguntaban por crímenes horrendos.

Y el entonces presidente estadounidense siempre admitía esas respuestas como válidas. Las aceptaba, les creía, los apoyaba.

Desde su llegada a la presidencia, Trump se convirtió en “el gran perturbador mundial”; trató de imponer un nuevo desorden internacional, destruyendo pactos y acuerdos, con un marcado énfasis en hacer retroceder no solo a su país, sino al resto del mundo; se empeñó en una óptica torcida con la que convertía en “amigos” a los enemigos de siempre; despreciaba a los aliados tradicionales de la nación americana e insultaba a los que no debía, mientras elogiaba a quien no lo merecía.

Todo eso y mucho más volvería a vivir este país si él vuelve a la Casa Blanca.

Y por supuesto, para ello no necesita leer a Hitler.

Alejandro Armengol… Pedro Portal Pedro Portal

Fuente: https://www.elnuevoherald.com/opinion-es/article283432658.html

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