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El bozal de arepa y la contradicción de la abstención Por Sandy Ulacio

En la diáspora, donde el exilio es un café amargo y la nostalgia un plato recalentado para muchos, se congregan también los profetas del teclado. Desde sus trincheras virtuales, estos adalides de la pureza política fulminan a quienes osan ejercer el sufragio. «¡Bozaaal de arepa!», vociferan, mientras engullen tequeños y sorbos de libertad ajena.

Sus dedos, ágiles como serpientes, tejen diatribas contra la «farsa electoral», el «circo de los corruptos» y la «traición a la patria». Sus voces, amplificadas por el eco de las redes sociales, retumban con la vehemencia de quien se sabe impoluto.

Pero he aquí la paradoja, el oxímoron que hace crujir la lógica. Estos paladines de la abstención, estos sumos sacerdotes de la indignación, sueñan con cargos de elección popular. En su imaginario, se ven a sí mismos como mesías redentores. Se ven ungidos por el clamor de un pueblo que, según ellos, clama por su regreso.

«En su momento», repiten como un mantra, «cuando las condiciones estén dadas». Un «momento» que se dilata en el horizonte, una quimera que se desvanece entre el humo de sus propias contradicciones.

Mientras tanto, desde la comodidad de sus exilios dorados, continúan lanzando piedras contra quienes se atreven a ejercer su derecho al voto. Es un derecho que ellos mismos anhelan. Un privilegio que codician, pero que desdeñan en los demás. Esto porque los exaspera que el reloj avanza. Ese tic tac martilla el clavo del ataúd virtual de una candidatura.

La otra escena la presentan los abstencionistas locales, esos que se convierten en eco o cajas de resonancia de los profetas del teclado. Sus cuentas bancarias, cada tanto, reciben el beneficio de la remesa familiar. Esa remesa que les permite vivir con cierta holgura, ajenos a las penurias del venezolano de a pie. Pero eso no les impide despotricar contra quienes, con el estómago vacío y la esperanza menguante, se aferran al voto como una tabla en medio de un naufragio.

«¡No sean ingenuos!», sermonean desde sus burbujas de privilegio, «¡el voto no cambia nada!». Y mientras tanto, disfrutan de los beneficios de un sistema que, según ellos, está podrido hasta la médula.
Así, la abstención se convierte en un negocio redondo, donde la indignación se cotiza en dólares y la apatía se paga con comodidad. Un círculo vicioso donde la crítica se alimenta de la inacción, y la inacción perpetúa la crítica.

Que disfruten otros de su bozal de arepa, mientras los verdaderos dolientes nos mantenemos en la lucha por la libertad. Eso sí, mediante el voto porque las otras armas, las de fuego, no traerán sino más muertes.

Sandy Ulacio
Periodista / Analista político

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