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Opinión

Los “influencers” son tontos, pero el criminal es otro Por Milagros Socorro

No le demos más vueltas, estos “influencers” no son periodistas, no son serios, no son ingeniosos, no son cultos, no son empáticos. Son mentirosos y no tienen ningún respeto por la audiencia, pero eso no es delito. El animador Dave Capella no solo estaba gravemente enfermo sino que murió; pero, ¿quien sí tiene responsabilidad en la muerte de Capella, de los 400 profesionales de la salud y de tantos venezolanos que han fallecido y seguirán falleciendo mientras esperan la tan anhelada vacunación masiva? El régimen de Maduro. ¡Este es el punto!

Había visto un par de tuits sobre el tema, pero al ignorar de quiénes se trataba, no pasé de leer en diagonal. Entendí que acababa de fallecer de Covid-19 un joven que había creado un GoFundMe, mecanismo para recaudar fondos en la red, y que un par de locutores o algo así habían puesto en duda la veracidad de la enfermedad y afirmado que el otro mentía para hacerse de unos reales. No me interesé, porque no conocía a ninguno de los tres. Jamás los había oído mencionar. Nunca habían aparecido en mi paisaje de redes sociales, ni siquiera por retuit de alguien a quien yo sigo.

Cuando mi editor me habló de esto para escribir una nota sobre el tema, recordé haber leído un libro escrito por una Jean Marie, que era presentadora de televisión o algo así. No compré ese libro, me lo envió la Editorial Planeta, de la cual ambas éramos autoras. Hago esta precisión para ilustrar la manera en que alguien aparece en tu radar. Lees algo y lo conservas en tu memoria (no fue, por cierto, el libro mencionado); topas con un comentario cuya inteligenciacreatividad o sensibilidad te llama la atención; descubres una voz que te informa de algo, te explica algo o te muestra la complejidad, anomalía o injusticia de alguna situación. Fuera del citado libro, una referencia mustia y lejana, yo jamás había tenido noticia de estas personas, como de seguro ellos nunca han leído un párrafo escrito por mí (luego vería el video donde los dos “influencers” escarnecían del tercero y no me dio la impresión de que fueran muy lectores que digamos).

El punto -perdóneseme el largo rodeo- es que se ha exagerado el impacto del comentario de los dos ¿locutores de radio? (hasta ahí no llegué. Todavía no sé qué son). Al parecer, tienen una audiencia (que, como he tratado de demostrar, dista de ser universal puesto que muchos ignorábamos su existencia), a la que le mintieron, puesto que la señora aseguró que “conociendo al personaje”, está mintiendo; y “el personaje”, el animador Dave Capella no solo estaba gravemente enfermo sino que murió. Ella hizo una aseveración sin conocer al sujeto aludido y en total ignorancia de la circunstancia sobre la que juzgaba, a lo cual se sumó su compañero de ¿programa?

Fueron, pues, irresponsables, al permitirse pontificar sobre un asunto del que no tenían información. Más aún, fueron maledicentes, al atribuir intenciones fraudulentas en una persona que aducía enfermedad y falta de recursos para obtenerlos. Fueron ciegos ante una circunstancia social de relevancia: Venezuela es uno de los países del mundo donde el tratamiento para el Covid-19 es más costoso; los seguros privados en bolívares desaparecieron porque la moneda ya no vale nada; solo un porcentaje ínfimo de la población puede costearse uno en dólares y voceros calificados han explicado que una semana de atención por Covid-19 en una clínica puede agotar 50 mil dólares de cobertura. Fueron torpes al no entender que el caso de una figura conocida en ciertos ámbitos podía dar ocasión para informar acerca del drama venezolano, que ha saturado las redes sociales con solicitudes de ayuda, de dinero, de respiradores, de medicinas… al punto de que un animador de televisión o algo así tenía que apelar a la solidaridad de los extraños para costear el tratamiento suyo y el de sus padres.

“No seré yo, Dios me libre, quien le diga a nadie a quién seguir, leer, escuchar o creer”

Nada de esto hicieron. Cada quien da lo que tiene. En este caso, superficialidadmaliciamanipulación de los hechos y mentir al público. No se burlaron de un moribundo, puesto que no creían que lo fuera. Sin investigar, dieron por hecho que “el personaje” era un vivito que fingía haberse contagiado para hacerse de cobres fáciles. Tampoco le desearon la muerte a nadie; y si así fuera, ni ellos ni nadie tiene el poder de producirle la muerte a alguien con desearlo, decretarlo, convocarlo o cantarlo.

No le demos más vueltas, estos “influencers” no son periodistasno son seriosno son ingeniososno son cultosno son empáticos y podrían hablar mejor (la señora en cuestión dijo que ella no es futoróloga y, al querer enfatizar, dijo: “no la soy, no la soy”). Bueno, otro disparate. Pero no han violado ninguna ley. Absolutamente ninguna.

Son “influencers” porque tienen influidos, lo cual es un problema de estos. La culpa, dicen la conseja, no es del ciego sino de quien le da el garrote. ¿No aseguraban, como si se tratara de conocimiento científico, que Chávez era carismático?, ¿cómo se explicaba, entonces, que muchos no vimos jamás carisma alguno en el gorila delirante?

Volviendo al punto, los dos “influencers” que manifestaron sus sospechas acerca de un tercero que estaba en trance de muerte no aceleraron el desenlace ni son responsables en lo absoluto del entramado social que favorece la proliferación de los contagios, el destrozo del sistema de salud, ni la precariedad económica de los pacientes. Son mentirosos y no tienen ningún respeto por la audiencia, pero eso no es delito. Si lo fuera, el régimen en pleno, empezando por el cabecilla hasta el último esbirro estuviera en la mira de las policías del mundo.

No seré yo, Dios me libre, quien le diga a nadie a quién seguir, leer, escuchar o creer. Tampoco creo en linchamientos ni en censuras. Creo, sí, que todos podemos rectificar y, por cierto, que todos podemos aprender de los errores propios y ajenos (en esta ocasión, podríamos preguntarnos cuántas veces hemos sido desconsiderados o descreídos con alguien que estaba en un real aprieto).

Lo que sí haré, otra vez, es señalar a la dictadura de Maduro, culpable de que haya venezolanos rogando ayuda en plaza pública, que ahora pretende aprovecharse del escandalito de los “dos tontos” habladores de pistoladas para desviar la atención de sus crímenes. Porque aquí sí hay un criminal y se llama Nicolás Maduro; y un cómplice, que se llama Tarek William Saab. Esos sí tienen responsabilidad en la muerte de Capella, de los 400 profesionales de la salud y de tantos venezolanos que han fallecido y seguirán falleciendo porque el tirano les niega la vacuna. Este es el punto.

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