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Opinión

Los venezolanos ante la muerte Por Soc. Ender Arenas Barrios

No celebramos la muerte, como, por ejemplo, los mexicanos. Pero, los venezolanos solíamos, una vez que alguien moría, reescribir su biografía y por muy detestable que hubiese sido la vida del que ahora es un muerto, todos decíamos: que era una buena persona. Es más, hay quienes llegaban a calificar al muerto de “una gran persona en vida”.

Por lo general, había gente que cumplía rigurosamente el protocolo del velorio: ponían cara en modo de seriedad, llegaban al velorio vestidos de sobrios grises, blanco, negros y, hasta, el muy serio marrón, hablaban en voz baja, daban las condolencias con voz, algo quebrada, digamos que con voz de dolor.

Pero en un rincón, no tan apartado, se reunía el grupo que hacía del velorio una reunión que más que de duelo, se transformaba en una reunión ciertamente divertida.  Y de verdad, había echadores de los mejores chistes que provocaban que las risas y carcajadas de los que participaban de los chistes, como oyentes o chistosos rápidamente, acallaban los llantos y los ¡ay! de dolor de los deudos del muerto:

Una mujer le dice a su marido:

-Jesús vos tenéis la barriga como una mata de cementerio.

-Y cómo es eso?

-Y ella le responde:

– Bueno, Jesús, dándole sombra a un muerto.

Pero, ojo, más allá del enorme repertorio de chistes, risas y carcajadas ruidosas, del muerto o muerta se seguía diciendo que había sido un caballero o una dama llena de amor, consideración, respeto para los demás y de buen trato y sobre todo honesto (a). En fin, una persona respetable y honorable.

Sin embargo, a lo largo de estos veinte y tantos años de régimen chavista las cosas han cambiado mucho, especialmente con la larga lista de muertos, por diferentes causas de una larga lista de dirigentes del régimen, que ya son muchos, solo para nombrar los más representativos: Hugo Chávez, el más ilustres de los muertos chavistas, Eliecer Otayza, Luis Tascón, William Lara, Lina Ron, Danilo Anderson, Robert Serra, Darío Vivas, José Vicente Rangel, Kalinina Ortega, Carlos Lanz, Carlos Escarrá, Aristóbulo Isturiz y ahora, Tibisay Lucena. No son todos los que han muerto, pero son los que me acuerdo por su relevancia.

Todos ellos sin excepción, fueron objetos, para el oficialismo chavista, de honores y héroes de una épica inexistentes, a pesar de que la muerte de algunos de ellos ha sido de causas poco honorables, pero, para la gran mayoría de los venezolanos, sus muertes fueron motivos de demostraciones festivas, bailes, chistes y memes. Estas veces no hubo esa consideración que al final solemos decir al final del velorio de cualquier conocido e incluso de personas que casi no conocíamos:

“Él (o ella) era muy buena persona, respetable y honorable”

Y no es que los venezolanos nos hayamos olvidado que “la muerte es la más grande de las desgracias humanas, por el simple hecho de que con ella se acaba la vida”, es solo que el daño y dolor producido por cada uno de los que forman parte de esta luctuosa lista ha sido demasiado grande para cada uno de los venezolanos que la hemos padecido.

Algunos pueden considerar que lo malo y escabroso de los comentarios sobre la muerte de cada uno de los nombres que forman esta lista son productos del odio que se ha entronizado en el alma de los venezolanos, es posible que eso sea así, pero no juzguemos severamente esa actitud, pues, en todo caso, les sirve a los venezolanos para drenar su malestar con un régimen que nos ha destruido el país y comprometido el futuro de quien sabe cuántas generaciones futuras.

Y que no puede evitar recordar cualquier diciembre que haya transcurrido desde 2006 hasta 2019 o 2020, durante 18 elecciones, ver bajar la regordeta figura de esa mujer que ahora está muerta, por las escaleras del CNE, señalar que los resultados son irreversibles y, que una vez más, aun cuando los resultados en algunos comicios fueron contrarios al chavismo, señalar que ellos ganaron y eso significó que la historia de la destrucción del país no tendría fin.

Seguramente no habrá en un rincón apartado del velorio de Tibisay algunos maracuchos reunidos con un vasito plástico de café contando un chiste maracucho:

Un jobitero le dice a la esposa:

  • Mi amor abrí las ventanas y la puerta pa´ver si entra Dios.

A los cinco minutos se estrella una gandola y se mete hasta la sala de la casa y dice el jobitero:

  • “Ooooh y llegó a pie”.

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