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Opinión

#OPINION La cultura del “no-esfuerzo” Por Antonio José Monagas

No podría negarse que la cultura del no-esfuerzo puede comprenderse desde la

perspectiva de la teoría política y la teoría económica.

Podría pensarse y posiblemente asegurarse, que una nación se mide por sus líderes. Pero igual, puede determinarse por la calidad de su gente. Aunque la dialéctica política ha formulado indicadores diferentes que buscan valorar la potencialidad de la sociedad de un país. Y lo hace, considerando el modo de ejercer la democracia. De hacer transparente su administración. De cómo se esfuerza para disminuir la corrupción.

Asimismo, podría categorizarse el desarrollo de un país con base en su educación. También, en la claridad y efecto de sus políticas públicas. Según la creación o innovación de tecnologías, y su demanda respecto del valor de uso y valor de cambio que pueda detentar en los mercados internacionales.

En fin, son numerosas las metodologías empleadas para dar cuenta de las capacidades o potencialidades adquiridas o desarrolladas por estamentos institucionalizados de una sociedad. Sin embargo, alrededor de estas prácticas, persisten algunos problemas. Por ejemplo, poco se atiende la injerencia que da cuenta de la intervención del individuo entendida su contribución al desarrollo de un país en el papel que ejerza  como motivador, promotor o desarrollador de actitudes que comprometen el enaltecimiento de la sociedad de cara al conjunto de países que igual o equivalentes procesos de transformación social, económica o política, pueden estar induciendo.

El Popol Vuh como referencia dialéctica

Repasar la lectura del Popol Vuh, el libro sagrado de los Mayas, en tanto que relato épico, basado en leyendas de la civilización Maya-Quiché, ubicada en la región actual de la nación  guatemalteca, pudiera ser fuente empírica para aventurar respuestas a la siguiente hipótesis. Dado el estado actual de la cultura sociopolítica de algunos pueblos colindantes con zonas ocupada por estos acuciosos indígenas, “pareciera que algunas sociedades vigentes se habrían anquilosado en estadios precarios de su desarrollo humano”. 

Tal vez, resolver la referida hipótesis, pudiera dar con la razón que podría explicar el espasmo que ha paralizado el desarrollo intelectual de importantes poblaciones para haberse dejado sorprender por el esfuerzo creador que en su impulso inicial se vio inhabilitado o invalidado. Esto hizo que esas primeras generaciones multiplicaran en sus descendencias la consabida destemplanza.

El Popol Vuh refiere que la creación de la humanidad se resolvió en cuatro períodos, a saber: Primero, fueron creados los animales de cuatro patas y las aves. Segundo, fueron formados los Hombres de Barro. Tercero, surgieron los Hombres de Madera. Cuarto y último momento: Acá se engendraron los Hombres de Maíz, cuya inteligencia les permitía actuar según el desarrollo emocional e intelectual alcanzado.

Justamente. Esto destaca el problema de vivir entre hombres que apenas llegaron a formarse como “Hombres de Barro”. El problema estriba en que se deshacen con la lluvia. Además, el estado de atraso que poseen los hace carecer de capacidades cognitivas a la altura de exigencias sociales, económicas y políticas a confrontar. De ahí la razón que explica la flojedad que caracteriza su actitud, a la hora de acusar el esfuerzo necesario para obtener la recompensa del trabajo.

Deformaciones en el ejercicio de la política

Cabe argumentar que el problema que provoca la cultura del no-esfuerzo, es de naturaleza fundamentalmente social. En el fragor de dicho estado de involución, prolifera la indolencia, la indiferencia y la apatía. Ello, en perjuicio del desarrollo que sugiere el crecimiento y el progreso como factores que articulan relaciones de cooperación, motivación y perseverancia en tanto se consideran fundamentos primarios de valores como la libertad, la justicia y la dignidad.

Más aún, no podría negarse que la cultura del no-esfuerzo puede comprenderse desde la perspectiva de la teoría política y la teoría económica. De la primera, se desprende que condiciona a conformarse con las migajas que, a cambio de doblar la cerviz ante el llamado del populismo demagógico dirigido a vivir supeditado a lo que ordena un poder político insulso, recibe todo miembro de una sociedad de barro. Formada por consciencias de barro, en la cabeza de hombres de barro.

Así es posible llegar a explicar la persistencia de la pobreza como condición que limita y restringe el esfuerzo. Habida cuenta que su praxis obstaculiza el camino que conduce al éxito personal.

En el centro de dicho problema, se explica la mediocridad que incita una educación que condiciona al hombre a conformarse con un conocimiento sesgado del saber. Por eso que el autoritarismo, disfrazado de socialismo del siglo XXI, por los medios posibles, siempre ha procurado tener sometidos a hombres de flácida constitución. Hombres de barro.

Ellos son a quienes, el carácter fascista del populismo, puede dominar y engañar con sólo narrativas inconsistentes en toda su extensión, intención y dirección. ¿O acaso aquella frase harta conocida de que “ser rico es malo”, no se halla alineada con la cultura del no-esfuerzo? Eso es lo que la arbitrariedad de un sistema político autoritario hegemónico, dispone al regirse por modelos que exaltan con la ayuda de discursos maniqueos, establecer y emplear como criterios de gobierno la perversidad, la mediocridad, la flojera y hasta la mezquindad. Todos condensados y concentrados en lo que prescribe la cultura del no-esfuerzo.

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