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Opinión: Sin confianza…Por Antonio José Monagas

Referir la confianza en el contexto de la vida del hombre, es distinto del significado que dicho término ostenta en el mundo de la política. Esta diferenciación no hace su interpretación del todo sencilla. En el terreno espiritual y sentimental, la confianza se mueve entre variables de naturaleza emocional que ponen de relieve el afecto en lo particular. Mientras tanto, en la política la confianza se moviliza entre factores que se insuflan del poder que prodiga la oportunidad. Sobre todo, cuando se presenta en medio de circunstancias fortuitas o temerarias. Incluso, predeterminadas por el mismo hombre en su afán de aferrarse a eventos de los cuales busca aprovecharse en beneficio propio.

Se dice que la confianza no deriva de la razón que pueda argumentarse. Sino del hecho de enfrentar o encarar circunstancias sin temor a verse atrapado por ellas. No obstante, la seguridad y la osadía ante una situación de dudosa consistencia, son razones que le imprimen sentido a la confianza. Confianza para avanzar de cara a los avatares que están a lo largo de todo camino por donde el hombre ha de pasar. Por eso el poeta español, Antonio Machado, escribió “se hace camino al andar”.

El problema estriba en el ejercicio de la política. Las razones de las que se sostienen quienes ostentan vivir en el ostracismo o en la cúspide de la política, son infundadas por vicios. Así sucede casi siempre. La seguridad tiene un componente que la vincula con el afán de valerse de alguna coyuntura en beneficio propio. Asimismo, ocurre con la osadía. De ahí que los discursos políticos, despiertan enjundiosas dudas lo cual interfiere en la posibilidad de asir la confianza a alguna acción demostrativa de una loable acción. Que casi nunca aparece. Y menos, exhibe su perfil.

Sin embargo ese resquebrajamiento que dejan ver muchos políticos de oficio al inicio, a mitad o al final de su empresa, pone al descubierto la codicia o el egoísmo que bien disfraza con una narrativa aparatosa que sólo busca encubrir su solapada voluntad.

Entonces, ¿cómo apuntalar alguna confianza en autoridades públicas que se ufanan de actuar a distancia de lo que su retórica pronuncia? Lejos está de aceptar la confianza entre los valores de una democracia. Sobre todo, si luce esquilmada por la acción de un proyecto político farsante y demagógico. La pretensión de considerar la confianza hacia las autoridades gubernamentales, como puntal de un ejercicio político, se cae por su propia pesadez. Además, reconocer un proyecto ideológico como propuesta suprema de “(…) refundar la República para establecer una sociedad democrática (…)” (Del preámbulo de la Constitución de Venezuela, 1999), representa un insólito y grave desmentido.

Que los valores de la democracia sean la prudencia, la tolerancia, el respeto mutuo, la moderación, la libertad, el pluralismo, la competencia justa, el apego el ordenamiento jurídico, el balance del poder y la confianza hacia la autoridad pública, es una cosa distinta del hecho de aceptar que esos mismos valores sean lo que fundamentan un remedo de democracia en el terreno de un régimen autoritario y hegemónico. Peor aún, delincuencial.

Por tanto, solicitado por la justicia internacional. Tal cual es el caso Venezuela.  

Por eso es casi imposible creer su discurso. Así que es profundamente difícil prodigarle a las autoridades públicas, la confianza que sugiere la teoría política cuando la refiere entre los valores de la democracia.

En consecuencia, luce cuesta arriba convenir con decisiones tomadas por un régimen político  oprobioso y usurpador luego de leer lo que dictaminan preceptos constitucionales que exhortan la verdad, la solidaridad y la igualdad como razones para consolidar un Estado democrático y social de Derecho y de Justicia. 

Particularmente lo que contempla el artículo segundo de la Constitución Nacional, luce contradictorio. Sobre todo, ante lo que a diario acomete en descrédito de lo que exalta el contenido de la Carta Magna.

Entonces, ¿cómo actuar frente a un régimen que se contradice en palabra y acción?. No hay más respuesta que la justificada por la desconfianza hacia la autoridad pública. Por embrolladora, engañadora, insolente, opresora, hostigadora, corrupta, resentida, inmoral, pendenciera, abusadora, mediocre, inepta, codiciosa, entre otras enfermedades éticas y culturales y políticas. No hay de otra que desde la ciudadanía política, actuar pero sin confianza

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