Los venezolanos hemos sido sometidos a una permanente y creciente agresión por parte de potencias extranjeras que, bajo el mandato de Donald Trump, han convenido no comprar petróleo a nuestro país. Temerosos de las represalias de Estados Unidos, decenas de países han cancelado sus relaciones comerciales con Venezuela.
La influencia del gobierno de Trump y de sus adláteres ha llegado hasta los organismos internacionales a los que han prohibido financiar proyecto alguno en Venezuela. El propósito es aislarnos y asfixiarnos económicamente. La consigna es diabólica: ¡Que se mueran de hambre los venezolanos! ¡Que la pobreza y la miseria crezcan y que esas carencias generalizadas conviertan el país en un infierno! Buscan perversamente fomentar el caos social y así ponerle la mano al poder en Venezuela. De eso se trata el bloqueo. Para eso fue concebido.
Con el bloqueo económico el Estado venezolano pierde sus ingresos. Con el bloqueo no hay dinero. El Estado pierde toda capacidad de respuesta. Peor que eso, el Estado se convierte en una ficción y los ciudadanos quedan a la intemperie. Se viene abajo el sistema de salud pública. La infraestructura pública queda en completo abandono. La producción de alimentos se reduce a su mínima expresión. Sindicatos y asociaciones de empleados reclaman mejoras salariales a patronos públicos y privados que no tienen capacidad de atender esos justos reclamos.
Ante el bloqueo económico los venezolanos no podemos quedarnos de brazos cruzados. No basta con la denuncia que muchos sectores hemos hecho de esa criminal estrategia política de élites venezolanas encompinchadas con Trump y otros para alcanzar el poder como sea, así sea sobre el desmantelamiento absoluto del Estado venezolano y las ruinas del país. El bloqueo económico de estos cuatro últimos años ha sido la agresión imperial más grande contra Venezuela después del robo del territorio del Esequibo.
Hay que ir más allá de la retórica y buscar aliados para enfrentar el bloqueo. Hay que superar dogmas y abrir paso a nuevas respuestas a las necesidades económicas del país. Hay que tener humildad y coraje para rectificar decisiones que bloquearon la economía “desde adentro” con lesivos ataques a la propiedad privada y con la hipertrofia estatal que llevó a consumir en hoteles, tiendas en los aeropuertos y en centenares de empresas fallidas del Estado lo que debió haberse destinado a educación, salud, seguridad social, infraestructura, seguridad y protección del ambiente.
La grave emergencia económica que padecemos y que hunde en la miseria a las mayorías no va a resolverse con discursos de ocasión ni con poses testimoniales para agradar a sectores que han hecho de su patrimonio propagandístico tesis que hay que superar si queremos derrotar el bloqueo.
Necesitamos decisiones inteligentes y justas que traigan dinero al país. Necesitamos inversionistas extranjeros que se atrevan a desafiar el bloqueo y que compartan con nosotros la recuperación del aparato productivo.
Necesitamos que los trabajadores, los profesionales y los empresarios venezolanos participen activamente en la reactivación del aparato industrial y en el relanzamiento de la economía nacional. No pueden ser observadores pasivos. Deben constituirse en un factor dinámico de la producción nacional y asumir espacios económicos que hoy les son vedados.
Atraer capitales extranjeros en esta hora histórica y redimir a un sector privado arrinconado y malogrado por un Estado interventor cuyos escasos y pobres resultados están a la vista de todos, es una valiente acción envolvente de gran significación patriótica. A Venezuela tenemos que salvarla con decisiones que tengan consistencia real, que rindan buenas cuentas a un pueblo que reclama apertura de industrias, reactivación económica, generación de empleos y recuperación de la capacidad adquisitiva del salario.
La Ley Antibloqueo es un punto de partida para la reactivación del aparato productivo en un escenario y tiempo de conspiración internacional contra Venezuela. Tendrá que ser fortalecida con la instrumentación de acuerdos concretos entre los trabajadores, profesionales, científicos y empresarios, para poner en marcha la producción y elevar los niveles de vida de nuestro pueblo.
La nueva Asamblea Nacional ha de ser un gran centro de análisis y discusión de esos proyectos concretos en materia agropecuaria, turística, industrial, minera en general y petrolera en particular. Es un desafío que se agrega a las obligaciones ya sabidas de la legislación ordinaria y el control del gasto público.
La mayor aspiración de los venezolanos de hoy es la recuperación y relanzamiento del aparato productivo, a la par de un reajuste del Estado que le devuelva a alcaldías, ministerios y gobernaciones la capacidad de respuesta que los ciudadanos reclaman. Eso no será posible lograrlo con una economía postrada ni con un modelo de Estado fracasado. La Ley Antibloqueo es un buen inicio y llamamos a su estudio sereno y desprejuiciado.
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